Tal vez no nos dimos cuenta, pero en la Argentina de los últimos años existe el Consenso de Vaca Muerta: dar fuertes beneficios a las empresas para que desarrollen ese sueño sureño a largo plazo. Quizá sea inevitable y hasta una decisión estratégica atendible sostenerlo a través de los gobiernos.
Pero también pinta que es la única forma de convencer al gran capital nacional o extranjero de que se meta a arreglar el porche que encontramos en el rancho lleno de goteras: dejamos la piel para que hundan montañas de plata en un país que en un año te hace saltar el dólar 100%, y en un sector que en los últimos seis meses, por ejemplo, te cambia tres secretarios de Energía. Uno que firmó una resolución A, otro que vociferaba que se aplicaría de una manera B y un tercero que dice que el anterior “decía muchas cosas, hay que ver”. Y que la va a aplicar de otra forma, C.
Para que el yacimiento no convencional de Neuquén, descubierto en 1931 y confirmado en 2011, algún día transforme las reservas increíbles que tiene en prosperidad, empleos y sobre todo en dólares que nos salven para siempre de los quilombos financieros cíclicos, hace falta que haya empresas dispuestas a poner ahí mucha guita durante mucho tiempo, de manera tal que la producción se abarate, se vuelva competitiva y en algún momento escale, y sea entonces el salvavidas del que se habla desde hace tanto.
El tema es que para conseguirlo en un país donde cada año es una vida de Mirtha Legrand en términos económicos, los gobiernos no encuentran otra alternativa que dar garantías extraordinarias a las compañías para que entren al juego.
Lo saben Cristina Kirchner y Axel Kicillof, que en 2013 le pusieron el gancho a un decreto especial que le permitía a la petrolera estadounidense Chevron sortear el cepo e invertir en Neuquén vía un convenio que YPF firmó a través de subsidiarias en paraísos fiscales que le habilitaban la chance de litigar en el extranjero ante cualquier incumplimiento. De hecho, hay quienes dicen que aquel acuerdo tiene “cláusulas secretas” que nadie conoce todavía.
Y lo saben también Mauricio Macri, Juan José Aranguren y Gustavo Lopetegui, arquitectos de un esquema de subsidios a la producción de gas que usufructuó hasta ahora el Grupo Techint, que fue una locomotora en Vaca Muerta y pasó en un año y medio a tener el 12% de ese mercado, tras hundir US$ 100 millones por mes en el campo Fortín de Piedra.
Sin firmas, ni fotos, ni tipos que la moncloicen, en los últimos seis años hubo entonces cierta continuidad en la idea de que manda el fracking en el sector energético. Parecía que incluso iba camino a potenciarse sin que las advertencias ambientales o los derrames del último año le hicieran mella como sí le han hecho a, por ejemplo, desarrollos mineros.
Pero vino 2018, llegó la crisis cambiaria y la corrida al Fondo Monetario Internacional para parar la corrida. Y su titular, Christine Lagarde, fue la Marie Kondo fiscal que pidió ordenar y casi le enseñó al Gobierno a doblar y guardar las partidas para que queden mejor en el ropero.
En procura del déficit cero terminó forzando un giro más tipo Myriam Bregman en los esfuerzos del ajuste: ¿cómo iba a duplicar los fondos para Techint en Vaca Muerta mientras los empleados públicos pierden por paritarias a la baja, los jubilados por el cambio de fórmula de aumento y los trabajadores del sector privado por la aceleración de la inflación de la mano de la devaluación y los aumentos de tarifas?
Además, no lo dirán nunca ni Lopetegui ni Macri, pero ¿podrá Rocca ir a la Justicia por un cambio en una resolución que el mismo año en que admitió que pagó coimas le permitió embolsar millones de dólares para producir gas a precio más caro mientras su propia siderúrgica lo paga más barato? ¿O hará presentaciones de rigor para cumplir y bancará el modelo en el año electoral?
What? A propósito de intereses políticos, lejos del ruido del ajuste de la manta corta que le tocó ver de cerca cuando era secretario de Política Económica, Sebastián Galiani presentó esta semana en la Universidad de Maryland un trabajo de investigación que muestra dónde está el foco de atención de una parte del mundo económico en este momento. Se titulaba “Persuasión de la propaganda populista” y analiza cómo avisos de 6,7,8 pueden haber influido en el voto durante la segunda vuelta de 2015.