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Cuarentena: no, pero sí

El anuncio de la nueva etapa del confinamiento estuvo llena de contradicciones. Disputa ideológica por la vacuna rusa.

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Vos elegís, o te quedás o te morís... | Pablo Temes

Curiosa. Así podría calificarse a la denominación de esta nueva etapa de la cuarentena.  “…Seguimos hablando de cuarentena sin que en la Argentina exista cuarentena, porque la gente circula, porque los negocio se han abierto, porque la actividad industrial hoy en día está funcionando por encima del 40 por ciento”, dijo el Presidente en la conferencia sin periodistas y sin preguntas del viernes pasado.

Fue una descripción de la realidad, muy propia de los políticos en general. Olvidó mencionar que las escuelas no están abiertas, que el uso del transporte público urbano y suburbano está restringido, que los viajes de media y larga distancia por tren, ómnibus y avión están suspendidos, que no hay funciones de cine ni de teatro ni de música, no hay campeonatos de fútbol, el personal doméstico no puede ir a trabajar, que bares, restaurantes y confiterías no pueden abrir sino funcionar en base al delivery o el take away, y un largo etcétera.  

El Dr. Alberto Fernández decidió darle un enfoque de criterio médico a su presentación tanto al inicio como al final. Habló de la necesidad de hablarles a los enfermos afectados de un mal severo con la verdad. Cayó allí, pues, en una contradicción entre lo dicho y lo actuado por su gobierno. Al paciente -es decir, a la ciudadanía- no se le hizo saber la verdad de cómo sería la cuarentena. Nadie le informó en marzo que la cuarentena iba a ser larga y durar -cuanto menos- hasta septiembre o más, dato que era ya entonces previsto por todos los especialistas. Se dio la falsa idea de que la evolución de la pandemia estaba atada a períodos de quince días.

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El segundo error fue no considerar los posibles efectos colaterales que todo tratamiento de un mal severo tiene.  De haber considerado esto, AF podría haber trabajado con algunos de los asesores que convocó en la semana -psicólogos, sociólogos y psiquiatras- para ver qué medidas tomar para prevenir o paliar esos efectos colaterales. Ello no sólo habría aliviado mucho el fastidio que hoy existe en la población sino que también la habría predispuesto a cumplir las normas. Las industrias y los comercios que trabajan con estricto cumplimiento de los protocolos de protección podrían haber sido habilitadas mucho antes, con la consecuente reducción de los daños -en algunos casos irreversibles- ocasionados por esta cuarentena larga y pesante.

Utilizó al final el ejemplo del tratamiento contra la diabetes y la restricción de los hidratos de carbono. Eso es correcto, lo que no significa que al paciente se le prohíban todos los alimentos. Y, ya puestos en el ejemplo, hay que decir que la actividad física y el equilibrio emocional son muy importantes para su salud.

En la conferencia el viernes, Axel Kicillof nos hizo saber que recién después de 147 días de cuarentena, se enteró de los padecimientos a los que están expuestos los médicos y todo el equipo de salud que atiende a los pacientes que se contagiaron el Coronavirus. “Pasan cosas que yo no las sabía, las vi ahí porque hablé con los enfermeros, hablé con los médicos de guardia...” (sic)

El tema de la vacuna muestra la necedad que generan los fanatismos

Vacuna e ideología. Hemos asistido esta semana a este penoso espectáculo: la ideologización y el uso político de la vacuna. Es una muestra impresionante de la necedad que generan los fanatismos. Es algo que trasciende todas las fronteras. La vacuna rusa, que hoy genera un mar de dudas sobre su seguridad y eficacia -las que deben disiparse a través de la fase 3 de investigación-, generó un batifondo inconcluso aún. Como no podía ser de otra manera, ese batifondo llegó también a estas orillas y agitó las aguas de la política vernácula. Oficialistas y opositores hicieron lo suyo. Dentro del oficialismo  -en una muestra de anacronía que no deja de sorprender- se celebró la victoria de Vladimir Putin como representante del martillo y de la hoz, los símbolos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Parece que olvidaron que la URSS no existe más. Lo único que queda de aquello es el autoritarismo que Putin ejerce sin limitaciones.

La realidad es que la vacuna rusa, que se experimentó en 38 personas, toma como base elementos de una de las dos vacunas que se están investigando en China. Y, más allá de los anuncios, es improbable que el gobierno de Putin se lance a administrarla masivamente sin completar un testeo de prueba extendido. Esa es la esencia de la Fase 3, más allá de cómo se la quiera llamar.

La realidad indica que el mundo va a tener necesidad de echar mano de todas las vacunas que se produzcan y que resulten eficaces y seguras, porque ninguna compañía  por sí solo podrá abastecer la demanda monumental que habrá en los cinco continentes.    

Y si algo faltaba para agregar a esta visión ideologizada de la vacuna, aparecieron las reacciones sobre el anuncio del Presidente en que informó acerca de la fabricación en la Argentina del principio activo de la vacuna que investiga la Universidad de Oxford, la que será luego envasada e industrializada en México. Sin duda, una gran noticia a la que, en el universo de la ideología y el fanatismo político se la redujo a parámetros mínimos, propios de pensamientos miopes y pequeños.

En las redes sociales, el kirchnerismo duro llegó a cuestionar el hecho de que sea un laboratorio británico con aportes del gobierno del Reino Unido el que lleve adelante el proyecto. Desde los sectores más duros del PRO, en cambio, se apresuraron a mostrar el acuerdo como el resultado de inversiones del laboratorio en nuestro país que se hicieron por gestiones de Mauricio Macri. Es decir que, en lugar de discutir sobre la calidad de la vacuna, su seguridad y su eficacia, cualidades de las que dependerá la posibilidad cierta de combatir con éxito al Coronavirus y recuperar nuestras normas de vida, la disputa fue -es- por quién lleva adelante la investigación. Con pensamientos como estos, el mundo habría sucumbido. “La ciencia es universal; la necedad, nacionalista” (Maurice Ravel)