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contradicciones

Cuerpo y alma

El Papa llegó por estos días al Africa. Con entusiasmo llegó: es la única región de todo el mundo donde el número de católicos en lugar de decrecer aumenta. Nada da más regocijo al pastor que ver cómo crece su rebaño. Otras cifras, sin embargo, apuntan a una posible merma. Cifras terribles, que estremecen y preocupan: 6.500 seres humanos mueren cada día en el África, víctimas del sida.

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El Papa llegó por estos días al Africa. Con entusiasmo llegó: es la única región de todo el mundo donde el número de católicos en lugar de decrecer aumenta. Nada da más regocijo al pastor que ver cómo crece su rebaño. Otras cifras, sin embargo, apuntan a una posible merma. Cifras terribles, que estremecen y preocupan: 6.500 seres humanos mueren cada día en el África, víctimas del sida. Se calcula que de los 33 millones de contagiados que hay en el mundo, 27 millones son africanos. Y que más de 17 millones han muerto allí desde que se sabe que la enfermedad existe. No pocas voces se levantan al paso de Benedicto para rogarle que se pliegue a la campaña del póntelo pónselo en las tierras del continente negro. Entre esas muchas voces suenan incluso algunas que son de sus propios ministros. Que conceda, así le piden, validez al preservativo: que le otorgue su sacramental absolución al forro, para que millones de vida se salven.
El Papa no ceja. ¿Qué le pasa, acaso no lo conmueven las conmovedoras cifras? ¿Las estadísticas, tan preocupantes, no lo preocupan? Damos por descontado que sí. Pero la misión del Papa en la tierra consiste en salvar las almas, antes que en salvar los cuerpos. Y en todo caso no es posible esperar que pague el precio de emprender la salvación de los cuerpos haciendo que se condenen las almas. Porque lo que cuenta para el Papa es la eternidad; por algo reza en latín, para algo es un representante de Dios. La eternidad, el para siempre, la trascendencia; esas cosas y no éstas. Su recomendación es por ende la única que cabe: al sida se lo combate con el sexo marital, es decir el bendecido por Dios, y si no, con castidad. Promover o tolerar los nefandos pecados mortales a favor de un sanitarismo meramente terrenal, no es algo que el Pontífice tenga que hacer, ni hay razón para que se lo exijan. Su deber es impulsar la virtud, porque es con ella que se salvarán tanto los cuerpos como las almas. Su deber es combatir la hipocresía del que cree que puede pecar y aun así ser un buen cordero y salvarse. Quien vaya a pecar con la carne, más vale que se preserve usando preservativo. Pero actuar de esa manera y querer contar con el consentimiento del Papa es ya mucha pretensión.
Alguna vez existirá un Fausto africano, tal como existieron en su ocasión uno de Goethe, uno de Marlowe, uno de Thomas Mann, y entre nosotros, por no ser menos, uno criollo. Ese Fausto volverá a desplegar con nitidez los dilemas de las negociaciones con Dios y con el Diablo, y la prueba de que no se puede estar bien con uno y con otro.