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China

Cuju y los palitos chinos

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Lejano. China rompe el mercado. Está por quedarse con Tevez y busca a Messi. | AFP
“No voy a hablar de la penumbra,
mejor voy a ver si puedo despertar.
No quiero hablar de tantas cosas,
mejor voy a ver si puedo olvidar”
Luis Alberto Spinetta (1950-2012); de su tema “Penumbra” (1993).



El año pasado, el presidente chino, Xi Jinping, visitó Manchester. Saludos protocolares, una visita general a la ciudad y, por fin, el plato fuerte para un fanático del fútbol como él. Una recorrida por el Etihad Stadium, la casa del Manchester City, decidida después de una interna a cara de perro entre altos funcionarios. La inclusión en el Salón de la Fama de Sun Jihai, crack chino que jugó en el City entre 2002 y 2008, y la presencia de varias celebridades del United aflojaron algo la tensión. Lo que puede el fútbol.
Fan del United, según sus allegados, pero desesperado por patear una pelota en semejante escenario, el presidente ni siquiera se sacó el abrigo para intentar un jueguito básico y después pegarle un derechazo. Por lo visto, no le llega ni a los talones a Evo, aunque parece más firme de piernas que nuestro Mauricio. Son estilos.

Guiado por el director del Museo Nacional Británico de Fútbol, Kevin Moore, la charla fue derivando hacia los orígenes del juego. Sin pedantería, con ese tono amable que no abandonan jamás, Xi recordó que ya en el siglo II a.C. era popular en China un juego llamado cuju –ts’u chü–; es decir: cu = patear, ju = pelota. Fútbol chino, hace 23 siglos.
Gary Neville, Mike Summerbee y otros futbolistas no salían de su asombro. Todo bien con los fideos, la pólvora, el papel, la seda, la impresora, lo que quieran. Pero con el fútbol no. Nació en Sheffield en 1860 y es bien inglés. Iban a decírselo cuando notaron que Moore asentía. La cosa era seria. Callaron.

Sorpresa y media. El cuju, efectivamente, se jugaba con un balón redondo hecho con raíces y plumas en cerdas, recubierto en cuero. Los equipos no tenían más de diez integrantes y, oh sorpresa, había arcos pero no arqueros. Las reglas, en una cancha de apenas 15 metros de largo, eran simples: se jugaba con los pies, siempre evitando que picara en el suelo y sólo con la mano no se la podía tocar. En el aire, a toque y toque.

El objetivo era hacer goles en un arco hecho con dos cañas de bambú de 10 metros de alto por 30 a 40 centímetros de ancho, donde colgaba una colorida red con un agujero de 30 centímetros en el medio. Allí tenían que embocar la pelota para anotar.

Para jugar bien al cuju, había que dominar la pelota, tener sensibilidad en el pie y ser preciso para pasarla al compañero, y acertarle al círculo, claro. Vestidos con coloridas túnicas de seda y sombreros, los equipos tenían un líder asistidor y un líder pateador. Es decir: jugaban con enganche y un 9. Mmm… Parece que ya está todo inventado.
¿Violencia? Ni afuera ni adentro. El cuju era jugado por nobles, emperadores, generales, oficiales, soldados, y era el espectáculo ideal para las recepciones en la corte.  
Si la genética funciona, tal vez Tevez se sorprenda con algún chinito veloz de pase milimétrico. No todos le devolverán un ladrillo. Y si lo hacen, pues a ejercer la docencia, que para eso también fue fichado. La docencia es un sacerdocio y el contrato de 42 millones que firmó por un año con el Shanghai Shenhua no está mal. Y puede repetirse, si la familia se adapta. Allí jugó Schiavi, en 2012. Volvió encantado. Le aconsejó a Tevez cuando aún dudaba: “Ni lo pienses, andate ya”.

En 2004 crearon la Superliga y las estrellas comenzaron a llegar, para asombro del mundo. Anelka, Drogba, Hulk –el brasileño, no el Increíble–, Jackson Martínez, Lavezzi, Ramires, Alex Texeira, Roger Martínez, Moreno, el técnico Scolari, el del 1-7 del Mundial, y muchos más.

Tevez llega como la imagen de una liga que ha decidido posicionarse en el mercado mundial. Para ellos es una decisión política. El objetivo de Xi es claro: “Clasificar al Mundial, organizar uno y ganar otro”. Qué ternura. Con 12 años, sería Maradona hablando en blanco y negro.

China es una aplanadora. Berlusconi le pidió 740 millones en dos años al Haixia Capital y el Milan ya es de ellos. El Inter es de la compañía Suning, a la vez dueña del club Jiangsu Suning; Wang Jianlin, propietario del Wanda Group, ya tiene el 20% del Aleti de Madrid y Chen Yansheng, dueño del Rastar Group, el 56,7% del Espanyol. Y olé.
Volvió hace un año pensando en otra vida. El golpe con la realidad fue brutal. Llegó, ganó y se cegó. Le hizo ganar las elecciones a Danyel Angel Easy ya con Macri en la Rosada. Era todo. Fue nada.

Después de emocionarse con la vuelta del hijo pródigo, Angel Easy planifica aprovechar su huida para colocar su producto en China, ese mercado inmenso. Admirable capacidad de adaptación.

“En los mismos ríos entramos y no entramos (pues) somos y no somos (los mismos)”, nos decía –le decía a Tevez–  Heráclito la semana pasada. Todo fluye. Somos y no somos los mismos. Los ríos están pero las aguas cambian, parecen una cosa y luego son otra. Como uno, que cambia también, y si algo ya no le hace bien, pues, se va.  
Para el chico de Fuerte Apache, radicarse en Shanghai –una de las ciudades más pobladas del mundo, con 20 millones de habitantes y con otro idioma inentendible–, no puede ser tan diferente a lo vivido en las otras. ¿Qué hacer? Vida de rico; entrenar, hacer goles, pasar tiempo con la familia, jugar a cualquier cosa, leer, ver pelis, aburrirse como una ostra, ver amigos, salir si se puede.

Tevez se lleva su magia, su fuerza, su orgullo de jugador top y una herida narcisista, melancólica. “Uno se cansa de jugar”, dijo hace un año y medio, cuando imaginaba otro país, otro disfrute. No lo encontró.

La vida que quería en su lugar en el mundo empezó a pura luz y duró poco. Terminó mal. Los millones no lo pueden arreglar todo. Y él, como otros, se fue deslizando hacia el fondo del túnel que alguna vez describió con todo detalle Gaby, nuestra vice.
Ahí, justo, envuelto en la penumbra.