En vez de paritarias y recomposiciones salariales, la Provincia tiene guardadas para nuestros docentes sorpresas coloridas y chillonas. El lado B de la vida educativa me es muy caro: vengo de familia de maestros y el arsenal de terminologías y épicas es el mercurio que llenó mi termómetro de delirio literario buena parte de mi juventud. Pero ni mi creatividad ni mi sorna podrán competir jamás con el derrame de las chetas de la Fundación Educere, católica pastoral, que se han apoderado de las jornadas de capacitación en las que nuestros maestros se reúnen a pensar estrategias para luchar contra todas las adversidades.
Como si el plan nacional de boludez y de evasión pudiera calcarse milimétricamente sobre todo ámbito, la señora Lucrecia Prat Gay arrasó con un Powerpoint para educar las emociones. Maestros alertas y atónitos dejaron registros en sus teléfonos celulares. Desde recomendaciones como utilizar la música de Rocky y Superman para comenzar las clases, Chopin para situaciones conflictivas, Ricky Martin para energizarlos y Queen para las actividades rutinarias (que –en este esquema– deben ser todas), pasando por aforismos contundentes del tipo: “Cola chata, cerebro chato”, o “El recreo cerebral de las mujeres es el shopping”, el clímax de paupérrimo marco teórico fueron unas tareas pavlovianas donde los docentes tratan de dibujar un círculo con la mano izquierda y un cuadrado al mismo tiempo con la derecha.
Esta semana, antes de tirarla a la basura, mi madre me trajo una caja de cuadernos y boletines de mi infancia. Me sorprendió recordar que los maestros de cierto pasado eran muchas veces personas resentidas, muy limitadas, que gozaban secretamente del poder pequeñito. Hoy veo a los maestros de mis hijos y el panorama es distinto: son luchadores, creativos, inquietos, amorosos. Entrar en la escuela de mis hijos siempre me conmueve hasta las lágrimas. Es evidente que el chetaje mediocre y descerebrado va ahora a por ellos. No les será fácil.