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las tres guerras de obama

Curioso Nobel de la Paz

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“Con el tiempo, el ‘triángulo de acero’, formado por el Pentágono, las empresas que fabrican armamento y los políticos que apoyan el gasto militar, amasó un enorme poder y pudo conducir la política exterior de los Estados Unidos.”

La audacia de la esperanza, Barack Obama.

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“Sería negligente si no reconociera la considerable controversia que ha generado vuestra generosa decisión”, lanzó un emocionado Barack Obama a los miembros del Comite Nobel, el 10 de diciembre de 2009 en Oslo. “Quizás el problema más profundo que rodea mi recibimiento de este premio es el hecho de que yo soy el comandante en jefe de una nación que está en medio de dos guerras”, completó el presidente norteamericano. Si aquella distinción había generado entonces una gran polémica, el “presidente en guerra” –para citar la terminología que Bob Woodward utilizaba contra George W. Bush– acaba de amplificar el conflicto al confirmar en el norte de Africa una nueva acción bélica de Estados Unidos. Irak, Afganistán y Libia. Guerras 3, Nobel 0.

No se busca en este espacio criticar la decisión de Washington de liderar una coalición internacional que contuvo el avance genocida del dictador libio Muamar Kadafi. Pero es necesario, también, marcar las contradicciones en las que ha quedado sumergido un presidente que despertó esperanzas planetarias cuando prometió renovar la Casa Blanca y reconciliar a Estados Unidos con el mundo, tras ocho años de arrogancia, ilegalidad y atropello de Bush.

Para calibrar aquella metamorfosis inconclusa, es conveniente retomar las palabras que el mismo Obama pronunció en la capital noruega: “El mal existe en el mundo. Decir que la fuerza a veces es necesaria no es un llamado al cinismo, es un reconocimiento a la historia, las imperfecciones del hombre y los límites de la razón (...) Entonces, sí, los instrumentos de la guerra tienen un rol a jugar en la preservación de la paz”.

El curioso planteo de Obama –que esta semana fue retomado en torno a Libia, cuando advirtió sobre la “obligación de actuar” para “frenar masacres”– ya había sido inteligentemente estudiado en Guerras justas, un trabajo de Alex Bellamy, publicado el año pasado en la Argentina. Bellamy es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Queensland, en Australia, y su exhaustivo ensayo recoge los argumentos que han esgrimidos los teóricos de la guerra en la historia. Desde Platón y Tucídides, pasando por Cicerón, San Agustín y Sun Tzu, hasta Hobbes, Maquiavello y Kant, para llegar a Clausewitz y Morgenthau, los pensadores clásicos han intentado dar respuesta a preguntas complejas. ¿Cuándo es legítima una guerra y quién puede declararla? ¿Qué pasa si un soldado no obedece la orden de matar? ¿Es justo atacar a un país porque maltrata a sus ciudadanos? Si toda guerra es inmoral, ¿qué hacer contra Adolf Hitler?

La respuesta parte de la siguiente tesis: si no se establecen limitaciones éticas ni de legitimidad a la decisión de iniciar una guerra (jus ad bellum) y a la manera de conducirla (jus in bello), no es posible distinguir su curso de una matanza masiva y del uso de la fuerza bruta sin control. El esfuerzo intelectual de dar cuenta de las “guerras justas”, no obstante, intenta justificar lo injustificable: el acto de matar.

Según la ONG norteamericana Iraq Body Count, en Irak han muerto más de 400 mil civiles desde que comenzó la guerra, en 2003, y según el Acnur hubo cerca de cuatro millones de personas desplazadas. Mientras que la la cadena árabe Al Jazeera asegura que en Afganistán ha habido más de 34 mil muertos desde que se inició la contienda, en 2001, y Acnur cifra en 3 millones la cantidad de refugiados afganos.

Hasta ahora, los “daños colaterales” todavía no se cuentan en Libia, la tercera guerra del Nobel de la Paz.

(*) Editor y Jefe de Internacionales del Diario PERFIL.
Twitter: @rodrigo_lloret