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EL DUELO POR LA CHAMPIONS EN ROMA SERA: MESSI-CRISTIANO RONALDO!

¿Dale que el que gana se queda con el mundo?

Lionel Messi es chiquito, feo y sin tanta percha; camina bamboleándose tristemente, se pone colorado cuando le hablan y si fuera por sus novias, Playboy entraría en convocatoria de acreedores. No tendría la menor chance con un piola como Cristianito si no fuera por un pequeño detalle: es genial.

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“Prefiero ser primero en una aldea que el segundo en Roma.”

Julio César (100 a.C.-44 a.C.)

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Ambos, como lo prefería Julio César –el emperador romano, no Falcioni ni el arquero del Inter–, serán primeros en sus aldeas, salvo alguna inesperada catástrofe. El Barcelona, de paseo en la Liga española después del 2-6 al Madrid y con una final de Copa del Rey contra el Athletic de Bilbao por jugarse la próxima semana; el Manchester, puntero en la Premier junto al conmovedor Liverpool. Dos colosos de Europa que se jugarán la corona de laureles en la mismísima ciudad de los Césares, cada uno con su niño maravilla.

Cristiano Ronaldo nació en la isla portuguesa de Madeira y transita con éxito la célebre franja derecha del United con el dorsal 7 desde que en 2003 Beckham decidió cambiar Old Trafford por la fugaz galaxia del Madrid. Mucho antes, en los psicodélicos años 60, ésa era la pequeña patria de George Best; un loco genial, buen amigo de los Beatles, el scotch y las chicas más lindas que, ya en la decadencia, fue capaz de confesiones tan singulares como ésta: “La mayor parte del dinero que gané en el fútbol lo gasté en mujeres, autos de lujo y noches de alcohol; el resto... lo desperdicié”.

El muchacho del cuello infinito es muy bueno pero indudablemente inferior a su marketing. Suele pasar. Va bien arriba, es rápido para desbordar o picar en corto hacia el área, tiene buen pie y sobre todo le pega como los dioses. Su tiro libre contra el Arsenal por la Champions fue un misil que perforó el arco del indefenso Almunia cortando el aire, inmóvil. “Cuando Federico te la cruzaba desde 40 metros –suele contar Pedro Marchetta, recordando sus tiempos de Racing con el enorme Sacchi de compañero– la pelota te caía mansita en el pecho; vos la veías venir y leías: Sportlandia número 5, 100 x 100 cuero, Industria Argentina...”. ¡Así se le pega, chichipíos!

Los que lo acusan de lagunero tienen razón. El tipo trota indiferente por la cancha, muy rara vez corre a un rival, no ahorra gestos de desagrado si no se la dan como él quiere y clama teatralmente hacia el cielo si la puntería no es la ideal. Actúa. Es tribunero, frío y se complica en espacios chicos; pero igual se las arregla fenómeno como para vivir en la tapa de los diarios y para que su candidatura al Balón de Oro se renueve, año a año. Por culpa de este portuguesito acaparador de copas, la injusta frustración del pobre Messi ya se parece a la historia de Borges, su imposible Nobel y aquella “superstición escandinava”. Roma decide.

Lionel Messi es chiquito, feo y sin tanta percha; camina bamboleándose tristemente, se pone colorado cuando le hablan y si fuera por sus novias, Playboy entraría en convocatoria de acreedores. No tendría la menor chance con un piola como Cristianito si no fuera por un pequeño detalle: es genial. Unico. Muy lejos del modelo baby face pero idéntico a esos tipitos que avanzan en la PlayStation con la pelota pegada al pie, sin que nadie pueda detenerlos. No es Brad Pitt ni necesita serlo. Lo suyo es el cómic. Su seducción se sostiene con la enorme perplejidad que provoca su genio. Si Cristiano es Spielberg, entonces Messi es Woody Allen. Si uno es Monzón, el otro es Nicolino Locche. “Hasta los que lo detestan lo soportan porque nunca usa el talento; usa sólo el genio. Sus obras no son pensamientos; son actos”, dijo alguna vez Jean Cocteau, que hablaba de Pablo Picasso, no de Messi.

Nuestro muchacho está predestinado a las cataratas. Ahora son elogios, claro, pero bien pudieron ser críticas burlonas si contra el Chelsea no lo salvaba el zapatazo de Iniesta. Está dicho: para que el guión funcione y él la juegue de antihéroe, Messi debe ser infalible. Intuyo que si Cristiano Ronaldo viviera la extraña experiencia de ser argentino, lo salvaría esa distancia que impone, su sonrisa perdonavidas o la belleza inalcanzable de sus autos y sus mujeres. El poder. Como a Tinelli, pocos se atreverían a ningunearlo si este año tiene el mal gusto de no ganarlo absolutamente todo. Lo protege la agridulce inmunidad de los buenos que se saben poco amados. Malo, eso.

Ni el Manchester ni Barcelona saben regular. Son equipos infernales, armados para ir al frente. Como Alí, bailan como una mariposa y pican como una abeja. Sus arqueros, claro, no son lo más sólido de sus estructuras: el holandés Van der Sar está grande y Víctor Valdés bastante pequeño, si lo comparamos estéticamente con sus compañeros. Los ingleses descansan en la firmeza de Rio Ferdinand y el achique del resto para salir disparados hacia Cristiano Ronaldo y el arco rival, allí donde vive Rooney junto al gélido Berbatov o al furioso Tevez. El Barcelona cuenta con el orgulloso capitán Puyol y una troupe de morochos que le hacen el trabajo sucio al dúo Iniesta-Xavi y su power trío: Messi, Eto’o & Henry. Los números aterran. En lo que va de la temporada el United hizo 114 goles en 60 partidos y el Barça, ¡143 en 56! Bestias.

¿Quién ganará? Los dos, porque ningún resultado podría borrar lo ya hecho y demostrado. Pero, si me permiten, hincharé por el Barça. Esos catalanes locos como Dalí, mediterráneos como Serrat y tan españoles como yo. Los propietarios de Lío, el patito feo salvado por su insólito genio; típico argentinito hecho a mano, único en el mundo, como todos nosotros.