El acceso –en su tiempo– de España a la moneda común marcó para el país un camino de prosperidad. La moneda fuerte consiente un interés mucho más bajo: el crédito se abarata y se expande. Años después, con la intercesión de la banca, terminaría en una burbuja en la que hizo punta el sector inmobiliario. Se sumaron la competitividad mustia y otros problemas locales; ahora, los españoles soportan un “paro” que supera el 20% y aparecen síntomas ya vistos en 2008 y 2009 en la crisis (que agregó lo suyo) de Estados Unidos, el encarecimiento del crédito privado (también aquí, del público) además de trabas en la cadena del crédito, como el recelo y la retracción en el sistema de préstamos entre bancos.
El domingo pasado aquí se analizaron aspectos del asunto y su continuidad –que promete extenderse– tiene que ver con su relevancia creciente. Por lo pronto, se trata del modo cómo se reparten las cargas de la crisis en un momento del mundo en el que las ideologías parecen un tanto desdibujadas en su ejercicio concreto. El inventario de la asunción social de la crisis, a más de una realidad cotidiana –lacerante para muchos–, es al mismo tiempo la fragua del mundo que sigue. La ideología parece a la retaguardia de los hechos. Europa, que ha sido espacio propicio para el Estado de bienestar, es ahora el campo de batalla donde ese modelo languidece.
España resulta el ejemplo paradójico por excelencia. El progresista José Luis Rodríguez Zapatero termina obligado a un ajuste severo, sacrificio supuestamente propicio en el altar del mercado. Las dos principales centrales sindicales españolas prometen una huelga general para el 29 de septiembre. Los sindicatos griegos (y otros europeos, se dice) la anotan también para el 29/9. La huelga general, en sus orígenes, supo tener un sentido antisistema. George Sorel escribió en 1908 que cumplía la función de retemplar la conciencia de clase y el espíritu revolucionario de los trabajadores. Agua corrió bajo el puente.
Anders Borg, ministro de Finanzas sueco, dijo el mes pasado que el euro estaba siendo atacado en los mercados a los que definió como “manada de lobos”. En realidad, parafraseando una controvertida definición de Borges, los mercados no son ni buenos ni malos, son incorregibles. Además, por naturaleza, no expresan una opinión unívoca. Más aun, la misma posición (todos “tomadores” o “vendedores”) llevaría a un mercado sin operaciones. Warren Buffet dice que las grandes fuerzas que mueven los mercados son de un lado, la codicia y el miedo, del otro. Expresan entonces un arbitraje de visiones opuestas. Es cierto que se adelantan a los acontecimientos, pero a veces se equivocan. Pueden ser temibles cuando prevalece una postura fuerte contra una moneda o la deuda de un país. Más todavía cuando la apuesta se apalanca con instrumentos como los CDS (credit default swaps), que Buffet llamó “armas financieras de destrucción masiva”. George Soros explica que “permiten a sus tenedores tomar un seguro de supervivencia de una compañía o un país, que se convierte en una licencia para matar”.
Mientras en los Estados Unidos la crisis pudo (hasta ahora) controlarse con el auxilio de fondos públicos –principalmente al sistema financiero– a lo que se sumó políticas anticíclicas consistentes, en la Eurozona estas últimas no empujan en la misma dirección. El gran paquete de ayuda, que permitió por primera vez al Banco Central Europeo comprar bonos de los países “atacados por los lobos”, fue un triunfo para las naciones del Club Med, acaudilladas en la ocasión por Francia. Su ministra de Economía, Christine Lagarde, criticó la política germana de contención salarial, que sacrifica la demanda interna en pos de las exportaciones.
En su comunicado de abril, el G20 abogó por “mantener el apoyo hasta que una recuperación firme pudiera ser manejada por el sector privado”. Pero en un nuevo encuentro, la posición cambió al dar la bienvenida a los últimos anuncios sobre reducción de los déficits y declarar que “aquellos países que enfrentan serios desafíos fiscales necesitan acelerar el paso de la consolidación”. Krugman denuncia el giro en su blog: Los halcones del déficit han tomado el G20.
El miércoles, la Comisión Europea reclamó a España y a Portugal recortes de gasto adicionales para el 2011. Dos días antes, el Frankfurter Allgemeine Zeitung lanzó la hipótesis de que Bruselas, a pedido de España, preparaba un plan de rescate y el secretario de Hacienda español, Carlos Ocaña, declaró que el objetivo de un déficit del 6% para el 2011 ya era “tremendamente ambicioso”. Los bonos españoles registran una tasa del 4,67% superior a la de Grecia y Portugal.
El portavoz comunitario, en sintonía con el gobierno español, desmintió el supuesto pedido de rescate. El mismo día, Rodríguez Zapatero contraatacó con su proyecto de “prueba de solvencia” para la banca hispana. El presidente del Deutsche Bank había confesado su poca simpatía por los tests al sistema financiero. En su momento, las “pruebas de stress” en los bancos norteamericanos (y su evaluación benevolente por la autoridad de control) ayudaron a la capitalización bancaria y fueron un hito en la incipiente recuperación.
El jueves, en su reunión de Bruselas, los jefes de Gobierno o de Estado de la Unión Europea declararon de modo unánime su confianza en las finanzas de España. Interrogado Nicolás Sarkozy sobre si la cuestión le provocaba alguna inquietud, respondió “no”. Ante la desazón por la sobriedad de la respuesta, aclaró que cualquier cosa que añadiera al “no” podría confundir su clara esencia, pero concedió: “Pueden poner ‘no, no, no’”. En la reunión, Rodríguez Zapatero informó que el día anterior había logrado vender bonos por 3.700 millones de dólares. La tasa sigue en alza; ahora es del 5%.
Intriga la tasa. Los bonos tienen el respaldo implícito de los 750 millones de euros del Fondo Comunitario. La ayuda –si se necesitase para servir a la deuda– está disponible. El FMI, monitor primario para el caso, puede ponerse más exigente con las comisiones. ¿Por qué el mercado no reacciona y exige una tasa que dobla con creces a la germana? Los halcones del déficit verían con gusto la perspectiva, y si los mercados compartiesen este optimismo, la tasa exigida debería bajar en lugar de subir.
Adelanto que el asunto merece la debida atención. Continuará.