COLUMNISTAS
lenguaje y emocion

De finales, mutilaciones y partidas

Rafaelspregelburd150
|

Shakira y Antonito separan aguas. Pretenden dejar una nota clara a la posteridad, seguramente hartos de estar en la mira fácil de todas las opiniones. Se organizan y dejan una carta en Facebook. Sospecho que la carta está en inglés, pero habiendo Google Translator, se publica en cuasicastellano. Lo que pretendía ser una aclaración social, empresarial, afectiva termina siendo un mensaje de locura. Un rulo en el que el lenguaje muestra que toda lengua –y toda desviación– habla en primer término de sí misma.

Un taxista despierta en su cama. Son las 9:15. Siente que le falta algo. Súbitamente descubren –él y su mujer– que alguien le ha cortado el pene. A él. Ninguno de los dos sabe qué pasó. El diario –en un acto poético, carveriano– evade cualquier organización histórica de los acontecimientos (porque no los tiene) y aporta en cambio infografía de genitales y corte con línea de puntos. Otro rulo: lo más fascinante del discurso no es lo que se dice, sino lo que se omite.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

El cielo se enfurece. Caen rayos en Luján y en Quilmes. Mis sobrinos viven en Luján. Se ajustan a la descripción de los dos niños muertos en un campamento. Leo en el diario con desesperación. ¿Dónde era el campamento? ¿En Luján o en Quilmes? De este dato básico depende que mis sobrinos tal vez –en el lenguaje– estén muertos. El campamento se llama Cura Brochero y es religioso. Salvados. Mis sobrinos no pueden ser. Los chicos estaban en la pileta y los hicieron salir del agua. Pero cuando fueron a buscar sus cosas bajo los árboles, el despiadado cielo los encontró allí. Aquí no es el lenguaje directamente, en su incapacidad de traducir(se) o en su afán de omitir; aquí es la forma paradojal de presentar los acontecimientos (que son todos a la vez) la que organiza la catástrofe.

La semana, agitada de premura, se nos lleva a María Elena Walsh. ¿Por qué es para todos nosotros un asunto tan íntimamente personal? ¿Qué es lo que se va con ella? ¿Es el recuerdo de la niñez, arrancada de repente? ¿De mi madre, que me cantaba al oído la Serenata para la tierra de uno? Yo, que fui un chico bastante pobre, no tenía sus discos. ¿Cómo es que conozco de memoria sus canciones? ¿Se lo debo a la buena memoria de mi madre, que me las cantó? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que alguien vuelva a componer canciones así, que perduren en todo un pueblo gracias a ese rito del lenguaje que consiste en cantar en el oído de un niño para que se duerma sin temores? ¿Me dormía yo sin temores? Las canciones que más me gustan son de una tristeza alarmante. Esta mañana mi mujer, que tiene la voz más hermosa del mundo, me cantó al oído Los castillos y tuve que contenerme para no llorar.

La semana me venía dictando lo mismo de siempre: “Sólo existe lenguaje”. Pero hoy pienso en la partida de María Elena, que es individual y es colectiva, y junto esperanzas de que exista algo más, algo que no sea sólo lenguaje. Algo inasible, que se cuela entre las palabras, entre las rimas. Es eso de lo que pretendemos hablar siempre y que no alcanzamos jamás.