El Gobierno nacional perdió la iniciativa en la calle, y también en los medios de prensa. Lejos de controlar el clima de opinión prevaleciente, lo sufre. Este gobierno, que se construyó en primer lugar a partir de la opinión pública y luego con votos, para empezar después a edificar su andamiaje de poder, hoy parece condenado a ser un típico régimen de poder que se ejerce en una atmósfera de malestar social. Las encuestas documentan ese clima de desencanto en todos los segmentos sociales. Reflejan también el escaso apoyo que recoge el Gobierno en sus proyectos controvertidos, como la Ley de Medios, la reforma judicial o la re-reelección.
Ante esa situación, no son pocos los que se apuran a formular conjeturas electorales, buscando extraer una conexión lineal entre ese clima de opinión y el voto. Un gobierno que está a la defensiva ante la sociedad –se razona– y da pelea desde ahí, sin cosechar mayores apoyos, no puede salir bien en una elección nacional. Es una conclusión apresurada. En esos razonamientos se sobredimensionan algunos aspectos de la situación y se dan por sentadas premisas que todavía están por establecerse.
La realidad es que la calle es un indicio de la intensidad de los sentimientos de la gente que se vuelca a ella, pero no tanto de la cantidad de ciudadanos que sostienen esos sentimientos. Lo mismo sucede con el rating televisivo. El millón de personas volcadas a la calle, los treinta puntos de rating de Lanata, sugieren un público muy activado en la expresión de sus sentimientos del momento. Es posible –aunque no seguro, desde luego, pero eso no lo sabemos– que entre esas personas haya una proporción que en 2011 dio su voto a la Presidenta. Mi presunción es que se trata mayoritariamente de quienes ya estaban alineados en el espacio opositor. Si así fuera, el efecto electoral podría ser menos significativo; los votos se cuentan uno por uno, no se miden por la intensidad de las intenciones de los votantes.
La sociedad estaba segmentada en 2011 en términos que están todavía vigentes, y que no son tan sólo los de opositores activos y oficialistas silenciosos. Para ponerlo en grandes pinceladas, el 30% de los votantes se manifestaba kirchnerista convencido, otro 30% antikirchnerista igualmente convencido; el restante 40% no era ni lo uno ni lo otro, eran indefinidos cuyo voto se define circunstancialmente. La aritmética simple sugiere algo que las mediciones confirmaban: una proporción importante de ese 40% de indefinidos votó a la Presidenta, contribuyendo sustancialmente al 54% con el que obtuvo la victoria; y muchos de ellos además valoraban su gestión.
Si esas personas estuviesen muy predispuestas a aceptar argumentos fuertemente contrarios al Gobierno no habrían quedado, en esa clasificación de opiniones políticas, en el lugar en que quedaron. Por definiciión, los argumentos que sintonizan con lo que piensan no son ni los del oficialismo ni los de la oposición.
Hay otras evidencias que confirman esto. Los dos dirigentes con mayor valoración en las encuestas son Scioli y Massa, precisamente los dos mayores cultores de la ambigüedad explícita frente al Gobierno. Ellos sintonizan mejor con esa enorme masa de ciudadanos indefinidos. Los que siguen debajo de ellos entre los dirigentes que no son oficialistas resultan ser –bastante por debajo– Binner y Macri, los menos definidamente opositores en el amplio espectro opositor.
La imagen de la Presidenta está por encima de estos dos dirigentes, aunque por debajo de los dos primeros, y es el único referente nacional del oficialismo en calificar bien.
Este cuadro habla de la dispersión opositora, y en todo caso dice algo también acerca del débil posicionamiento de muchos dirigentes opositores.
Lo más relevante es que el segmento oficialista cuenta con un referente muy fuerte –la presidenta Cristina– y el segmento indefinido cuenta con dos referentes muy fuertes –Scioli y Massa–, mientras el segmento opositor todavía necesita algún líder con esa capacidad de sintetizar una diversidad de expectativas en una oferta electoral atractiva.
Por ahora, los dirigentes opositores están más bien disputando los votos de esa masa de ciudadanos que se sienten anti K y que están dispuestos a salir a la calle, protestar y sintonizar la audición de Lanata el domingo a la noche.
Algunos pueden suponer que el efecto de estos hechos terminará siendo la migración de ciudadanos del 40% del medio al campo opositor y que, se presume, dejarán entonces de valorar a Scioli o a Massa como hoy lo están haciendo –a menos que éstos también se vuelquen a ese espacio, aumentando la diversidad de la oferta que podrá competir por sus votos–.
El fiel de la balanza sigue estando en el espacio del medio. Percibo en las filas de la oposición poca voluntad de diálogo con quienes se ubican allí.
*Sociólogo.