COLUMNISTAS
intervencion en libia

De la ONU a la OTAN

Los cambios en la fuerza militar más grande del mundo. De su enfrentamiento en la Guerra Fría a las acciones militares de la actualidad. Estados Unidos y sus aliados.

default
default | Cedoc

Las indefiniciones de estos días en las crisis que se desarrollan en el mundo, nos dan tiempo para reflexionar más allá de lo inmediato. A pesar de la gran difusión de la palabra “globalización”, no estoy seguro de que apreciemos lo que el fenómeno implica para nuestras vidas. A menudo seguimos pensando y actuando como si fuéramos una burbuja, donde lo que sucede afuera es más bien un espectáculo.

La globalización implica muchas cosas, pero quizás lo más importante es que lo que sucede afuera está adentro, el mundo ingresa a nuestras vidas con la misma celeridad que los fenómenos que nos son cercanos. Nuestro vecino es el mundo.
Cuando no advertimos esta gran transformación mundial, creemos que lo que sucede allí afuera sigue siendo algo que nos toca lejanamente. No está demasiado claro, por ejemplo, por qué los sucesos del mundo árabe nos afectarían.
Estimado lector, lo que acontece en el mundo hace a nuestras vidas. La decisión de un banquero en Tokio puede tener más impacto sobre nuestra situación financiera que la que toma el banco más importante en nuestro país. El cuestionamiento de la energía nuclear puede afectar a los proveedores de combustibles tradicionales. Los millones de millones de dólares gastados por Estados Unidos en sus guerras del siglo XXI no son indiferentes para la economía mundial ni para la nuestra.

Vivimos en un mundo donde la última razón no es la razón, sino la fuerza. Más allá de nuestros gustos y valores, el mundo es un sistema en el que el tipo de relación dominante es una relación de fuerza. Esto no implica que sólo sean fuerzas militares: también cuentan –y mucho– los recursos económicos, tecnológicos y comunicacionales. Pero a la hora de la verdad, la capacidad militar determina quién logra que los otros hagan lo que uno quiere y que no estuvieran dispuestos a hacer por sí mismos. De eso se trata el poder, tal como lo definió Bertrand Russell.
Este sistema mundial donde la fuerza regula las crisis y los conflictos, incluso los no militares, es una advertencia inmensa acerca de los límites de nuestra soberanía y de las tareas que habría que emprender de inmediato cuando se vive fuera de las grandes potencias militares. Comprender la realidad no significa en absoluto aceptarla como destino. Entre los pragmáticos, la realidad se convierte en objetivo. En política, la realidad nos da el conocimiento de cómo lograr nuestros objetivos.

Un efecto colateral de lo que sucede en el mundo árabe que nos afecta se refiere al nuevo papel de la OTAN en la organización del sistema mundial. En la crisis de Libia, la OTAN, alianza militar, se hizo cargo de las operaciones, reemplazando a las Naciones Unidas, organismo político. La OTAN nació al comienzo de la Guerra Fría y consistió básicamente en un tratado para la asistencia recíproca militar entre europeos y estadounidenses con el objetivo de organizar Europa ante la amenaza de la Unión Soviética. Si uno de sus miembros era atacado por un país del Tratado de Varsovia (la OTAN pero del bloque soviético), los países miembros responderían mancomunadamente. Para esa época, la naturaleza de la amenaza era militar, debía ejercerse sobre el territorio de sus 12 miembros y provenir de alguno de los países del Tratado de Varsovia.
Pero la OTAN de abril de 1949 ya no es la OTAN de abril de 2011. Ahora el ataque puede venir de cualquier lado del mundo y la amenaza no tiene que ser sólo militar. Las reformas introducidas en la doctrina se hicieron en Lisboa en abril de 1999, al celebrarse sus 50 años.

Estos cambios de territorio sitúan hoy a la OTAN como una organización militar con facultades para intervenir en cualquier lado por cualquier motivo. Vayamos a los textos que sostienen esta afirmación. El tratado de 1949 definía claramente cuando la OTAN actuaba. “Las partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas en Europa o en Norteamérica será considerado un ataque contra todas ellas y, consiguientemente, acuerdan que, si un ataque ocurriera, cada una de la partes (...) apoyará a la parte o las partes atacadas usando individualmente o de forma concertada (…) las acciones necesarias” (art. 5 del Tratado del Atlántico Norte). En breve, si había un ataque armado a sus territorios, los miembros del tratado respondían solidariamente en consecuencia.
Cincuenta años después, los jefes de Estado o Gobierno de las partes del Tratado acordaron ampliar considerablemente estas funciones. “La seguridad de la Alianza está sujeta a una amplia variedad de riesgos militares y no militares, los que son multidireccionales y con frecuencia difíciles de predecir. Estos riesgos incluyen incertidumbre e inestabilidad en y alrededor del área euro-atlántica y la posibilidad de crisis regional en la periferia de la alianza, las que pueden evolucionar rápidamente... Algunos países en y alrededor del área euro-atlántica enfrentan serias dificultades económicas, sociales y políticas. Enfrentamientos étnicos y religiosos, disputas territoriales, esfuerzos inadecuados o fallidos para realizar reformas” (el resaltado es mío).

Ya no son las cancillerías las que tratan de las relaciones mundiales sino los Ministerios de Defensa. Para Estados Unidos, no es la secretaria de Estado, Hillary Clinton, sino Robert Gates, secretario de Defensa norteamericano, quien tiene una creciente responsabilidad en el manejo de las relaciones mundiales.
Este tema no le es ajeno ni a usted ni a mí. Repasemos las atribuciones de la OTAN y pensemos juntos si un país que posee una inmensa capacidad de producción de alimentos, una de la principales fuentes de agua dulce y grandes capacidades energéticas –en un mundo que pronto verá con grave preocupación la crisis de abastecimiento en esas áreas– puede estar comprendido en el infinito espectro de cosas que preocupan a la seguridad de la Alianza. En un mundo que nos parece lejano no pensaremos estrategias para influir en él y dejaremos entonces que éste afecte nuestras vidas al margen de nuestra voluntad.
En el transcurso de los próximos días volverá la urgencia de la realidad: cómo se resuelve Libia, la evolución en Siria y Yemen, la conclusión de la crisis en Costa de Marfil y la crisis norteamericana donde, a la hora de escribir esta nota, se observaba la presión al presidente Barack Obama para cerrar el funcionamiento de la mayor parte del gobierno federal.