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De la utilidad de la historia

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Hubert Damisch estudió filosofía –de hecho hay quienes todavía lo definen como “filósofo”– pero, al igual que su maestro, Erwin Panofsky, se especializó en estética e historia del arte –y nadie llama filósofo a Panofsky–. Damisch tiene un libro formidable, que inexplicablemente sigue inédito en español, llamado Teoría de la nube, donde básicamente repasa las representaciones pictóricas de las nubes en los fondos de las pinturas de Occidente, de Giotto a Cézanne. No soy el indicado para llevarlo a cabo, y es por esa razón que propongo que alguien escriba una historia de la representación de la manzana en la historia de la pintura occidental, de Giotto a Magritte. El tema no es tan trillado como parece a simple vista y depararía más de una sorpresa, estoy seguro.

Ya conocemos de sobra la desgracia ocurrida en el Paraíso Terrenal: todavía la humanidad llora deplorando la invitación de Eva y la aceptación de Adán a comer la manzana. Según la tradición, pero sin ninguna confirmación por parte de las Sagradas Escrituras, aquella era la fruta del Arbol del Bien y del Mal. Esto quiere decir que, a ciencia cierta, no podemos confirmar que el árbol en cuestión se tratara, efectivamente, de un manzano (lo que sí podemos afirmar es que el Gran Hacedor destinó aquel árbol pueril a un fin que, dado que estaba establecido por El, no podía sino llevarse a cabo). Lo cierto es que la representación pictórica, desde hace más de dos mil años, nos hace ver una manzana como el objeto en cuestión, pasando de una mano a otra a convertirse en el símbolo de la caída del hombre (quizá por influencia en los primitivos artistas cristianos de la imagen clásica del árbol de las manzanas de oro de Hespérides –que habían sido puestas por las tres hijas de Atlas bajo la vigilancia de un dragón de cien cabezas, a quien Hércules mató, apoderándose de las manzanas y realizando así el Trabajo de Hércules número 11–). Extrañamente, cuando la misma manzana aparece en la mano del Niño Jesús, el artista está aludiendo invariablemente a su futura misión como redentor. Un significado semejante tiene la manzana en la boca de un mono (pero la historia del arte no ha podido todavía dar cuenta de por qué). La manzana, por otra parte, representa los atributos de la vigilancia divina personificada, y otras veces quiere representar a las arpías que acompañan a la avaricia (pensemos en las brujas de los cuentos de hadas, que siempre enarbolan en la mano una suculenta manzana envenenada).

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De cualquier forma, lo que podemos ver es que el hecho aquel, a pesar de las desagradables consecuencias, transmitido por la historia y conocido hasta por los más desapacibles ignorantes que habitan el planeta, no ha enseñado a los hombres a privarse de manzanas. Con lo cual queda definitivamente demostrado que la historia no sirve para nada.