Como decía aquel viejo personaje cómico: “Antes de hablar quisiera decir unas palabras”.
Como ustedes saben, he sido honrado con la designación de vicepresidente del Banco Nación, como parte del equipo de Carlos Melconian en particular, y del presidente Macri, en general.
En ese contexto, éste es mi último panorama económico del domingo para PERFIL.
Quiero aclarar que no he recibido “censura” alguna para emitir libremente mis opiniones sobre la situación económica argentina.
Sin embargo, y dado que algunas veces he tenido que opinar sobre las medidas de política económica que se instrumentan, considero que cuando uno es parte de un equipo, las opiniones sobre las acciones de ese equipo deben ser vertidas, en principio, internamente y no en público.
Quiero, además, agradecer a toda la extraordinaria familia de PERFIL, por la libertad con la que he podido expresarme siempre. Una cuestión que debería haber sido “normal” se convirtió, lamentablemente en este tiempo, en excepcional.
Dicho todo esto, ahora vienen las palabras.
La economía argentina requería un cambio de precios relativos. Tantos años de “no precios” nos han hecho perder la perspectiva de que en una economía de mercado, las señales que emiten los precios son fundamentales para la toma de decisiones. Es más, fue precisamente la insistencia del kirchnerismo en imponer esos “no precios” lo que nos ha llevado al estancamiento actual. Estancamiento en niveles altos, es cierto, pero estancamiento al fin.
Obviamente, cuando se habla de un cambio de precios relativos, la idea es que tiene que cambiar la relación entre el precio de un bien o servicio respecto de otros bienes o servicios.
Obviamente también, el precio relativo fundamental que tenía que cambiar es el del dólar respecto del peso y de todos los bienes y servicios valuados en pesos. En realidad, como ya comentamos ampliamente, lo que tenía que cambiar era el “no precio” del dólar oficial K para sincerarse en el “sí precio” del dólar oficial M.
Pero el precio relativo dólar/peso se determina, básicamente, en el mercado de pesos. Y allí, simplificando, intervienen dos variables. La emisión de dinero por parte del Banco Central y la tasa de interés. La primera, en estos años, fue, también como comentamos largamente, “hija” de un déficit fiscal descontrolado. Bajo el lema “la emisión no genera inflación” sostenido, salvo breves períodos, por una seguidilla de irresponsables directorios del Banco Central que, convertidos en una estudiantina militante, olvidaron el objetivo de defender el valor de la moneda y se dedicaron a financiar la fiesta populista, la Argentina vivió otro período de destrucción de su moneda. La segunda, la tasa de interés, también se convirtió en un “no precio”, y para ello hizo falta el cepo, instrumento que permitió romper la relación macroeconómica entre tasa de interés, tipo de cambio, reservas y cantidad de dinero.
La “no relación” entre el “no precio” del dólar y la no tasa de interés fueron, en ese sentido, componentes centrales del desastre macroeconómico de
estos años.
De allí que la primera tarea de reconstrucción a la que debió abocarse el Banco Central, junto con el sinceramiento del precio del dólar, ha sido la de empezar a construir un valor para la tasa de interés compatible con el nuevo contexto macro.
Y allí entra el segundo componente del mercado de pesos. La emisión monetaria. Para recuperar un mercado de pesos sano y una moneda local en cuyo valor confiar, el Banco Central tiene que poder armar su propia política monetaria. Y armar su propia política monetaria implica financiar menos al Tesoro.
La clave, entonces, como siempre, pasa por el frente fiscal. El presupuesto nacional, el federalismo, la estructura de impuestos y gastos, el déficit y cómo se paga.
En síntesis. Tenemos que pasar a un país con moneda propia, precios verdaderos para bienes y servicios, que tienen que caer en dólares, y no necesariamente en pesos constantes. Está claro que los primeros tiempos serán complejos. El nuevo mapa de precios relativos alentará nuevas inversiones y nuevo empleo genuino, pero nada es instantáneo y habrá que ayudar a los más necesitados.
Pero sin los precios verdaderos, el país no arranca. Sostener lo contrario es parte del relato que tenemos que dejar atrás.
Por último, gracias a ustedes, lectores, por el aguante y hasta pronto.