Durante la campaña presidencial en Ecuador, que hoy se define, se reiteraron las promesas huecas, acusaciones, agresiones y golpes bajos habituales en casi toda América Latina. Populistas y liberales disparando detrás de un muro o cargando contra la barrera, según estén saliendo o entrando al gobierno. Ocultando o tergiversando las cifras y los hechos, defendiendo “los progresos realizados”, mientras el rival denuncia la crisis con datos verídicos que luego, en el gobierno, ocultará o tergiversará.
El trasfondo cambiante de este fenómeno a la vez trágico y farsesco es en un caso alta inflación, moneda depreciada, déficit fiscal, agotamiento de las reservas y aislamiento del mundo. La ineficacia, el derroche y la corrupción; la politiquería populista. En el otro, escandalosos beneficios a empresarios y alto endeudamiento; el paquete vendido como “inversiones y apertura al mundo”. El clasismo y la corrupción liberal; de otro estilo –aunque ya no tanto– pero corrupción al fin. En uno y otro caso el país no encuentra el rumbo económico, mientras las clases media y bajas acaban viendo esfumarse el último espejismo. Los casos de Brasil, Argentina, Venezuela y México son ejemplares. Con diferencias, pero el mismo fondo: ceguera e ineptitud ante la crisis mundial.
En Venezuela, democristianos y socialdemócratas se alternaron durante décadas en el gobierno disfrutando de altísimos ingresos petroleros, pero todo acabó en el “caracazo” de 1989. El país seguía importando el 60% del consumo interno y desde la crisis del petróleo de los 70, se había endeudado. “Las masas”, que no habían salido de pobres, se encontraron aún más empobrecidas y acabaron salvajemente reprimidas cuando salieron a protestar. Resultado: la populista “revolución bolivariana”, que a su vez, después de otra década de fabulosos ingresos petroleros y mayoría política absoluta, no sólo olvidó industrializar el país, sino que está endeudada hasta las cejas y casi sin reservas. En el país del petróleo escasea el combustible, además de la mayoría de los productos de primera necesidad. El deterioro económico y social, y la inescrupulosidad bolivariana ante la pérdida de consenso explosionan la violencia política.
Este último aspecto es el más inquietante del círculo vicioso. En todos estos países la corrupción política, institucional y privada ha alcanzado cotas de esperpento; la delincuencia común y el narcotráfico, de tragedia. Es el caso de Brasil, Argentina y México, para citar a los más grandes. México es el que se lleva la palma en materia de violencia: 55.325 asesinatos sólo entre diciembre de 2012 y junio de 2014 (http://www.excelsior.com.mx/opinion/martin-moreno/2014/07/29/973354). 120 periodistas asesinados en los últimos 25 años (www.eluniversal.com.mx). Los otros países van por ese camino.
Con características distintas, pero un trasfondo económico similar –desempleo, endeudamiento, presión migratoria, etc.–, el fenómeno se repite en los países centrales, donde populistas de extrema derecha o autodeclarados de izquierda amenazan con alterar el “orden y progreso” liberal-socialdemócrata instalado desde el final de la II Guerra Mundial. Ocurre que el progreso está en franco retroceso desde hace tres décadas, lo que explica el desorden político y social. En los 60, cuando el capitalismo todavía era inclusivo y se expandía el Estado de bienestar, nadie hubiese imaginado a un Donald Trump presidente de Estados Unidos; al xenófobo Geert Wilders segundo en las elecciones legislativas holandesas y a Marine Le Pen disputando el primer puesto en las presidenciales francesas. O que un socialista, François Hollande, acabaría siendo el presidente menos popular de la V República y el primero en no presentarse a reelección.
“Es la economía, estúpidos”, espetó alguien hace poco. Otro fue más preciso, hace ya siglo y medio: “Es la distribución de la renta”…
*Periodista y escritor.