Si me preguntaran si soy “gorila”, en su sentido político habitual, respondería que esa palabra no pertenece a mi léxico, sino al léxico peronista y, puesto que no soy peronista (tampoco antiperonista), rechazaría la pregunta por improcedente. Es cierto que este término despectivo (como el “boludo” entre los jóvenes) se ha desgastado y ha perdido fuerza ofensiva. El socorro que pueden otorgarle calificativos anexos como “gorila de izquierda” o “gorila de derecha” es nimio. Parecería que no hay que exacerbarse mucho si uno es, ocasional o sistemáticamente, destinatario de esa palabra.
Pero una buena cantidad de apelativos denigratorios con que se solía (y, en parte, se suele) calificar a miembros de las clases populares peronistas, y a los peronistas en general, fueron en su momento objeto de durísimas críticas, casi desterrados del habla cotidiana y más aún de los discursos públicos.
Abomino de la costumbre de descalificar a grupos políticos, étnicos o simplemente extranjeros con nombres de animales a los que se detesta por considerarlos repugnantes, predadores o tontamente inofensivos. Los nazis llamaban “ratas” a los judíos, los castristas cubanos califican de “gusanos” a los opositores. No es sólo un insulto inmerecido a determinados colectivos humanos: es también un insulto a los animales, “reino” del cual el homo llamado por antífrasis sapiens (Lévi-Strauss) se considera, con supina ignorancia, excluido.
Hay, sin embargo, excepciones excusables: los “ocho monos” que menciona León Gieco en la canción Los Orozco son exigidos por las reglas de la escritura –justamente– monovocálica. Y, por otra parte, el sentido con que utilizan en la conversación el término “gorila” los peronistas no conlleva siempre connotaciones indignas. Así pues, no me queda más remedio que adherir, como lo he hecho tantas veces, al buen humor resignado de Beatriz Sarlo quien, para mostrar que no vale la pena sulfurarse, acaba por tildar a Jorge Coscia de “gorila peronista”.
*Sociólogo.