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Definiendo el cambio político

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Hablar de cambio en la Argentina de 2015 resulta inconveniente para la política tradicional, acostumbrada a la discreta y silenciosa mediocridad de vivir y dejar vivir de lo público o a una explícita y desvergonzada maquinaria de hacer negocios en interés propio y de amigos. Por ello tanta resistencia, tanta necesidad de generar temor y de encasillar o vincular cualquier alternativa política distinta a la vigente con gobiernos o ideas que fracasaron en el pasado, neoliberalismo o timorato progresismo.
Todo proyecto político nace de una idea. Las ideas siempre parten de algo conocido y se sustentan en lo existente. Esto mismo sucede con la idea de desarrollar una forma distinta de hacer política y aquello que gira, bajo distintos términos y persiguiendo distintos objetivos, alrededor de la idea del cambio político o cambio de modelo.
Toda época, toda persona, todo contexto muta en el tiempo. Más allá de patrones históricos, políticos, ideológicos, sociales y económicos que facilitan la interpretación de los hechos, las ideas y propuestas son siempre distintas porque la realidad también cambia. Nada ni nadie nos garantiza que una realidad se mantenga inmutable en el tiempo ni nos obliga a quedar presos de una realidad que no deseamos.
El cambio en la política se construye sobre las personas y con las personas. Con sus nombres y apellidos, historias, necesidades, aptitudes, inquietudes, capacidades y limitaciones. Las mismas personas que hoy viven, sufren, festejan, trabajan, disfrutan, tienen hijos, necesitan ayuda, son más o menos habilidosas, hombres, mujeres, variantes, blancos, negros, nacidos dentro de los límites de este territorio o fuera de él, chetos, villeros, cucuruchos, clásicos, campesinos y citadinos. Sobre esta base la vía de cambio que propongo refiere al rumbo hacia donde nos dirigimos y a la forma de acercarnos a él. Rumbo que siempre deberemos verificar y corregir dado que el blanco es móvil. La política siempre es camino.
El cambio no significa romper con el pasado. Ni remoto ni reciente. Despejando el temor que pretenden infundir aquellos que viven atornillados al poder y lo público como un negocio, ni siquiera hablo de una nueva dirección que todo lo modifica ni del retorno a una dirección o pasado ya transitado.
Podemos pensar en una Argentina solidaria, alegre, dinámica, moderna, justa, segura y feliz. Que mire de frente al futuro y participe de las transformaciones del mundo. Para ello debemos estar dispuestos a hacer a un lado las luchas del pasado, abandonar la cultura del prejuicio, la discriminación y el enfrentamiento y conflicto como forma de iniciar y culminar la interacción social. Dispuestos a unirnos.
La solución a nuestros problemas no llegará por el lado de recetas preconcebidas ni de definiciones dogmáticas o prejuicios ideológicos. Mucho menos de lucha y confrontación. El cambio, siempre limitado y perfectible, llegará por la vía del diálogo, la reducción de la pobreza, el trabajo, los consensos, el conocimiento específico, la voluntad de ruptura creativa, la capacidad de escuchar, la ejemplaridad pública y, sobre todo, del compromiso por hacer.
Es hora de asumir el desafío. Trabajar lo público para el bienestar de todos, entre todos. Con acciones concretas, solidaridad y sensibilidad, prefiriendo los hechos a las palabras, la acción y la actitud ejemplar al discurso dogmático, las personas a las ideologías y la moderación y el equilibrio al fanatismo extremo. Prefiriendo lo abierto y dinámico, que incluye e integra, a lo cerrado y estático, que excluye lo que queda fuera y limita la posibilidad de cambio. Ni nueva ni vieja, ni izquierda ni derecha, ni populismo ni neoliberalismo, ni miedo ni temor: una forma diferente de hacer política. Con sustento en la Constitución y sus instituciones republicanas. Al servicio de las personas, del pueblo argentino.

*Ex presidente del Consejo de la Magistratura, CABA, Autor del libro 19 motivos. Ensayando el cambio político.