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Del Atlántico al Asia Pacífico: Las nuevas fronteras de la globalización

La emergencia de nuevos poderes y de un mundo multipolar da lugar a que surjan nuevos protagonistas con capacidad de impulsar una nueva normatividad internacional.

Trump Ken Temes
Dibujos de Temes | Pablo Temes

Más allá de los titulares del Brexit, del triunfo electoral de Trump o de los dramáticos acontecimientos de la guerra civil en Siria, el mundo vive una serie de movimientos tectónicos que marcan el nacimiento de un nuevo orden mundial. De hecho, vivimos en un mundo en transición, dónde la difusión de las formas de poder tradicional están asociadas tanto a la emergencia de nuevos polos de poder como a nuevas modalidades de conceptualización de las complejas relaciones entre poder económico, político y militar. Emergen y compiten, en consecuencia, nuevas visiones globales, y se perfila un nuevo mapa geopolítico de quiénes son los que establecen y formulan las nuevas reglas de juego internacional y quiénes son las que las reciben y aceptan pasivamente, o se rebelan contra ellas. Es así que surgen múltiples narrativas para interpretar la transición, generalmente ancladas en intereses nacionales o enfoques regionales.

Mientras que la economía internacional presenta un panorama global frágil, en el que las economías desarrolladas se recuperan más lentamente de lo esperado y el comercio global se ha ralentizado, se hace patente que, desde la crisis de 2008, los principales países desarrollados de la Cuenca Atlántica -la Unión Europea y los Estados Unidos- han tenido un crecimiento limitado, mientras que las economías emergentes (tanto China y los países del Asia Pacífico como la India) han sostenido un crecimiento económico superior, así fuere menor a años anteriores. En la última década, el dinamismo económico en el ámbito comercial y financiero mundial ha tendido a desplazarse de la Cuenca del Atlántico al Asia Pacífico, motorizada por China que, de ubicarse como la segunda economía mundial después de los EEUU, puede convertirse -de acuerdo a la mayoría de las proyecciones- en la primera economía mundial.

Este desplazamiento habla de cómo después de más de varios siglos de concentración de poder en Occidente, reflejado tanto en su predominio en formular las normas y reglas internacionales como de imponer una agenda global, la emergencia de nuevos poderes y de un mundo multipolar da lugar a que surjan nuevos protagonistas con capacidad de impulsar una nueva normatividad internacional. Consecuentemente, este desplazamiento da lugar, asimismo, al progresivo traslado de los focos de la generación de instituciones, bienes globales y normas internacionales hacia el Asia Pacífico y, eventualmente, hacia el Sur Global.

Por otra parte, en el marco del actual debate sobre el agotamiento de la globalización, modelada sobre la base de concepciones y valores occidentales y fuertemente cuestionada por actores no-estatales por sus efectos sociales y ambientales perversos, pareciera que se desarrollan, en forma paralela o complementaria, nuevas formas de la globalización no necesariamente asociadas con el eje atlántico.

Las narrativas regionales dan cuenta de este proceso, con su fuerte acento regional y bajo nuevas modalidades, al punto que China plantea una globalización en sus propios términos, en tanto considera que esta la ha beneficiado en el pasado y no ha afectado ni su sistema político ni su modelo de desarrollo económico.

En este sentido, el desplazamiento señalado se ilustra cabalmente con la paralización del tratado atlántico de inversión y comercio (TTIP) que se avanzaba entre la Unión Europea y los Estados Unidos, y la decisión del recientemente electo presidente estadounidense de cancelar el tratado transpacífico (TTP) de libre comercio en el marco de un planteamiento anti-globalización, a la que se suman tanto su decisión de revisar el acuerdo de seguridad de la OTAN como sus simpatías con Rusia, que replantean, en el plano geopolítico, las relaciones entre los principales actores atlánticos.

En este contexto, el anuncio de la suspensión del TPP por parte de Trump dio lugar, en la reciente cumbre de la APEC, a dos reacciones distintivas por parte de los países participantes. Por un lado, la expresa decisión de muchos (incluyendo algunos de los países latinoamericanos miembros de la Alianza del Pacífico) de avanzar con el TPP con o sin EEUU y, por otro, una marcada receptividad a la propuesta del presidente Xi de China de invitarlos a incorporarse a una asociación regional económica comprensiva (RCEP) en curso en Asia y, eventualmente a un acuerdo de libre comercio de Asia Pacífico (FTAAP), dos esquemas promovidos por China sin la participación de los EEUU. A diferencia de los acuerdos de libre comercio impulsados en Occidente, éstos se concentran en las rebajas arancelarias y no toman en consideración las regulaciones laborales y ambientales y las medidas no-tarifarias.

Significativamente, estos dos acuerdos se complementan con otra iniciativa china -la “ruta de la seda” (“onebelt, oneroad”) impulsada en el ámbito euroasiático- para vincular, a través del comercio y de la conectividad, la región más occidental de su territorio, con Rusia, Asia Central y, eventualmente Europa, tanto a través del desarrollo de una serie de vías terrestres como de una vía marítima.

La nueva visión rusa de una Eurasia articulada en torno a estas tres regiones en contraposición a Occidente da lugar, a la vez, a una alianza que se ha expresado, tanto en términos de seguridad como más recientemente en términos comerciales, en la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), a la que se incorporarían Irán, Paquistán y la India, como lo puso en evidencia una reunión casi desapercibida realizada en septiembre de este año en Bishkek, Kirguistán, orientada a integrar las cadenas productivas de la región euroasiática. La OSC se plantea explícitamente una vinculación con la RCEP.

Junto con las iniciativas comerciales, la creación del banco de inversión e infraestructura de Asia (AIIB), la promoción de los BRICS y la creación de un banco desarrollo de este grupo, entre otras medidas, configuran una serie de iniciativas que confirman la intención del gobierno chino de invertir en la globalización económica y en su propia proyección internacional apoyando el comercio multilateral en base a una normatividad, a valores y a una institucionalidad distintiva que marca diferencias, para bien o para mal, de las impuestas históricamente por Occidente.

En el marco de este complejo cuadro de interrelaciones entre diversos esquemas promovidos por China y por la Federación Rusa, las consideraciones fundamentales de la política del “pivot Asia” impulsada por la administración Obama, orientadas a fortalecer la presencia estadounidense en el Sudeste Asiático a través del TPP y a contener el crecimiento del poderío chino en el Mar del Sur de la China a través de una serie de alianzas, se frustran con la cancelación del tratado por parte de Trump y generan un vacío que rápidamente es ocupado por China.

Pero China también mira y refuerza su presencia en América Latina y el Caribe. Mientras que Trump anunciaba la revisión del NAFTA con México y Canadá y, eventualmente, del CAFTA-DR con los países de Centroamérica, el gobierno chino presentaba en noviembre un documento detallado de su política hacia América Latina y el Caribe, en el marco de una nueva etapa de relaciones signadas por la “cooperación comprensiva” en todos los ámbitos y por la reafirmación de una “asociación estratégica” con la región.

En conclusión, si analizamos estas iniciativas a la luz de las transformaciones en curso del orden mundial, no pareciera que la globalización se agota (como señalan algunos analistas) si no que adquiere nuevas formas en el marco del surgimiento de un nuevo orden mundial post-occidental que se nutre del choque entre las visiones y valores occidentales con una serie de narrativas y valores no-occidentales, marcando la transición hacia un mundo genuinamente multipolar y al desarrollo de la globalización bajo nuevas modalidades.


(*) Presidente de CRIES y analista internacional.