Dos libros recientemente publicados nos ayudan a ver problemáticas psicológicas que tienen un gran impacto en la vida social. Y entran de lleno en el mundo del poder, de la política y de las ambiciones. Y, en algunos casos, abordan hechos de trascendencia histórica. Se trata de La insensatez de los necios. La lógica del engaño y el autoengaño en la vida humana de Robert Trivers, norteamericano doctor en biología y licenciado en historia, (Editorial Capital Intelectual y Katz). El otro es Paranoia. La locura que hace la historia de Luigi Zoja, ex presidente del Centro Italiano de Psicología Analítica, profesor en el CG Jung-Institut de Zurich (Fondo de Cultura Económica).
En los hechos los dos autores se refieren a la autodestrucción, en un caso individual y en el otro a la decisión colectiva. El autoengaño para Trivers es limitante y enferma. El autoengañado comprueba de qué manera el “poder” suele corromper y cuando es absoluto corrompe “siempre”. Y lo acepta gustoso. La psicología demuestra que el poder corrompe los procesos mentales desde un comienzo. Cuando la gente experimenta la sensación de poder, se siente menos inclinada a contemplar el punto de vista de los otros y es proclive a tomar en cuenta exclusivamente su propio pensamiento.
En los hechos, queda reducida su capacidad para comprender cómo ven las cosas los demás, cómo piensan y sienten.
Entre otras cosas, el poder causa una suerte de ceguera hacia los otros. Estas circunstancias tienen que ver con la ilusión del autoengañado de “controlar la situación”. Bien se sabe que los seres humanos y muchos otros animales necesitan previsibilidad y control. La certeza del riesgo es más fácil de tolerar que la incertidumbre. La posibilidad de controlar los acontecimientos nos brinda certeza. El autoengañado tiene la ilusión de controlar todo. Eso puede llevar a una situación de intenso peligro.
¿Qué es en definitiva el autoengaño según Trivers? Se trata de una serie de procedimientos sesgados que afectan la adquisición y el análisis de la información en todos los aspectos posibles. Se trata de una deformación sistemática de la verdad en cada etapa del proceso psicológico. Así, un político que vive en el autoengaño es una bomba de tiempo.
El jungiano Zoja aborda la paranoia como una enfermedad mental, algo diferente a otros padecimientos y muy temible. Escribe: “Podemos sentir compasión hacia quienes la padecen, pero también distancia y desconfianza”. La paranoia en su versión atenuada, oculta, se la puede percibir como una prolongación de pensamientos normales. Se la puede detectar sin sorpresas, dice el autor, todos los días en medio de la multitud, no en los institutos psiquiátricos. Para Jung la paranoia es una posibilidad presente en todos nosotros, es casi un arquetipo. En el pasado dio lugar a figuras de la mitología griega y romana o a personajes shakesperianos y en la historia a personajes como Hitler o Stalin. La mecha encendida de la paranoia es que se trata de una patología contagiosa. Con líderes paranoicos las multitudes se vuelven paranoicas.
Zoja repite: “Ese rasgo psicológico puede aparecer un día cualquiera en una persona cualquiera. Es el pequeño Hitler en nuestro interior”.
¿Pero cuáles son los rasgos típicos de la paranoia? El paranoico grave construye una teoría del complot porque de esta manera parece encontrarle un sentido a su sufrimiento, a sus miedos y compensa sus debilidades. Sus problemas son la soledad y la sensación de ser poca cosa, negada desde hace largo tiempo. La sospecha lo invade de un modo indefectible todo el tiempo. La desconfianza resulta excesiva y distorsionada. En las formas más graves se los encuentra por todas partes : el “síndrome de acorralamiento” y a la convicción de ser “víctima de un complot”. Si el paranoico sufre una ofensa, reacciona de una manera desproporcionada: su réplica es exagerada porque está convencido de que esa ofensa es sólo el comienzo de una persecución.
Para Zoja la paranoia se alimenta por sí misma. La “proyección persecutoria”, otra de las características de la enfermedad, se traduce en que el paranoico le atribuye su propia destructividad al adversario. Así las cosas, el paranoico justifica la agresión y, al mismo tiempo, alivia su sentimiento de culpa si la agresión se lleva a cabo. Otra de las características delirantes del paranoico es el “secreto” casi “religioso” con que rodea sus convicciones, su “fe desmedida”.
Una variante es la “insinuación”, que le deja abiertas las puertas al equívoco y a las interpretaciones. Esta manera se vio mucho en Stalin. El jefe del Kremlin, una vez ocupada Polonia occidental, tras el acuerdo Molotov-Von Ribbentrop, insinuó que los militares polacos capturados en la invasión conjunta alemana y rusa, en 1939, eran todos nacionalistas católicos y anticomunistas. Eso bastó para que los jefes de la KGB fusilaran a 15 mil de ellos, uno por uno, con un tiro en la nuca, en los bosques de Katyn. De la misma manera, Stalin no marcaba a los supuestos “traidores”. Su poder, insinuaba que tal vez lo fueran. Todo ello llevaba a que torturaran a los sospechosos hasta arrancarles historias inventadas de “traición”. Todas las purgas procedieron de esa manera. La policía secreta vivía atenta a las miradas, gestos y diálogos de Stalin y actuaba sólo por “sospecha”.
El paranoico puede mostrarse infinitivamente paciente en la espera de la ocasión para “atacar al enemigo”. Pero cuando se le da la oportunidad actúa aceleradamente (es lo que se denomina “prisa paranoica”), con agresividad. La paranoia es, por así decirlo, el más antipsicológico de todos los trastornos mentales, porque es la única forma de pensamiento que funciona eliminando toda posibilidad de autocrítica. Zoja escribe: “Es una máscara trágica. El pensamiento paranoico es, al mismo tiempo, lógico e imposible, coherente y contradictorio, humano e inhumano”.
La paranoia colectiva es, lamentablemente, un proceso que tiene analogías con la cultura popular moderna. El autor considera que en la historia, el contagio mental de las masas funcionó a menudo como un gigantesco multiplicador de actitudes paranoicas. En la última gran guerra la Convención de Ginebra, de respeto por los prisioneros y pueblos ocupados, no se cumplió. Los nazis hicieron fusilar a un número creciente de personas por cada alemán muerto. El odio, el terror y la paranoia avanzan de manera incesante tanto en ellos como en la población oprimida.
En las décadas del 70 y del 80 los grupos guerrilleros armados justificaron el asesinato. Les disparan a los periodistas. A los de la derecha política, porque eran de derecha y a los que no eran de derecha porque se esconden detrás de etiquetas como “democrático” o de “izquierdas”.
Las circunstancias que producen las paranoias de masas pueden despertar en los grupos una “psicopatía colectiva”, una desaparición no sólo de la lógica sino también de los principios morales. Se deshumaniza al adversario, que es tratado a su vez como una masa única y castigado colectivamente. En la masa, los individuos se excitan unos a otros destruyendo todo lo que imaginan que es su enemigo. Un ejemplo se dio en la Primera Guerra Mundial, cuando el Imperio Turco fue detenido en un ataque masivo y decisivo por los rusos. Inmediatamente los armenios, súbditos otomanos, fueron sospechosos de estar de parte de los rusos, de informarles los movimientos de tropas. En abril y mayo de 1915 los militares turcos los acusaron y los deportaron, sin asistencia de ningún tipo, rumbo al desierto, con la intención de su exterminio. Mataron a un millón, que todavía se los recuerda, en tanto Turquía sigue negando el genocidio.
Para encontrar muchos de los secretos del siglo XX y del poder político los libros de Zoja y de Trivers son indispensables.
*Periodista, especializado en Economía.