El mes que acaba de terminar es una constante en la vida, el oficio y el mítico halo que envolvió a Ben-Hur Haig Bagdikian: fue en marzo de 1920 cuando llegó con sus padres a Boston, en los Estados Unidos, tras una cinematográfica huida del genocidio armenio, cuando su familia escapó de la masacre desde la ciudad de Marash a través de los montes Tauro: tenía pocos días de vida y fue dejado atrás, en la nieve, dado por muerto y finalmente rescatado; fue en marzo de 1967 cuando denunció desde las páginas de la revista Esquire el creciente desprestigio que estaba cuestionando a la prensa estadounidense y apeló a que algún “propietario valiente” de medios tuviera “el valor de incorporar a la redacción la figura del ombudsman”, o defensor de los lectores y de la audiencia; fue en marzo de 1976 cuando murió a los 96 años en Berkeley, California; y hace poco menos de un mes, el 4 de marzo, la película The Post –una historia real ficcionada, que lo tiene como uno de sus personajes claves, encarnado por Bob Odenkirk– arañó sin lograrla la estatuilla del Oscar al mejor film de 2017.
Bagdikian fue para este oficio, para los medios y para los periodistas mucho más que esos acontecimientos anecdóticos. Su biografía, sus logros periodísticos y académicos y su protagonismo en el periodismo del siglo XX merecen estas líneas del ombudsman de PERFIL.
Fue reportero, director de prensa, autor de libros, profesor (1976-1990) y decano de la Escuela de Periodismo de la Universidad de California en Berkeley (1985-1988). Sus trabajos se caracterizaron –siempre– por la profundidad de la investigación, la confiabilidad de sus fuentes (aun aquellas con oscura historia), su actitud crítica y su capacidad de análisis.
Hijo de un profesor y pastor de la Iglesia armenia, Bagdikian completó los estudios de premedicina en la Universdad de Clark, en Worcester, y allí hizo sus primeras letras en el periodismo, aunque quiso lograr, sin éxito, un puesto como químico. Entre 1942 y 1945 sirvió en las fuerzas norteamericanas y al terminar la Segunda Guerra Mundial tomó una decisión definitiva: sería un hombre de este oficio y se prepararía para ello y para desarrollar sus teorías acerca de la influencia de los factores económicos y políticos en los medios norteamericanos de la época. En 1947 se incorporó a The Providence Journal, encabezó la agencia del periódico en Washington y ganó dos premios: el Peabody y el Pulitzer. Cubrió la crisis de Suez en 1956, los sucesos de Little Rock en el marco de las luchas por los derechos civiles y en 1961 su nombre se hizo más conocido cuando la beca Guggenheim le permitió investigar los medios y sus entretelas.
En la década del 60, se transformó en una pieza importante en los principales medios de los Estados Unidos. Hizo numerosos trabajos para The New York Times Magazine (en particular sobre pobreza, vivienda y migraciones) y para el Saturday Evening Post. En 1971 publicó su primer libro, The Information Machines: Their Impact on Men and the Media (traducido como Las máquinas de información: su repercusión sobre los hombres y los medios informativos, en su edición española). Según lo analizó el Observatorio de la Libertad de Prensa en América Latina, ese ensayo y otro titulado Media Monopoly (Monopolio de los medios) analizan los efectos que sobre los medios de comunicación ejerce el poder económico, su influencia en la definición de los contenidos, el papel de las corporaciones, la publicidad y otros factores de presión. “Uno de ellos –señalaba el informe del Observatorio– es el efecto del control de los medios masivos en los Estados Unidos, concentrados en las manos de cincuenta compañías. El otro es el efecto sutil, pero profundo, de la publicidad sobre la forma y el contenido de los medios de difusión. El trabajo de Bagdikian sobre la concentración de los medios y el poder resultante permite acercarse a la naturaleza de las grandes corporaciones, cuya dimensión económica les posibilita desarrollar mecanismos de autoprotección y autopromoción que las convierten en fortalezas que se escapan al control o a la crítica pública”.
En los 70, el periodista armenio-norteamericano ocupó cargos relevantes en The Washington Post (incluso, fue su primer ombudsman ) y en 1971 obtuvo del analista militar Daniel Ellsberg 4 mil páginas de los llamados “Papeles del Pentágono”, en los que se revelaban gravísimas violaciones de distintos gobiernos en lo que hace a la transparencia informativa sobre sucesos bélicos. Fue, entonces, uno de los pilares de la lucha de los medios (en especial TWP y The New York Times) en los tribunales, demandando libertad informativa y eliminación de toda censura previa.
Fue entonces cuando pronunció una frase contundente y hasta hoy no superada: “La (única) forma de afirmar el derecho a publicar es publicar”.
Sigue vigente, mal que les pese a quienes ejercen el poder. Todo poder.