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Del placer y del vicio de fumar

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En un libro exquisito e inhallable llamado Narcóticos, Stanislaw Ignacy Witkiewicz estudiaba con meticulosidad los pros y los contras de todas las drogas que había probado en su vida (gran parte de la obra pictórica de Witkiewicz está realizada bajo la influencia de uno u otro narcótico cuya composición solía anotar en una esquina al margen del cuadro). En el prólogo de ese libro aclara, sin embargo, que ninguna droga es más difícil de abandonar que la nicotina: mientras escribe eso sostiene en la mano un cigarrillo encendido. Guillermo Cabrera Infante y Julio Ramón Ribeyro son tal vez los dos escritores que dedicaron las más apasionadas y amorosas páginas al tabaco, al punto que siempre desaconsejo su lectura a quienes tienen en sus planes abandonar el vicio: lo que la voluntad consigue dejar, el genio de ellos dos lo trae de vuelta (cada vez que dejé de fumar, me bastó la lectura de una página de Puro humo para decirme a mí mismo “¡A la mierda con todo!” y retomar ipso facto el vicio).

Sabía de los problemas que Italo Svevo había tenido con el cigarrillo por la lectura de La conciencia de Zeno, pero desconocía que su lucha contra la nicotina había empezado a la temprana edad de 20 años. Un libro publicado en España recoge cartas, artículos y fragmentos de novelas en los que Svevo se ocupa del tabaco: Del placer y del vicio de fumar. La traducción no es mala para ser española, salvo por el hecho de que el traductor confunde continuamente “il fumo” (el humo), con el modo coloquial de llamar en italiano tanto al humo como al cigarrillo. De modo que el cigarrillo, contra lo que podría esperarse, aparece pocas veces mencionado en el libro, cosa que a cualquiera llamaría instantáneamente la atención –salvo a un editor español, naturalmente. Diario para la prometida, por ejemplo, recoge los pensamientos que Svevo iba tomando en un cuaderno, palabras dedicadas a Livia Veneziani, su amada, por quien lleva a cabo el sacrificio de intentar alejar el vicio, porque “de lo que se trata es de amarte bien y tranquilamente, de tener los nervios sanos para superar las dudas y sentir el mismo afecto intenso cada mañana, cada atardecer.” (Livia Veneziani es la misma cuya belleza obnubiló a James Joyce en su estadía triestina, al punto de incluirla como un personaje del Finnegans Wake: Anna Livia Plurabelle.) El joven Svevo, movido por los mejores propósitos, deja de fumar y retoma el vicio prácticamente una vez por mes (y estoy siendo generoso). Sus buenas intenciones se acumulan –y el amor por Livia también. Lo que quisiera es poder voltear la cabeza y mirar la fecha del último cigarrillo con orgullo. Pero no puede. Una otra vez reincide. Livia lo presiona: si vuelve a fumar es señal de que ya no lo ama, o no lo suficiente. Lo que está en peligro es la serenidad de Svevo, su completa felicidad. Las “dos efes”, como las llama Svevo, son justamente “felicidad” y”fumar”. La primera está ahí gracias a Livia, la segunda depende solamente de Svevo. Rememoro estas cosas porque el 31 de diciembre, a las 12 de la noche, el que va a dejar de fumar soy yo