Todo tiene un límite. En política resulta imprescindible establecer fronteras, líneas demarcatorias que definen una identidad, un modo de pensar y concebir el mundo. Aplicando el sistema de definición por oposición, los principios caracterizan a un partido político, indicando, entre otras cosas, aquello a lo que no se quiere pertenecer.
En el libro Guía para una lectura de la Argentina política, publicado en 1983, Carlos Floria describe el perfil doctrinario de las principales fuerzas que componen el campo político. Al hacer referencia a la UCR, el intelectual afirma que el centenario partido es portador de una matriz principista; liberal en lo político y socialdemócrata en lo económico. Destaca la vocación republicana y democrática, argumentando, a la vez, que en el radicalismo “Los ‘procedimientos’ y la percepción moral de la acción política importan más que la ‘eficacia’”. Dicha estructura de razonamiento hunde sus raíces en la filosofía krausista que fuera introducida por Julián Sáenz del Río, importador a España de Ideal de humanidad para la vida. La ya célebre obra resume el ideario y la praxis yrigoyenista.
Sin dejar de reconocer los cambios que experimentaron las estructuras partidarias en el siglo XX, el cúmulo de valores enumerados, y al peso de la tradición en la definición de las identidades políticas, explican los motivos por los cuales un ciudadano se identifica con uno de los movimientos populares más influyentes en la cultura política de la Argentina.
Al calor de la experiencia histórica, el presente de la UCR se explica desde el errático pasado reciente: en 2001 Fernando de la Rúa designó a Domingo Cavallo como ministro de Economía del malogrado gobierno de la Alianza; en 2007, mientras Julio Cobos emigró a las filas kirchneristas proclamando la defunción de la UCR, el partido, todavía bajo el liderazgo de Raúl Alfonsín, auspició la candidatura presidencial de Roberto Lavagna; en 2011, a contramano de la vociferada intención de construir un Frente Progresista, se cristalizó el acuerdo urdido entre Ricardo Alfonsín y Francisco de Narváez en la provincia de Buenos Aires.
Ahora, con la mira enfocada en 2015, no pocos dirigentes ven con simpatía un eventual acuerdo electoral con Mauricio Macri. Esta posibilidad, como todas las anteriores, es justificada por algunos popes partidarios desde la Etica de la responsabilidad a la que alude Max Weber. También suele citarse el Teorema de Baglini, argumentando la intención de no alejarse del poder real.
Al margen de explicaciones teóricas, la estrategia de poner la estructura partidaria al servicio de figuras ajenas al Comité Nacional, patentiza dos realidades insoslayables: el divorcio existente entre la opinión de los afiliados y el accionar de los dirigentes; y la subordinación electoral y programática fundada en la ausencia de liderazgos internos con conocimiento ciudadano, carisma y, por ende, posibilidades de éxito en las urnas. La suma de estas variables explica la crisis de identidad que padece la UCR.
El posible entendimiento entre la UCR y el PRO, entonces, se funda en una concepción falaz: la idea según la cual, en política, todo es posible, incluso lo que aparece como imposible. Esa arraigada creencia se transformó en práctica, potenciando la desnaturalización de la lógica doctrinaria, pulverizando la previsibilidad del sistema de partidos y, sobre todo, subvirtiendo la naturaleza propia del marco ideológico desde el cual dos fuerzas deciden confluir en un proyecto de gobierno. En otras palabras: el pragmatismo se impone a fuerza de votos.
*Lic. Comunicación Social (UNLP). Miembro del Club Político Argentino.