Sentado en la sala de estar, Abu Saab Hussein sirve té de Chai a los soldados norteamericanos. “Necesitamos más electricidad que unas pocas horas”, se lamenta. Como la mayoría de sus compatriotas iraquíes, tiene alguno de los síntomas del estrés traumático: ansiedad, insomnio, alarma ante los ruidos. Sin embargo, las delgadas tazas de té empenachadas de vapor albino pasan por sus manos sin temblar.
A través de la ventana de la casa en donde vive, en el barrio Ghazaliya, al oeste de Bagdad, se ven montículos de basura desperdigados y charcos de agua marrón; viborea entre los dátiles y las finas rodajas de banana, el olor ponzoñoso de la falta de servicios de desagüe.
Según el reportero Alex Kingsbury, la idea del Secretario de Defensa Robert Gates (sucesor de Donald Rumsfeld) y del General David Petraeus de acercar las fuerzas militares a los iraquíes y trabajar más estrechamente con la policía local, las Fuerzas Armadas y las milicias de vecinos, ha traído cierto orden a Bagdad, lo que es un prerrequisito para devolver a la ciudad servicios públicos esenciales. En realidad, lograr que Irak vuelva a funcionar supone mucho más que devolver a Bagdad las cloacas y el agua corriente.
Después de haber sido entrevistados, y sus huellas dactilares y sus pupilas escaneadas e ingresadas en una base de datos, comerciantes locales se apiñan frente a la puerta –trasera– de la Estación de Reunión Protegida “Casino” (JSS en inglés, grupos de casas defendidas) para recibir un micro empréstito de hasta US$ 2.500. “Si Dios quiere”, dice Saab, un mecánico suní, “... llegaré a casa a salvo y esconderé el dinero hasta que pueda usarlo”. En el pasado, los carniceros o verduleros de los mercados locales que recibían dinero de las tropas eran indefectiblemente robados al día siguiente, o aterrorizados por colaborar con el enemigo. Saab reabrirá su taller, trabajará con su hijo y usará los fondos para pagar salarios y repuestos. Un oficial norteamericano comenta que si ese dinero no se destina a comprar armas, habrá sido un gran paso adelante.
Los vecinos de Abu Saab Hussein, quien sirve té chai rodeado de soldados extranjeros, rara vez son los propietarios o los inquilinos de las casas que habitan, y también padecen alguno de los síntomas del estrés traumático. Si alguno logra recuperarse, otra pena, otra pérdida, lo hace retroceder y el cuadro clínico se agrava. ¿Qué piensa de impensable, o impensado, Abu Saab Hussein mientras cumple con el rito ceremonial bagdadí de ofrecer en su sala de estar té chai a sus invitados? ¿Qué piensan los combatientes, mientras lo beben?
La mayoría de los residentes en Bagdad cambiaron de hogar hacia otros barrios más seguros, dependiendo de si eran suníes, chiíes o cristianos. El periódico The Times ha publicado un mapa con la clasificación militar norteamericana de las franjas etno-sectarias en Bagdad, identificando los barrios más peligrosos así como los puntos de erupción de violencia extrema: la ciudad parece una cebra cubista con úlceras; Ghazaliya es un sitio de riesgo extremo. El alto comisionado de Naciones Unidas para los refugiados establece en un millón de personas el número de iraquíes que han sido desplazados dentro del país y en dos millones y medio los que lo abandonaron.
En el pasado, ambos sectores éticos compartían todo, hasta las bodas y los funerales. Los suníes oraban en mezquitas chiíes, y los chiíes cumplían con la costumbre iraquí de visitar a un conocido suní enfermo llevándole baqlawa bañado en almíbar y el tibio y dulce queso kunaffa.
Ferdos Ali Karma, un maestro de matemáticas chií, le confió a la periodista Deborah Block que había abandonado la parte suní de Ghazaliya porque las milicias suníes de Al-Qaeda le hacían la vida imposible. Hamdia Mihawsh, que es chií, vivía con su familia en el barrio sureño de Dora, predominantemente suní. Un día su marido fue hasta el mercado y jamás volvió a verlo. Siete días después le llegó un anónimo en el que la amenazaban junto a sus tres hijos, por lo que se mudó a un desvencijado departamento en Ghazaliya.
Amin Hussain muestra alguno de los síntomas de stress traumático, como temblores y ojos enrojecidos. Es médico del hospital psiquiátrico Ibn Rushid en el centro de Bagdad; en 2005 pasó cinco meses en Inglaterra, donde estudió atención particularizada a ancianos. Habían transcurrido 14 años del 13 de febrero de 1991, día de la Masacre del Refugio de Amiriyah, durante la Guerra del Golfo. Nadie en Bagdad ignora la historia. El 12 de febrero se conmemora el Eid Al-Fitr, una festividad religiosa. Las familias se reunieron en el refugio antiaéreo, porque fue uno de los días de bombardeo más intenso. Cerca de la medianoche, los hombres y los muchachos mayores de 15 años se retiraron para dar a las mujeres y los niños un poco de privacidad. A eso de las 4 de la madrugada la primera bomba inteligente entró por la ventilación y fue hasta los tanques de propano. La segunda siguió a la primera. Las puertas del refugio se cerraron automáticamente; el agua de reserva hirvió y la temperatura alcanzó los 480 grados. Todavía pueden verse las siluetas de cuerpos pegadas al hormigón quemado, la madre abrazando a su niño contra el pecho. En árabe, la palabra maskoon puede significar dos cosas: que un lugar está habitado, o que adentro hay fantasmas. Bordes espectrales como los de los pacientes del doctor Amin Hussain. A quienes no responden al tratamiento farmacológico se les prescriben terapias electroconvulsivas sin anestesia, porque se han terminado las dosis.
Abu Saab Hussein toma entre sus dedos una taza de té chai, el centro de los negocios y los eventos sociales iraquíes. Todos los lugares de su tierra están en ese aleph, todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz. ¿Lo afligirá el muro de bloques de concreto con que los norteamericanos dividieron en dos partes su barrio, Ghazaliya, el norte para los chiíes y el sur para los suníes? ¿Conocerá el caso de la psicótica internada en el hospital Ibn Rushid que se esconde de los televisores convencida de que desde allí disparan granadas propulsadas por cohetes y proyectiles de mortero? ¿Querrá evitar que los soldados le pregunten por los últimos modelos de dispositivos explosivos improvisados (I.E.D. en inglés), que se consiguen por 20 dólares y una tarjeta telefónica y han causado la mayoría de las bajas norteamericanas? ¿Estará degustando su capitulación personal, porque todo es mejor que la guerra?
En http:// riverbendblog.blogspot.com, la dirección del sitio “Bagdad ardiendo”, el jueves 15 de enero de 2004 Riverbend posteó: “¿Están más seguros los norteamericanos en el mundo entero? ¿Duermen mejor por las noches sabiendo que están definitivamente a salvo de las legendarias armas de destrucción masiva iraquíes? Nosotros ya hemos olvidado lo que se siente estando completamente a salvo”.
En aquella fecha, para Irak no era hoy, ni todavía era mañana. Para Irak, aún no es hoy ni mañana.
* Ex canciller