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falso progresismo

Derechos humanos o amoralidad militante

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Según denunció Francesco Rocca, presidente internacional de la Cruz Roja, en solo un mes emigraron a Perú 700 mil venezolanos, entre ellos cien mil chicos. Este desplazamiento masivo ha producido una crisis para el Estado peruano y para todos los servicios, incluyendo escuelas que tienen dificultades para absorber tal cantidad de nuevos alumnos. No es mi propósito tratar la crisis humanitaria que se está produciendo en Venezuela ya que diariamente se multiplican las denuncias sobre represión policial, actuación de grupos paramilitares, presos políticos y la caótica situación económica de los venezolanos.

Prefiero abordar el preocupante silencio de los sectores argentinos que se denominan progresistas, quienes ignoran o tratan de disimular los abusos del régimen de Maduro. Me refiero concretamente a los adherentes al populismo y a los incontables grupos de izquierda existentes en nuestro país. Todos ellos barren bajo la alfombra las denuncias sobre violaciones de derechos humanos con la excusa de que es Estados Unidos el promotor de un golpe de Estado.

Bastó que Chávez en primer lugar, y Maduro posteriormente, se proclamaran portadores del “socialismo del siglo XXI” para que la izquierda y el populismo cerraran sus filas (y su boca) en defensa del régimen, disimulando así lo que está a la vista de todo el mundo. Los derechos humanos se convierten, entonces, en un instrumento que se esgrime, o no, de acuerdo con la simpatía que despierta un gobierno al que hay que favorecer o hay que combatir.  

Es notable comprobar cómo se reproduce un pasado que nunca termina de pasar, porque a lo largo de cien años se viene repitiendo el mismo fenómeno. Sartre necesitó esperar hasta la invasión de Hungría, en 1956, para reconocer que la Unión Soviética no era el paraíso que él imaginaba. Las purgas de 1937, los fusilamientos de dirigentes comunistas y escritores, intelectuales, artistas y los desplazamientos masivos de poblaciones campesinas, eran especulaciones promovidas por los enemigos del socialismo.  

A pesar de las denuncias sobre el antisemitismo de Stalin, que condenó a la muerte o el exilio a millones de judíos, el Partido Comunista Argentino siguió defendiendo a la URSS hasta que el máximo líder fue defenestrado tras su muerte. La represión policial contra opositores, intelectuales y homosexuales que fueron a parar a la cárcel en la Cuba de Fidel también sigue ocultándose para evitar “darle argumentos al enemigo”.  

Que Castro haya evitado acusar al dictador Videla no impidió que miles de personas lo ovacionaran frente a la Facultad de Derecho cuando vino a Buenos Aires, en mayo de 2003. Cuba caracterizó a la dictadura como gobierno “autoritario”  y en las Naciones Unidas votó en contra de la propuesta de Carter para enviar una comisión que investigara la violación de los derechos humanos en Argentina. Conviene repetirlo para que quede fijado en la memoria: Cuba votó en contra de que se investigara la existencia de campos de concentración, las torturas y desapariciones en la Argentina de Videla. Nadie se atrevió a reclamarle nada.

El falso progresismo convierte en ruinas la memoria. Destruye el verdadero concepto de los DD.HH. y lo transforma en un instrumento maleable que puede ser elevado como bandera en circunstancias políticamente convenientes, o enterrado junto con los cadáveres producidos por un régimen “de izquierda”. Es, como siempre ha sido, una memoria de escasa ética.

Los crímenes que comete un Estado, independientemente de su ideología, siempre son crímenes. Lo que está ocurriendo en Venezuela debiera ser condenado por el llamado “progresismo”, porque la violación de los derechos humanos  no tiene ideología. No tiene color partidario. Su silencio solo muestra el alto grado de amoralidad y oportunismo que existe en esa corriente de pensamiento.  

 

*Escritor y periodista.