Las universidades públicas argentinas son muchas veces una fuente de orgullo para la sociedad, pero a la vez desencadenan intensos debates y conflictos. La Argentina no sólo tiene universidades de alto prestigio, sino que ha privilegiado el sistema público sobre el privado, tanto en cantidad de estudiantes como en términos de investigación científica. Al mismo tiempo, la universidad es observada a través de matrices mitómanas, a veces asociadas al europeísmo y otras veces impregnadas del decadentismo que afirma que todo tiempo pasado fue mejor. Los rankings internacionales encienden discusiones, sobre todo entre aquellos que siempre se preocupan por ganar los campeonatos sin importar cuáles son las reglas
del juego.
Nos proponemos cuestionar muchas creencias sociales sobre la educación argentina. Porque estamos convencidos de que esas creencias, hoy y aquí, constituyen obstáculos para una mejor comprensión y un debate de calidad sobre la educación que tenemos y la que necesitamos. Puede ser creencias de pocos o de muchos, pero sobre todo son frases que escuchamos con frecuencia y cumplen una función: cerrar un debate.
Comparaciones. “Las universidades europeas son muy superiores a las argentinas. En Europa y los Estados Unidos, las universidades son maravillosas y acá son un desastre total”. Esta es una simplificación que, como suele suceder, esconde una parte de verdad. Es cierto que en Europa y en los Estados Unidos hay universidades de punta, de altísima calidad, y que a muchos universitarios nos resultan impresionantes por su infraestructura, sus laboratorios, sus bibliotecas, los salarios docentes. Al mismo tiempo, no deja de ser cierto que en los países centrales existen numerosas universidades de muy baja calidad. Es evidente que no puede aludirse a “todas las universidades” porque en ningún país son todas fabulosas o todas desastrosas, salvo en aquellos por completo carentes de tradición universitaria.
En la Argentina, como en otros países latinoamericanos, hay universidades y facultades de excelente nivel internacional que, si bien pueden ubicarse con ecuanimidad por debajo de las más célebres y reconocidas, no obstante están por encima de la inmensa mayoría de pequeñas universidades de los países centrales (que en algunos casos llegan a ser francamente mediocres).
El motivo es sencillo. Si bien las universidades de punta cuentan con infraestructura, laboratorios y financiamientos impresionantes de investigación, cuantitativamente la mayoría de ellas realizan sólo formación profesional. En términos académicos, las mejores universidades de la Argentina y América Latina están claramente por encima. Eso no significa que no existan problemas y desafíos. Significa que esos problemas no pueden ser encarados desde una idealización mitómana de la metrópolis.
Top ten. “Hay que mejorar la posición argentina en los rankings internacionales. Los rankings universitarios internacionales son mediciones objetivas, y la Argentina ocupa en ellos un lugar mediocre”. El ranking tiene su origen en el deporte. Y el deporte es, por definición, una competencia con reglas idénticas, uniformes. Las preguntas elementales para construir rankings justos y transparentes son sencillas: ¿quién corre cien metros en menos tiempo? ¿Quién gana más partidos? ¿Quién convierte más goles?
Se estima que existen hoy en el mundo unas 22 mil instituciones universitarias. Pero ¿juegan todas el mismo juego? ¿Todas tienen los mismos objetivos? Evidentemente, no. Hay instituciones centradas en la investigación científica y otras en la formación de profesionales, algunas se dedican a la innovación tecnológica en función de demandas productivas, en tanto que otras cumplen un rol social para permitir la movilidad social ascendente.
Aquellas centradas en la investigación, si son exitosas, obtienen múltiples financiamientos, seleccionan rigurosamente a sus estudiantes y admiten pocos alumnos por cada profesor con doctorado y dedicación completa. Aquellas centradas en la formación de profesionales son muy heterogéneas e incluyen las de carácter masivo, con ingreso irrestricto, y las que buscan profesores con dedicación parcial que mantengan una fuerte actividad profesional. También el peso de la actividad de extensión y de transferencia de conocimientos es muy variable entre las universidades. Y por supuesto, no son pocas las instituciones mixtas, que combinan en su interior las diversas actividades mencionadas.
Hay muchas maneras de preguntarse por la calidad de las universidades. Los rankings más conocidos miden diferentes dimensiones. Por ejemplo, Osvaldo Barsky cita un ranking, publicado en 2001 por The Sunday Times, que evaluaba las siguientes variables: “Selección de los estudiantes, cociente entre académicos y estudiantes, alojamiento, tasas de egreso, número de estudiantes con notas altas, gasto en biblioteca, valor de las matrículas, número de estudiantes de posgrado y niveles y calidad de empleo de los graduados”. En las universidades públicas argentinas, no hay procesos de selección de los estudiantes de grado, la relación entre el número de docentes y la cantidad de estudiantes es altamente variable entre las disciplinas, y se ha dado prioridad a la cobertura territorial (acercar la institución universitaria a las zonas de residencia) antes que a la implementación, por caso, de políticas de construcción de alojamiento.
La “construcción de alojamiento” es crucial en países cuya tradición cultural incentiva a los estudiantes a desplazarse hacia los centros universitarios. Pero pierde relevancia cuando el sistema prioriza la cobertura territorial.
Por supuesto que la tasa de graduación es un tema problemático en la Argentina, que debe ser abordado teniendo en cuenta que el sistema de ingreso irrestricto siempre generará una tasa de graduación menor que la de aquellas universidades con fuertes restricciones. La tasa de empleo de los graduados es un indicador que refleja sólo en parte la calidad de la educación recibida. La remanida historia de los ingenieros que manejan taxis no indica necesariamente una baja calidad educativa en un contexto de destrucción del aparato productivo.
Otro ejemplo es el famoso ranking de Shanghai, que utiliza casi exclusivamente indicadores de la máxima producción científica mundial. El 90% de la evaluación apunta a identificar premios Nobel y premios Field (matemática) obtenidos por ex alumnos y profesores, publicación de artículos y citaciones de investigaciones realizadas en la institución. Es decir, se trata de un ranking que sólo mide el grado de investigación de la universidad, como dice Barsky, “de acuerdo a los parámetros dominantes en ciertas comunidades académicas”. Se lo ha llamado el “harvardómetro” porque sólo se ocupa de universidades de “alta gama”: abarca unas quinientas, equivalente al 2% del total mundial.
Ingreso irrestricto vs. una pequeña elite
En otro aspecto, una de las frases que también se cuestiona es que “a la universidad sólo accede una pequeña elite; sólo los ricos acceden a los estudios superiores”. Desde el regreso de la democracia, las universidades públicas argentinas tienen ingreso irrestricto. Esta modalidad plantea un contraste notable con los otros dos grandes sistemas universitarios latinoamericanos, el de Brasil y el de México, donde hay exámenes y cupos que limitan el porcentaje de los aspirantes que logran finalmente ingresar (en algunas carreras, éste no supera el 10%).
Según el Censo Nacional, en 2010 había casi 1.400.000 estudiantes en las universidades públicas y más de 350.000 en las privadas, totalizando más de 1.700.000 estudiantes universitarios. Es obvio que no todos terminan el secundario y, por lo tanto, los estudiantes de familias más pudientes tienen más probabilidades de realizar estudios universitarios. Pero también es obvio que una cifra que se acerca a dos millones no refleja a una pequeña elite. Pero no debemos caer en el mito liberal que sostiene que eso, por sí solo, resuelve el problema de la desigualdad.
* Autores de Mitomanías (Editorial Siglo XXI)