Hace un tiempo una de esas notas que hacen referencia a improbables estudios de universidades norteamericanas decía que habían probado que un teclado de computadora tiene más gérmenes y bacterias que un baño. Por lo tanto, los cibers deben de estar entre los lugares más infecciosos del mundo. Sin embargo, tienen algo que inspira la escritura, son un territorio fértil para un narrador. Cuando se preguntaron por qué el zoológico de Buenos Aires está entre los de mayor cantidad de nacimientos de animales la respuesta de los especialistas fue clara: porque es uno de los más sucios. Parece que la asepsia no promueve la multiplicación celular. La contaminación de los cibers y los locutorios no es sólo literal, es también simbólica. Son lugares de cruce de muchas historias y mucho ruido. La gente trabaja, manda sus mails a otras provincias, habla por teléfono a los gritos con sus parientes muertos. Cada uno escribe su drama individual, su desesperación, sus largos pedidos y reclamos, y el ácido de la angustia va borrando las letras de las teclas. La gente deja detrás sus fotos descargadas, sus currículms, sus textos. Un material valioso para un narrador que busca historias. Cuando alguien viene a decirme “escuchate esto que está buenísimo para que lo escribas” no me sirve, no lo escribo, pero cuando escucho conversaciones ajenas, o encuentro las huellas que la gente deja en un ciber, eso puede terminar en algún cuento. Me gusta escribir rodeado de gringas que hablan por Skype con el novio lejano, chicos que insultan y se matan entre sí jugando en red, mujeres y hombres solos mandando mensajes con oscuros propósitos. ¿Habrá ya alguna novela escrita íntegramente en ciber cafés? ¿Y una novela cuyo epicentro sea un ciber, como la tienda de tabaco en la película Smoke? He escrito en un ciber de La Pampa donde se cortaba la luz cada quince minutuos y el dueño avisaba para que guardáramos los archivos, en un ciber mendocino junto a travestis que actualizaban su fotolog, en otro en Sevilla donde un tipo amenazaba a alguien por teléfono... Siempre me siento cómodo en los cibers, rodeado de historias que quieren ser contadas.