En momentos de reacomodamiento de las naciones, da la impresión de que nuestra sociedad está desorientada y llega a confundir gestos con posibilidades. Esta visión equívoca de la realidad es peligrosa y puede ser costosa. Los gestos suelen ser parte de la convivencia. Empero resultaría temerario interpretarlos como principio de entendimiento frente a desacuerdos. Generalmente los gestos son cumplidos protocolares que se intercambian sin que garanticen nada.
En la relación bilateral con los EE.UU. y con los organismos internacionales como el FMI, nuestras desinteligencias son tan patéticas que su actual director gerente, Dominique Strauss-Khan, nos despachó una severa admonición que como argentino me subleva. Frente al pedido de una pronta definición sobre los 2.500 millones de dólares-DEG que nos corresponderían en la reasignación de cuotas dispuesta a instancias del G-20, no ocultó una impertinente descalificación. La sorpresa existente entre el gesto cordial del organismo para con los países miembros ante sus requerimientos y la realidad operativa que gobierna sus operaciones financieras denuncia la confusión derivada de no distinguir entre gestos y actitudes. Como la realidad siempre se impone sobre los gestos, para normalizar las relaciones se nos conminó a ajustar nuestra conducta al articulo IV del Estatuto. En otras palabras, sin someternos a la revisión que contempla la norma no hay apoyo aunque haya nuevos gestos e intercambios ad usum en la práctica internacional.
Con los EE.UU. sucede algo parecido. Adherimos a toda manifestación antinorteamericana que ronde el planeta. Luego, los cumplidos de práctica en los encuentros internacionales nos desorientan y damos por superados los agravios en medio de declaraciones auspiciosas. Sin embargo, a la hora de las “efectividades conducentes”, las prioridades de la superpotencia se guían según objetivos e intereses permanentes. Es que siempre fue así y es imprescindible que lo recordemos para no extraviarnos ante el futuro. La hegemonía y el arbitraje estadounidense están para quedarse. Ello, entonces, demanda ajustar la relación sin por ello abandonar nuestro cometido como nación independiente.
No se trata de entrar en el ámbito de relaciones de sujeción colonial ni carnales. Si se trata de actuar estratégicamente en provecho propio. Brasil y Chile operan de esta manera. El primero, a pesar de las actitudes solidarias del presidente Lula da Silva, embistió contra intereses norteamericanos en varias oportunidades y foros sin que ello fuera óbice para bloquear las aspiraciones brasileñas a convertirse en gran potencia. Chile, por su parte, juega en la misma órbita sin declinar sus intereses nacionales, socialistas en el gobierno mediante.
Para evitar confusiones, debe tenerse en cuenta, además, que los EE.UU. seguirán liderando el mundo, nos guste o no, porque de la crisis que se identifica con sus extravíos financieros saldrán fortalecidos y sin rivales en serio por dos o tres décadas. Si este pronóstico es correcto, carece de sentido jugar de adversario cuando estamos en desventaja y quedaríamos huérfanos en la región después de haber aspirado legítimamente a desempeñar otro papel.
Entonces no confundamos los gestos amables, protocolares, con las realidades subyacentes. La advertencia de Strauss-Khan puede ser iluminadora si la despojamos de la letra y vamos al espíritu admonitorio que la inspira. El FMI y los EE.UU. constituyen una suerte de especial singularidad, sobre todo cuando están incómodos con algún miembro relevante, o no. Entiéndase. Si hay otras facturas pendientes las deberemos afrontar porque así lo aconseja largamente la experiencia.
Cuando ni la Unión Europea, ni China y mucho menos Rusia o Japón pueden reemplazar a la unipolaridad norteamericana vigente, parece necesario prestar atención a las cuestiones aquí brevemente planteadas si no queremos volver a perder otro medio siglo.
*Economista.