“Nos dormimos; no nos dimos cuenta de que el año electoral arrancó ya en enero”, reconocía un conspicuo hombre del gabinete de llegada directa a Mauricio Macri. De ahí que el discurso que el Presidente pronunció en la inauguración del período ordinario de sesiones del Congreso fue el puntapié inicial de la campaña del oficialismo. Lo hizo en medio de un contexto que para el Gobierno sigue siendo adverso. De acuerdo con los datos del Indec, el 2016 había cerrado con cifras alarmantes en materia de empleo y economía. Los números daban cuenta de la pérdida de unas 5 mil Pymes y más de 120 mil empleos formales. Por una parte la herencia y por otra los errores de timing del nuevo gobierno encendieron todas las alarmas e hicieron que muchas de las promesas en materia de crecimiento se trasladaran a este año.
En su discurso ante la Asamblea Legislativa, el Presidente recogió el guante e intentó delinear algunas de esas urgencias que permanecen como deuda de su gestión.
“La inflación es tóxica” dijo, al tiempo que ratificó la meta anual prevista por el Banco Central entre el 12 y el 17%. En el mismo sentido el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, se encargó de remarcar que el poder adquisitivo de los salarios le ganará a la inflación. ¿Será verdad? Hasta el momento la receta para lograrlo parece conocida. “El retraso en las inversiones empujó la combinación entre un tipo de cambio bajo para la región y altas tasas de interés que podrían hacer pensar en un cuadro recesivo de mantenerse en el tiempo” –sostiene un hombre de negocios de diálogo frecuente con la oposición–.
Con respecto a la evolución de los niveles de empleo, en la cartera de Hacienda existe una visión bastante optimista. El propio Dujovne sostiene que se están creando 20 mil puestos en blanco por mes, algo que a pesar de la mejoría de algunos sectores, no es ratificado en forma unánime por los privados, circunstancia que hace pensar en el incremento –una vez más– del empleo público.
En su alocución, el Presidente señaló la meta de un “crecimiento sostenido” que, traducido a los números que maneja Dujovne, debería estar entre el 4 y 4,5% cada año. Ese es el piso a partir del cual ese crecimiento se traduciría en mejoras claras para que se note en la economía real o doméstica de los asalariados. Bastante justo para un cambio en el humor ciudadano, al menos en este 2017. “La Argentina necesita crecer no sólo en la economía sino también en lo social, necesita del repunte de sectores productivos que absorben mano de obra, al menos hasta que la obra pública arranque definitivamente” –explica un empresario que ya ha vivido procesos similares–.
El campo tuvo una mención especial en el discurso por la reacción extraordinaria a partir de la reducción de sus costos y ciertas exenciones que han sido compensadas con los 130 millones de toneladas de cosecha récord (maíz, soja, cereales) que, si bien son un buen augurio en números concretos, los granos no son generadores de empleo si no suman valor agregado. Es decir, sectores como el frutihortícola, el vitivinícola y la lechería aún no logran repuntar definitivamente. Un referente del sector lo puso de la siguiente manera: “Hay brotes verdes, pero con una primarización de la economía. ¿Con qué modelo o Documento de Identidad nos vamos a presentar al mundo?” –se preguntó–.
La Argentina está cara –lo hemos repetido hasta el cansancio en esta columna– pero el Gobierno no logra todavía dar en el clavo. Salvo en algunos sectores como el campo, la minería y ahora las automotrices, el nivel de actividad industrial sigue bajo. El oficialismo parece tentado en disciplinar precios vía apertura de importaciones; mientras sean insumos que luego se transformen en productos locales que den empleo no hay objeción, pero los precios siguen altos.
Los industriales ven buena voluntad para atacar el tema inflación y costos pero malas recetas de parte de Cambiemos. Un ejemplo: el costo de fabricación de un jean está en el 18% del valor de venta al público que hoy puede rondar los mil pesos; el resto son tarjetas, costos financieros, alquileres, fletes, etc. En teoría, el consumidor se beneficia –no siempre– con la apertura de las importaciones que, como contraparte, causa la destrucción del empleo. La alta presión tributaria es una de las causas del elevado costo argentino. Este fue otro de los temas que el Presidente tocó en su discurso, asegurando que una comisión en el Congreso trabajará sobre el tema. Las últimas encuestas le muestran al Gobierno dos cosas: la primera, una caída en su imagen; la segunda, una situación complicada de cara a las elecciones legislativas. Al día de hoy, el “vamos a ganar caminando” del que habló el Presidente la semana pasada no tiene correlato firme con la realidad. Como siempre el centro de atención está puesto en la provincia de Buenos Aires en donde la definición de las candidaturas de Cambiemos es problemática. Una mitad asegura que María Eugenia Vidal no confía del todo en el intendente de Vicente López, Jorge Macri quien, encima, tiene a Elisa Carrió pisándole los talones. La otra mitad sostiene que el primo del Presidente –que hace un culto de su personalidad similar al que se hizo de Néstor Kirchner durante el kirchnerato– ha logrado reencauzar la relación con la gobernadora y que el acercamiento es bien concreto, despertando los celos de la líder de la Coalición Cívica. Un dato: en las encuestas, Jorge Macri no mide.
Las expresiones de Carrió –“Sé que María Eugenia no me quiere de candidata... prefiere a Jorge Macri”– parecen obedecer más a una estrategia para apurar definiciones que a una realidad concreta. “Si Elisa gana te vacía políticamente la Provincia”, sostiene una voz de la cercanía de la gobernadora. Puertas afuera todos están operando para designar la cabeza de lista que podría competir contra Cristina Fernández de Kirchner. En el interior de Cambiemos no está dicha la última palabra.
En este marco, la conflictividad social con que despunta marzo es alta. Al Gobierno le faltó la pericia que tuvo el año pasado para manejar la habitualmente penosa y difícil negociación paritaria con los docentes en medio de su dura realidad salarial y de las internas sindicales. El resultado de esta combinación no puede ser más que uno: el deterioro progresivo de la educación argentina tal como lo reflejan los resultados de las pruebas PISA que tanto enojo les produce a muchos. Es, como lo definió de manera impecable Guillermo Jaim Etcheverry, la tragedia educativa.
Producción periodística: Santiago Serra.