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Desvelos teatrales

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Desde hace un mes, los sábados a las once de la noche, en el teatro El Extranjero se viene representando una obra que escribí y dirijo. Originalmente se llama Pobre Cristo, pero debí adicionarle mi nombre y apellido porque en la privatizadora década del 80 alguien registró como título de su exclusiva propiedad esa expresión de uso común que tiende a significar “pobre infeliz” y que explica quizá mejor que otras el sentido de muchas íntimas agonías.

Ahora quizá debería hacer lo que es de rigor: invitar al amable lector que me saltea impaciente en estas columnas semanales a asistir a los resultados. No al proceso de la experiencia, que sólo es narrable, sino al empeño y la gloria y el desgarro de Ariadna Asturzzi poniéndole el cuerpo a un Cristo que, munido de un pobre corpus de certezas eternas defiende las verdades que le proporcionó su Dios Padre de los embates de una lujuriosa Rata agnóstica, febril y enamorada, a la que Gabriela Pastor dota de todos los matices del horror y el humor propios de un conmovedor animal parlante.

En este punto, ofrecer una obra de teatro es muy distinto de publicar una novela. El libro tiene la discreción del objeto perdido entre la plaga de los objetos; en general un autor no recorre las librerías para pescar a un lector posible ojeando las páginas de su última novela/libro de cuentos/poemario/opus ensayístico. El encuentro casual y no buscado también se volvió prácticamente imposible, porque ahora en colectivos y subterráneos ese lector fue barrido por legiones de viajeros que deforman sus cervicales inclinados sobre sus táctiles pantallas y, vueltos ellos mismos autores, escriben “Llegando, q hay p comer. Mila?” o “Chiqui, busk Puchi cole”.

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Acostumbrado a que toda experiencia viene mediada por la escritura y el relato, ahora, día tras día, me desvelo preguntándome si los sábados alguien vendrá a ver cómo las bellas y esforzadas Pastor y Asturzzi producen la transubstanciación del texto en carne y pasión, cristiana o no cristiana. ¿Es teatro o no es teatro, qué clase de teatro es? No lo sé. He visto mucho teatro estos últimos meses y por lo general salgo de la sala acordándome de una frase que solía decir Héctor Libertella –citando a Lezama Lima, que citaba a Góngora–: “Sólo lo difícil es estimulante”.

Después de todo, el trabajo del artista, bueno o malo, no exige la subordinación al orden existente sino la aceptación de que su única ley es plantar en el mundo algún destello de su visión originaria. Así, un rato antes de la función de cada sábado, como si yo mismo fuera otro Pobre Cristo, cargo la escenografía, me equivoco en la puesta de luces, espío cómo mis adorables actrices distantes se maquillan y luego vuelvo al hall, sonrío al público, a los amigos y a los desconocidos que llegan, y corto las entradas y sonrío y luego entro último a la sala, entro en la sombra y me acomodo y veo cómo milagrosamente algo se ilumina, algo se repite y varía y empieza.