Los días se acortan, cosa que no me hace ni cinco de gracia. Dentro de un par de meses, ya a las seis y media de la tarde va a ser de noche y a mí, que amo esos días en los que a las ocho de la noche es de día, me entra la depre climática y meteorológica. Es que hay, ya se sabe, búhos y alondras. Yo, alondra, con su permiso de usted. No juzgo ni desconfío de la gente a la que les gusta la noche: los búhos son buena gente y bajo los cielos nocturnos se inspiran y se mandan cada cosa que nos deja con la boca abierta. Digo yo, Maldacena, que ha pasado a ser uno de mis ídolos junto con Demócrito y en otro renglón Umberto Eco y en otro Carlos Gardel, ¿será búho? Me parece que queda mal escribirle y preguntarle, así que si alguien sabe algo, que me informe, por favor. Me resulta extraño, pero respeto eso de sentir que la noche es amable y provechosa. No, para mí, no, usted disculpe. La noche tiene otros ruidos, distintos de los de la luz diurna, y son ruidos que a mí no me gustan. Furtivos, diría. Nada de explosiones ni de gritos ni de aullidos como para despertarla a una, pero distintos. A lo mejor, eso es lo que les atrae a los búhos. Bien, me alegro por ellos. Y pienso en esas invitaciones a las escuelas para hablarles a los chicos y chicas de lo que es ser escritora, con gran algarabía del público al que no le interesa un pito eso de las escritoras y con planta florida de regalo al final y todo, cuando a una le preguntan: “¿Y usted cómo se inspira?”. Inmediatamente pienso en la respiración, pero no, es otra cosa, y entro a explicar que la inspiración no existe, que lo que existe es el laburo. Cosa que a las chicas y chicos que me oyen les importa menos que un pito: ¿Hay que laburar? ¡Ay, no! De modo que concluyo y si alguien en ese conjunto piensa que debe ser maravilloso seguir los pasos del señor Cervantes, del maestro Borges o de la señora Lispector, habrá que preguntarle ¿búho o alondra? y veremos a qué hora elige laburar.