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Dígale sí

Sensible como soy al acecho del pasado, distingo infaliblemente la superposición que tantas veces existe entre la cosa actual y la cosa perdida, entre la cosa que es y la cosa que fue.

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Sensible como soy al acecho del pasado, distingo infaliblemente la superposición que tantas veces existe entre la cosa actual y la cosa perdida, entre la cosa que es y la cosa que fue. Me guía la presunción (y acaso la necesidad) de que en todo lo que es habita de alguna manera cierto resto de lo que fue. Por eso voy notando en estos días, alcanzado por las noticias que circulan, una dificultad para decidir entre dos denominaciones posibles: lo que es y lo que fue: si es “Kraft” o es “ex Terrabusi”. El meollo del conflicto no es éste, ya lo sé, sino otro; pero las formas del decir no dejan de hacerse notar. Porque en última instancia, en todo esto, ¿qué sería el pasado de qué? Ciertas voces alarmadas se elevaron para advertir que el conflicto se estaba “politizando”, que la “ideología” lo estaba tomando irremediablemente. Ya sabemos a qué se refieren cuando hablan así: a la presencia de la izquierda en un asunto.
Quienes ven así las cosas sienten eso como un pasado: un tiempo más o menos remoto (a veces le dicen los años 60, a veces la década del 70; Carlos Menem alguna vez lo llamó “el 45”) que había quedado largamente atrás, y que sería traído a colación por los afiebrados militantes del anacronismo en plena era de la despolitización, en plena era del fin de los ideologismos. Del fin de la política y del fin de la ideología se habló mucho hace unos años, era casi un lugar común. Esa moda, como todas, pasó pronto. Sólo que, vistas así, las cosas se invierten, o el sentido de las cosas se invierte: el pasado viene a ser esto otro, denunciar la politización, denunciar la ideología.
Ya se verá lo que puede pasar en Kraft, es decir en la ex Terrabusi. Como en toda disputa de pasados, un futuro se pone en juego.