A veces y por diferentes razones los Estados intervienen o se involucran en escenarios fuera de sus fronteras nacionales. ¿Qué tienen en consideración a la hora de decidir una intervención? Los Estados enfrentan complejos fundamentos que legitiman y justifican la intervención: sea desde argumentos del derecho internacional, los intereses nacionales y hasta la instrumentación de una operación militar multinacional. Dichos aspectos son los que afectan directamente la eficacia de una intervención.
Al analizar los fundamentos legales de una intervención, los Estados se preguntan cuál es la razón por la que “deben” ocuparse de los problemas de otros. Una respuesta sería que pueden o no inmiscuirse en los asuntos ajenos sin tener que rendir cuentas a nadie, tal cual EE.UU. en Irak (2003), la Federación de Rusia en la República de Georgia (2008) y en Crimea (2014), o cuando Israel arremete en la Franja de Gaza. Ninguno ha pedido autorización ni tuvo legitimidad alguna por parte de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Una segunda respuesta es que, sin embargo, a veces los Estados “pueden” inmiscuirse en asuntos ajenos pero sólo al amparo de una máxima de la ONU que reza acerca del deber que tiene la comunidad internacional de preservar la paz y la seguridad internacional –intervención de la ONU en la ex Yugoslavia (1995) y hoy en Haití–. Pero también puede ocurrir que los Estados no compartan ninguna de las anteriores premisas y decidan directamente no involucrarse –pasividad frente al genocidio de Ruanda en 1996, y veto Rusia y China para que la ONU intervenga militarmente en Siria–.
Ahora bien, además de “poder” (o sea de querer) y del “deber”, los Estados evalúan sus intereses nacionales, ponderando variables desde el peligro la seguridad nacional, el sacrificio de vidas humanas o aspectos diplomáticos y económicos. El Congreso argentino debatió intensamente el envío de tropas al Golfo Pérsico en 1991, cuestionando en algunos puntos la decisión del Poder Ejecutivo en torno a los intereses del país en Medio Oriente. Asimismo, entre los reparos de EE.UU. y el Reino Unido a la hora de intervenir en Libia, pesaron las opiniones públicas, críticas del involucramiento de las interminables campañas militares de Irak y Afganistán.
Pero además de las cuestiones legales y de los intereses nacionales, las naciones también enfrentan la cuestión de la efectiva instrumentación de una operación de intervención. La ONU, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE) demostraron ser importantes dispositivos institucionales dotados de legitimidad para intervenir y, en cierta medida, una solución de mínima a los distintos escenarios de inseguridad e inestabilidad ocurridos hasta el presente. Pero también es cierto que muchas veces los esfuerzos de la comunidad internacional han sido y son insuficientes, teniendo que enfrentar situaciones donde el Estado intervenido está prácticamente desarticulado, y/o con realidades y/o enemigos poco familiares.
De modo que a partir de estos tres elementos –derecho, intereses y efectiva instrumentación de una intervención– podemos prever, por un lado, un escenario “pesimista” donde, frente a un conflicto determinado los Estados tendrían la potestad de intervenir o no. ¿Las opciones? Desde la unilateralidad hasta la implementación de coaliciones ad hoc sin legitimidad alguna, por tiempo indefinido. También abstenerse de intervenir. Pero alternativamente existe un escenario “optimista” donde la comunidad internacional adopta como máxima “estabilizar y delegar”. Esto es, intervenir para restablecer el orden en forma rápida y efectiva, y delegar (o en el mismo país intervenido o en una coalición regional) las soluciones. Hoy, Francia, la Unión Europea y la Comunidad Económica de Estados de Africa Occidental (Cedeao) intervienen en el norte de la República de Malí luchando contra la violencia terrorista que amenaza con extenderse a países vecinos y desestabilizar el Magreb.
“La guerra es siempre una derrota”, reza el papa Francisco. Tiene razón, más aun cuando la pérdida de vidas humanas se multiplica por cientos de miles. Las crisis no estarán exentas de conflictos. Por tal motivo es imperioso que los Estados agudicen el ingenio y adopten los recaudos indispensables, limando diferencias en torno a la legalidad, los intereses nacionales y la efectiva instrumentación para poder intervenir ante escenarios que amenacen la paz y la seguridad.
*Profesor de la Licenciatura en Gobierno y Relaciones Internacionales de UADE.