Arnaldo T. Musich fue un abogado, diplomático y directivo del grupo Techint que en 1988, publicó una nota en la que sin eufemismos, calificaba de un fracaso económico al gobierno de Alfonsín, que en ese entonces ingresaba en su último año de gestión. No era una época de híper ni de convulsiones sociales, pero la semilla ya estaba plantada. El gobierno radical de ese entonces reaccionó atribuyéndole un contenido “terrorista”. Es que la opinión del empresario había golpeado bajo la línea de flotación: lejos de atribuirse al ministro de Economía de turno (en ese entonces, un riguroso economista como Juan Vital Sourrouille) directamente responsabilizaba al gobierno en su conjunto la impotencia por contener una crisis sin solución.
En 1988 el alza del IPC fue de 387%, en febrero del año siguiente el Banco Central no pudo controlar más al dólar y comenzó la primera híper que terminó en la “resignación” del cargo por parte de Alfonsín y la asunción en julio del ganador de las elecciones de mayo, Carlos Menem. El electorado fue impiadoso con la administración que le tocó la difícil tarea de gestionar el inicio de la transición democrática, promover los juicios a las Juntas Militares y a la cúpula guerrillera de una década atrás, pero que no pudo, no supo o no quiso encontrar un sistema económico compatible con la sostenibilidad institucional que se iniciara.
En definitiva, la inflación hace mucho tiempo que dejó de ser patrimonio de los habitantes del “quinto piso” del Palacio de Hacienda, como lo recordara el sociólogo Juan Carlos Torre, funcionario de Sourrouille en aquellos años de agitación permanente. Un país que en el último medio siglo, para no remontarnos más atrás todavía, sólo pudo mostrar una cuarta parte de ese lapso con inflación de un dígito anual y que pasó los tres dígitos en más de diez años, muestra que el problema y también la solución no se agota en una receta económica. Cuando pareció encontrarla (de 1991 a 2001, con la vigencia de la Convertibilidad) con la fórmula mágica de crecimiento económico y éxito electoral, su fragilidad institucional mostró que no era sostenible en el largo plazo. Y luego del conflictivo proceso de su implosión, pareció encaminarse nuevamente al círculo virtuoso del desarrollo que se abortó rápidamente cuando la intervención del Indec desnudó el primitivo arsenal para controlar lo que parecía un recuerdo del pasado: romper el termómetro para esconder la fiebre de los precios. Tanto que, como coletazo de tanta manipulación tienen su fallo adverso que podrá terminar costando US$ 1.500 millones por la combinación letal de mala praxis y ocultar datos.
El anuncio del Indec sobre la inflación de marzo dado a conocer el viernes pasado, sin embargo, muestra que esos artilugios estadísticos se agotaron antes de empezar. Contra el pronóstico, inclusode muchas consultoras privadas que realizan sus mediciones anticipadas, el número oficial del IPC, el 7,7% es la reafirmación que la sinceridad estadística no debe discutirse. Pero también que una inflación interanual de 104% y una aceleración en muchos rubros que quedan fuera del radar de los “precios justos” de ocasión, muestra una dinámica que comienza a retroalimentarse. Muchos de los controles fallaron en su cometido original, pero sí pudieron dilatar muchos reajustes que comienzan a exponerse tiempo después. La carne empuja los alimentos en lo que va de 2023, pero subió casi la mitad que el promedio durante el año pasado. El dólar fue el ancla elegida en 2022, pero con una escasez aguda de divisas por la sequía y el agotamiento del cepo, ahora crece igual o algún punto más que el IPC. Los sindicatos firmaron acuerdos alineados con la voluntad oficialista para la tribuna, pero todos incluyeron cláusulas de revisión que están siendo analizadas ahora para, al menos, no perder poder adquisitivo y cumplir con su mandato de representación.
Una mayor velocidad en los reacomodamientos implica un juego de la silla cada vez más rápido, donde los que se quedan parados cuando termina la música son predecibles: trabajadores informales, cuentapropistas y jubilados que ajustan escalonadamente sus haberes. La consecuencia obvia es el crecimiento de los niveles de pobreza y la baja del empleo en una economía cada vez más fragmentada y que no consigue cambiar el círculo vicioso de la espiral inflacionaria por uno virtuoso de crecimiento y estabilidad. En un país que adaptó la cultura futbolera como un signo identitario, la “dinámica de lo impensado” del recordado Dante Panzeri se transformó en la de un fracaso sostenido.