Si ya vieron la película Spotlight que acaba de ganar el Oscar, presentada como Primera plana en los cines argentinos, seguramente compartirán la contenida indignación con que se escriben estas líneas. La representación en imágenes de la investigación que hizo el equipo de periodistas del diario Boston Globe amortigua en parte el inconcebible sufrimiento de las víctimas. Para la mirada de esos niños, obligados a callar, el cura que abusaba sexualmente de ellos era la representación de “Dios”. El cardenal acusado de encubrir a los curas abusadores fue trasladado al Vaticano. En un sinfín, antes de los títulos finales, se informa sobre todas las ciudades del mundo en las que se han presentado denuncias similares.
Son tantas, que apenas da tiempo a leer los nombres y los países. De Argentina alcancé a reconocer, por lo menos, dos: Berazategui y Morón, la diócesis que estaba a cargo de monseñor Justo Laguna, superior y protector de Julio César Grassi, denunciado en 1991, y condenado –después de ser “protegido” durante 22 años– a 15 años de prisión por “abuso sexual infantil” y “corrupción de menores”. Grassi era presidente de la Fundación “Felices los niños”. En la que, además, se lavaban fortunas.
La semana pasada el cardenal australiano George Pell, nombrado por el papa Francisco “superministro” de economía del Vaticano, responsable de cuentas donde se acumulan depósitos millonarias, fue interrogado por la “comisión” que investiga en Australia los abusos sexuales de niños cuando era arzobispo en Melbourne y luego en Sydney. En particular, los ocurridos en su ciudad natal, Ballarat, entre 1960 y 1980, período en el que se registró una “oleada” de suicidios.
Pell, de 74 años, juró sobre la Biblia decir toda la verdad y aclaró, según la crónica de Elisabetta Piqué en La Nación: “No estoy aquí para defender lo indefendible. La Iglesia cometió errores enormes y está trabajando para remediarlos”. Cuando le preguntaron si conocía las denuncias sobre Gerald Risdale, un “abusador serial” de niños que dependía de él, condenado por 138 delitos comprobados en 53 víctimas, negó todo. “Es una historia triste, que no tenía mucho interés para mí”, dijo. La fiscal, sorprendida, repreguntó: “¿Qué, no era de mucho interés para usted, cardenal?”. Cansado, tal vez, por tener que rendir cuentas ajenas a las de sus divinas responsabilidades, contestó: “El sufrimiento por supuesto era real y lamento mucho eso, pero no tenía ningún motivo para detener mi atención en las maldades de Risdale”.
Pell pareció quejarse por “la forma” en que el obispo de Ballarat, Ronald Mulkearns, ocultó las denuncias y protegió a Risdale, trasladándolo de una parroquia a otra. Fue, dijo, “una catástrofe para las víctimas y para la Iglesia”. Admitió, además, que “si se hubieran tomado acciones efectivas antes, se habría evitado muchísimo sufrimiento”.
En la sala del Hotel Quirinale de Roma, donde se realizó la videoconferencia con Australia, se sentaron, además de los cronistas acreditados, unos quince “sobrevivientes”, como se llaman entre ellos. Son ya mayores. Recibieron donaciones para poder pagarse el pasaje y asistir a la audiencia. Algunos vistieron remeras en las que, adelante, se leía: “No more silence (no más silencio)” y, atrás: “Some won’t remember, some wont’ forget” (“algunos no recordarán, algunos no olvidarán”). Otros llevaban puestas camisetas impresas con la foto de un niño sonriente. El que eran ellos a la edad en que sufrieron los abusos. Steven, una de las víctimas, dijo que no sólo él, sino también sus dos hermanos, fueron abusados durante años por tres distintos sacerdotes de Ballarat.
El instituto de los Christian Brothers fue acusado de 850 crímenes, con 281 religiosos involucrados y tuvo que pagar 37 millones de dólares en indemnizaciones. Pero “los sobrevivientes”, que han recorrido ya todos los círculos del infierno, no quieren dinero, ni que recen por ellos, ni el reino en los cielos. Quieren juicio y castigo acá, en la tierra. Pienso en Berazategui, en Morón, en Tandil, en San Isidro y en tantas otras ciudades y pueblos, en el día que ese grito callado explote y reviente el silencio cómplice.
*Periodista.