Hay días mejores y peores, pero entre la mayoría de los dirigentes de Cambiemos predomina en general el ánimo de la despedida. Porque están los que aún creen que la Virgen del Milagro escuchó los rezos de Macri cuando la visitó en Salta, que la victoria radical en Mendoza fue una respuesta a sus plegarias y que habrá un segundo mandato. Pero la mayoría, no.
La mayoría de los dirigentes firma por conservar la Ciudad de Buenos Aires y ciertas intendencias, y quedarse con un número de legisladores que los convierta en una oposición con derecho a la influencia.
Eso sucede los días mejores.
Errores ajenos. Los demás días rondan la desesperanza y la bronca. Bronca como desilusión por los votantes que los abandonaron por una fórmula que es “lo peor del pasado”. Y bronca como enojo por lo que ellos mismos tendrían que haber hecho y no hicieron.
Cuando dicen “ellos mismos” parece una autocrítica, el reconocimiento de supuestos errores. Pero no, se refieren a los errores de otros integrantes de Cambiemos. Los errores son siempre de los otros.
Hoy, los otros son Marcos Peña, los amigos del Newman y los CEO del macrismo. La mira está en ellos, para no ponerla directamente en Mauricio Macri. Aunque de a poco lo van haciendo. Son larretistas, vidalistas, el ala política del PRO, radicales.
Unos se preguntan qué habría pasado si Macri hubiera elegido a Rodríguez Larreta como su jefe de Gabinete en lugar de Peña, replicando el esquema de la Ciudad cuando Macri gobernaba, Larreta gestionaba y Peña era el secretario general responsable de la estrategia política.
Están seguros de que los resultados hubieran sido muy distintos: “En la Ciudad quedaba Gabriela (Michetti), ella no hubiera sido tan eficiente en la gestión, pero no lo habría hecho mal. Y Horacio se habría convertido en el verdadero jefe del Gobierno”.
Lo que quieren marcar es que Larreta es un trabajador incansable y los otros no. Lo dicen por Peña, pero enseguida recuerdan cuando en los primeros tiempos Macri insistía en su derecho a pasar un mes de vacaciones en el sur, interrumpido apenas por algunos actos puntuales. Solo lo habrían convencido de acortar un poco esas estadías: “Si te querés tomar un mes de vacaciones, te equivocaste de trabajo”, dicen que le decían.
Aún mechan sus críticas con elogios hacia el creador del PRO. Lo llaman visionario, reconocen su capacidad de liderazgo y su claridad para entender el mundo. También resaltan su coherencia para mantener sus políticas de Estado, aunque esas políticas fueran en contra de su beneficio electoral.
Esto lo dicen como un elogio, pero lo traducen como “capricho”: “Su capricho por apostar todo al déficit cero en plena campaña, negándose a aflojar el torniquete del gasto público, nos hizo perder las PASO y probablemente las generales. Así, todo el trabajo de estos años sirve para que venga un populismo que lo tirará a los perros. Perdemos nosotros y el país”.
Hasta sus más fieles e históricos estrategas electorales aceptan: “Sin dinero en los bolsillos de la gente es muy difícil ganar una elección, pero andá a hacérselo entender a Mauricio”.
Revisión crítica. Con distintas palabras, las críticas son compartidas por todo el arco político de Cambiemos. Salvo Carrió, quien piensa que defendiendo a Macri se defiende ella; y Pichetto, que siente una obligación de lealtad hacia quien lo eligió como compañero de fórmula.
El resto empezó a aportar argumentos para un relato del posmacrismo.
Todavía lo expresan off the record, por las dudas. Señalan que se perdieron dos grandes oportunidades históricas. Las que le siguieron a los triunfos de 2015 y 2017. “Se perdió la oportunidad de abrir Cambiemos a una alianza más amplia. Había gobernadores, peronistas republicanos, socialistas, que nos habrían acompañado para hacer las reformas que se debían hacer. El 30 de octubre de 2017, después de ganar, nos convocaron al CCK, pensamos que ahí se iba a producir un llamado al diálogo, pero no, Macri retó a todos, a los empleados públicos que había que achicar, a los de la Justicia que trabajaban poco, a los sindicalistas que eran mafiosos, a los jubilados que no eran sustentables…”.
Son críticos internos que antes castigaban solo a Peña y ahora se le atreven al propio fundador del PRO
La derrota provoca esta revisión crítica. Porque en aquel momento, en plena euforia poselectoral, las crónicas mostraban lo bien que había sido recibido el discurso del Presidente.
Hoy, entre tantos cuestionamientos, desde los equipos de Vidal y Larreta se hace foco en que se les impidiera desdoblar sus elecciones para atar sus destinos al de Macri. En el caso de la gobernadora, se suma el veto para acordar una lista colectora con Massa como candidato a presidente y Vidal como su candidata a la gobernación. De nada sirve que Peña les responda que las estrategias fueron decididas con el consentimiento de cada uno. O que nadie sabe de verdad cuáles hubieran sido los resultados si se desdoblaban los comicios. Por lo pronto, de confirmarse su derrota en la Provincia, Vidal planea armar un espacio político propio en el distrito para competir en 2021.
Otros funcionarios sufren una suerte de síndrome abandónico. La más afectada sería Laura Alonso, titular de la Oficina Anticorrupción, que está convencida de que el próximo gobierno la llevará a la Justicia por ser cómplice de la supuesta corrupción macrista.
No es la única. Los funcionarios que en estos años estuvieron más expuestos temen enfrentar la venganza K y sienten que, si se confirma la derrota, nadie los protegerá. Peña, de nuevo, sería el responsable. La pregunta es: ¿qué podrían hacer Peña o Macri para protegerlos cuando ellos mismos estarán en la mira?
También están los que ya empezaron a tender puentes para reinsertarse en el mundo empresario. Están confiados de que su paso por la administración pública representará un skill valioso para un mercado regulado como el argentino. Y están los que, agobiados por el ejercicio del poder, arman planes de retiro laboral y político.
La otra batalla interna es la de los futuros legisladores.
Todavía la mayoría habla de la necesidad de permanecer unidos para balancear el poder que le daría al futuro oficialismo un eventual triunfo del 50%. Pero temen, con razón, que Alberto haga lo que no hizo Macri (otro elogio que se debe traducir como crítica): cooptar voluntades con muñeca política y caja pública, y dividirlos en el Congreso.
Desde el macrismo fiel a Macri responden que a algunos de sus aliados se le pegaron demasiado las mañas del peronismo: “Piensan como caudillos territoriales y no entienden que los votos son de Mauricio y que la diferencia de estatura política entre él y el resto es muy grande. Critican algunas variables económicas sin entender que hay cambios profundos que se pusieron en marcha, como con Vaca Muerta, y que hay avances trascendentes como el de la libertad de prensa”.
Círculo ruinoso. En cualquier caso, de ratificarse el 27 de octubre la derrota de las PASO, sobrevendría una profundización del castigo al líder caído.
Un ejercicio de demolición similar al que sufrieron Alfonsín, Menem, De la Rúa y Cristina al dejar su cargo y que los inhabilitó para regresar al poder. La que más cerca está de revertir esa historia es la ex presidenta, aunque como candidata a vice y cediendo el primer lugar de la fórmula a uno de sus viejos críticos.
Es el círculo vicioso del país. Fracaso económico-demolición política-demonización del pasado-nuevo fracaso económico… y volver a empezar.
Los que vienen piensan que se puede construir sobre las ruinas.
Pero sobre las ruinas solo se construyen más ruinas.