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de cfk a francisco

Dónde está la izquierda

La visita de Cristina al Papa en Cuba revela casi tanto como la histórica y conflictiva relación K-Bergoglio.

COMANDANTE JORGE
| Pablo Temes

Suponer que Cristina Fernández de Kirchner, poseedora de un narcisismo indeleble, viajó el fin de semana pasado hasta La Habana sólo para capturar una selfie junto al Papa es subestimar a la Presidenta. Pero creer que Francisco no la recibió en audiencia privada solamente por una cuestión de agenda es, como mínimo, un acto de ingenuidad. Si hay algo que la Iglesia administra con enorme pericia son los tiempos y los gestos terrenales. “Dos argentinos en Cuba es una experiencia maravillosa”, declaró la jefa de Estado –quien nunca se anda con chiquitas– apenas bajó en la mañana del sábado 19 de las escalerillas del Tango 01 en el aeropuerto José Martí. Se la veía exultante. La acompañaba una exagerada comitiva de funcionarios y asistentes personales. Todo estaba listo para un acontecimiento de enorme trascendencia: el penúltimo encuentro con el jefe de los católicos, antes de la finalización de su mandato constitucional, se realizaría nada menos que en la cuna del comunismo latinoamericano y cuando se tejen las puntadas finales de la reconciliación completa con el Tío Sam. La Historia sonreía a los pies de la reina. Sin embargo, el contacto con el “otro” argentino que visitaba la isla se limitó finalmente a una instantánea, un saludo de cortesía y poco más. ¿Qué pasó? ¿Por qué se aguó la fiesta?
El periodista Román Lejtman, enviado especial a la gira vaticana, describió el periplo presidencial como un rotundo fracaso. “CFK –contó en El Cronista el último jueves– fue a la homilía de la Plaza de la Revolución y se refugió en el Hotel Nacional a la espera de un llamado que abriera la puerta de la Nunciatura Apostólica en La Habana, donde Francisco almorzaba antes de partir hacia su cumbre política con el comandante Raúl Castro. Pero el llamado finalmente no llegó y la Presidenta marchó al aeropuerto internacional José Martí para regresar con las manos vacías a Buenos Aires”. Lejtman atribuyó la frustración de la cumbre a un supuesto enojo de Jorge Bergoglio por la bendición cristinista a la candidatura a gobernador de Buenos Aires de Aníbal Fernández –personaje indeseable para la cúpula eclesiástica– en detrimento de Julián Domínguez, un peronista con muy buenos contactos en Roma. Dicen que ni Dios sabe exactamente lo que piensa un jesuita. Pero que jamás hay que confundir ese hermetismo con pasividad.
Es cierto que el ex arzobispo de Buenos Aires tiene hoy una agenda con prioridades que superan con holgura las menudencias internas de su país. Sin embargo, Argentina sigue siendo la casa de Bergoglio. Lo que aquí suceda puede acompañar la gravitación mundial de su prédica o perjudicarla. De hecho, su mudanza a Santa Marta, el 13 de octubre de 2013, fue –además de un evento universal– el mayor acontecimiento de la política local luego de la muerte de Néstor Kirchner en 2010.
Por esta razón, junto a posibles motivaciones humanitarias, la Presidenta ha contado hasta ahora con la enorme benevolencia de Francisco. El Papa debió incluso olvidar –o perdonar– las ofensas que el matrimonio venido desde el Sur le profiriera cuando él era titular de la Iglesia argentina. “Jefe espiritual de la oposición”, lo llamaba el ex gobernador de Santa Cruz, y tanto él como su esposa llegaron a sabotear los tedeums de la Catedral porteña para evitar críticas a sus gestiones. Esto, amén de que los servicios de inteligencia se dedicaron durante esos años a espiar al entonces cardenal y a sus habituales visitantes para reportar al Gobierno sobre las supuestas conspiraciones que se articulaban desde el clero. “Nuestro Dios es de todos, pero cuidado que el diablo también llega a todos, a los que usamos pantalones y a los que usan sotanas”, llegó a decir el ex mandatario peronista.

Vanguardia. Bergoglio es considerado ya como uno de los papas más avanzados de la historia contemporánea. Su prédica a favor de la paz, la protección del medio ambiente, la tolerancia, la lucha contra el hambre y en defensa de los inmigrantes lo coloca, junto con Juan XXIII, en la nómina de los grandes líderes mundiales que empujaron y empujan a la humanidad hacia mejores destinos. Como contrapartida, Francisco ha despertado también la ira de los sectores más conservadores y retrógrados de la Iglesia, la industria bélica y las grandes corporaciones mundiales. Visto en retrospectiva, resulta sorprendente que ese hombre haya figurado, hasta hace poco más de dos años, en la lista negra del gobierno K, autoproclamado vanguardia esclarecida del progresismo.
Quizá uno de los efectos secundarios del fenómeno Francisco haya sido dejar al descubierto que el kirchnerismo no es, en verdad, ni de izquierda ni de derecha, sino simplemente un anacronismo. Que su concepto sobre el mal atrasa un par de décadas. Esa lectura anticuada de los acontecimientos ha llevado también a la presidenta argentina a confundir a Barack Obama con el ultraconservador George Bush. En abril pasado –rememorando las excitaciones de los tiempos del ALCA–, durante la VII Cumbre de las Américas, Cristina se encargó de darle una lección teórica al jefe de la Casa Blanca: “Sé que a Obama no le gusta la historia (…) A mí me encanta, porque ayuda a entender lo que pasó”, bajó línea la mandataria argentina, para luego explicarle detalladamente a su colega las consecuencias nefastas que el bloqueo norteamericano le había producido a la Revolución Cubana. Ese mismo mes, de visita oficial a Rusia, CFK se reunió en secreto con el ex colaborador de la CIA  Edward Snowden, acusado por traición a la patria en la Justicia norteamericana. El establishment estadounidense nunca terminará de agradecer los servicios prestados por la exótica antiimperialista del fin del mundo. No hay nada más funcional para la causa de los halcones que demostrar la debilidad de ese presidente negro que se atrevió a desafiar los cimientos de los poderes estables de la gran potencia del Norte. Y que, entre otras cuestiones, es artífice del histórico deshielo de relaciones con Cuba, casualmente en sociedad con el papa Francisco, aquel jefe espiritual de los opositores vernáculos. Es un buen momento para preguntarse dónde está la izquierda.

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*Periodista y editor.