COLUMNISTAS
Ganadores y perdedores

Dorian Gray dio positivo

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Más ricos. Jeff Bezos de Amazon y Bill Gates de Microsoft, entre otros. | cedoc

La lista de infortunios, injusticas y postergaciones avanza con el mismo ímpetu que la curva exponencial de la tercera ola de covid. En el otoño boreal, cuando se esperaba que la estampida viral inicial se replegara, comenzó a crecer el segundo capítulo de la pandemia y ahora, con la mutación británica –y la cepa de Manaos en ciernes–, estamos en otra fase, más contagiosa y, además, según aseguran, un 30% más letal. Con el dos por uno (1,70 más contagiosa que la anterior) y la garantía de un contagio masivo hubo desconcierto, pero con la carga mortal más vigorosa, pánico.

Hay, en medio de la crisis, un cierto atenuante que viene arropado por el regreso tibio pero firme de la política. Los mandatarios y sus gabinetes han dejado de ser una simple correa de transmisión de las recetas de Davos para ocupar, después de décadas, un espacio en el que se toman decisiones con un criterio social e intentan dibujar un futuro más humano. De repente el consumidor le deja paso al ciudadano, y la Unión Europea, después de las recetas de austeridad y recortes salvajes, tomó por vez primera criterios neokeynesianos para intentar un mapa económico que deje en el exilio a la menor cantidad de europeos posibles.

En contraste con este intento de planificar el día después de la pandemia con un mundo más equilibrado, los datos confirman que las cosas pueden ir peor. Explicaba Slavoj Žižek que ese ladrón visible, que no se oculta ante nuestros ojos, es la concentración de riqueza que ya no es secreta. Las compañías digitales como Amazon o Microsoft, señala Žižek, ejercen un ultracapitalismo en el que se privatiza aquello que Marx señalaba como el bien común: el espacio compartido, la plataforma a través de la cual nos comunicamos y cuyas empresas se quedan con las rentas. Vamos a un mundo feudal y digital.

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En estos días, a modo de nueva vuelta de tuerca, se ha sabido que, precisamente, Jeff Bezos de Amazon y Bill Gates de Microsofot, entre otros nombres del Silicon Valley, son más ricos que antes de la pandemia y se ha ampliado la brecha entre ricos y pobres; los primeros son una pequeña península de un continente cada vez más poblado. Obviamente, el ascensor social se ha roto y los jóvenes enfrentan un destino ya perdido, tanto para los millennials en la primera gran crisis como ahora también para los centennials que se incorporan a un futuro de sueños rotos. Paul Krugman llama a ambas generaciones recesennials: jóvenes que cargan a sus espaldas con dos recesiones sin ningún porvenir. En la primera, a finales de la década anterior, los egresados de las universidades de los países del sur europeo buscaban en Alemania o en Escandinavia una vía de salvación profesional. Ya no.

No alcanza con la intención de moderar el sistema financiero en favor de una economía productiva y sostenible, ambición del New Deal que alienta Bruselas. Como tampoco será un comienzo transformador el período que en Estados Unidos propugna Joe Biden. El trumpismo, al igual que el Brexit, es producto, se sabe, de un sistema que ha abandonado a amplias masas de trabajadores y de clases medias a unos salarios que, en el mejor de los casos, se han estancado. Tanto los demócratas como el laborismo inglés, por tomar dos referencias –la desaparición del socialismo francés, la atomización permanente de los partidos italianos y se puede seguir la lista en muchos países más– han estresado el sistema al máximo al convertirse en plataformas del actual estado de las cosas. El asalto al Capitolio no es un punto de inflexión, es el paso más largo de una serie de manifestaciones que lesionan las democracias liberales sin pausa.

En ese trance estamos todos. Mirar estos sucesos y creer que el sistema se quiebra al margen de nosotros es como mirar el retrato de Dorian Gray.

*Escritor y periodista.