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Trampas

Dos mujeres millonarias

Hay dos mujeres que son millonarias y a las que ahora mismo les están queriendo sacar dinero. Es cierto que tienen mucho, muchísimo dinero; pero también es cierto que lo que están queriendo sacarles de todas formas es mucho, y que a veces lo que duele no es la plata sino el hecho.

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Hay dos mujeres que son millonarias y a las que ahora mismo les están queriendo sacar dinero. Es cierto que tienen mucho, muchísimo dinero; pero también es cierto que lo que están queriendo sacarles de todas formas es mucho, y que a veces lo que duele no es la plata sino el hecho. Una de esas dos mujeres es Madonna, la reina del pop. La otra es Susanne Klatten, la dueña de casi la mitad de la firma BMW. A Madonna es su ex marido el que la atosiga a distancia esgrimiendo cuentas, talonarios, facturaciones varias, cuotas de alimentos, gastos generales. Lo de Susan Klatten es distinto y más urgente: se permitió una aventurita con un suizo algo menor que le habrá parecido bonito y que le hizo el entre en el bar penumbroso de algún Holliday Inn. Después se vieron aquí y allá, pero siempre en hoteles de lujo; pero al final resultó que el suizo se las había compuesto para filmar y fotografiar esos encuentros furtivos y luego empezó a extorsionar a la empresaria con hacerle saber lo ocurrido al bueno de su marido y por qué no a sus tres lindos hijitos.

El ex esposo de Madonna se llama Guy Ritchie y anda pidiendo doscientos sesenta millones de dólares. El ex amante de Susanne se llama Helg Sgarbi y tasó su silencio en cuarenta millones de euros. Las damas no quieren pagar, o en todo caso no quieren pagar tamañas fortunas. Puede que a solas se pregunten, apretando los puños y a la vez los dientes, maldiciendo murmurantes a tal o cual dios o bien a todos los santos: “¿Para qué me habré metido yo en esto?”. Madonna, la chica material, la diosa pansexual, Madonna la ligera, Madonna la libérrima, puede que se pregunte para qué miércoles se fue a meter en la trampa del matrimonio. Y Susanne Klatten, por su parte, madre y esposa, con familia y con hogar, puede que se pregunte para qué miércoles se fue a meter en la trampa del andar de trampa. Porque no es la vida conyugal lo que cuesta dinero y hay que pagar, ni tampoco la vida licenciosa de la que puso cuernos sin culpa. No se paga por hacer una vida: ni ésta ni aquella, ni una ni otra. Se paga por elegir una vida y querer de pronto pasarse a otra. Es cosa que al parecer se castiga, sobre todo si hay millones de por medio.