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Dos por tres no es seis

Dos trilogías policiales acaban de hacer su aparición simultánea en la Argentina.

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Dos trilogías policiales acaban de hacer su aparición simultánea en la Argentina. Los hombres que no amaban a las mujeres, del sueco Stieg Larsson, es la primera parte de una saga centrada en la imaginaria revista Millenium, publicación económica que se dedica a denunciar a los empresarios en lugar de fascinarse con ellos. Su jefe de redacción, el héroe Mike Blomkvist, cree que sus colegas carecen de solvencia intelectual y de integridad moral y sólo contribuyen a permitir el abuso de las corporaciones y la especulación financiera a gran escala. Larsson murió en 2004, a los cincuenta años. Los tres tomos de Millenium se publicaron después de su muerte y antes de que la crisis actual le diera la razón.

En un pasaje de la novela se lee que la escritura de Blomkvist es contundente pero no se preocupa mucho por el estilo. La afirmación vale también para Larsson. De hecho, el libro tiene poco contacto con lo que se suele llamar literatura: es un típico best seller en el que se alternan la intriga, la acción y el sexo en dosis decrecientes. Para no aburrir del todo con su corrección política, Blomkvist es un donjuán a la sueca que tiene una novia en cada puerto y comparte a su amante oficial con el marido sin que nadie se haga mayores problemas. Su mayor aliada es otra mujer, la extraña Lisbeth Salander, una punk anoréxica y antisocial que resulta una maga de la informática (hay algo de Harry Potter en la manera en que la investigación avanza a fuerza de milagros). Acaso para que todo no sea espantosamente ñoño, hay también varias escenas de tortura a lo largo de las entretenidas 730 páginas del primer episodio. Y eso es prácticamente todo lo que se puede decir del libro, cuyo título en sueco es Män som hatar kvinnor. Ignoro si el original sugiere también (falsamente) una connotación gay.

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En cambio, la trilogía de Jake Arnott, cuya primera parte se llama Delitos a largo plazo, gira en torno a un héroe homosexual, el pintoresco gánster londinense Harry Starks. El personaje está creado a partir del más extravagante de los mellizos Kray, los titanes del hampa británica de los sesenta. El libro llega con diez años de retraso pero se lanza con bombos y platillos e incluye un prólogo de Rodrigo Fresán, quien a lo largo de los años se ha revelado como el mayor promotor de la literatura anglosajona contemporánea a ambos lados del Atlántico. Arnott es casi tan entretenido como Larsson pero su preocupación por el estilo, por la literatura de calidad (¿corresponde ponerle comillas a “de calidad”?), es evidente. Los capítulos empiezan con citas de Brecht, de Dostoievsky o de Kafka.

Hay incluso una erudita discusión sobre las cárceles entre Starks y un sociólogo en la que se mencionan nombres tales como Foucault y Gramsci. Las cinco partes del libro están narradas por personajes distintos (un joven amante, un viejo lord maricón, un gánster chiflado, una actriz marginal y el mencionado sociólogo) que retratan a Starks y su mundo sin dejar de tener vida propia. Hay una notable preocupación (demasiado evidente, demasiado profesional) en Arnott por reconstruir la época con sus boliches, su ropa y su música y por incluir una tradición oscura que pasa al costado de los hippies, de los Beatles y del Swinging London para registrar en cambio la cultura del music hall y a la clase trabajadora bailando soul y reggae en los tugurios suburbanos.

Delitos a largo plazo es una comedia de perdedores en la que todo el tiempo salen mal las cosas, especialmente para Starks, siempre abandonado, traicionado y engañado.

El matón, ilusionado con ser un hombre de negocios, es tan peligroso como ineficaz, lo contrario del insufrible y exitoso periodista sueco.

Todo hace suponer que éste venderá muchos más ejemplares, pero no soy experto en marketing literario.