Es increíble el talento que tiene cierta gente para no pensar nunca nada que atente contra sí misma. La realidad siempre le devuelve la certeza de sus creencias.
Tarde en la noche, miro por televisión un programa político que conduce un periodista de derecha. Entrevista a un escritor del mismo palo, también de derecha, que está obsesionado con la presentación de Sinceramente, el libro de Cristina Kirchner. Dice que a la tarde manifestantes que iban a la Feria del Libro interrumpieron el tránsito en Plaza Italia. Eso lo vuelve loco. Parece que en un país colapsado por una dirigencia que se hace rica –lavando plata, haciendo la bicicleta financiera, aceptando el gatillo fácil– es demasiado interrumpir el tránsito. Habla, como todos los miembros de la derecha, de la libertad. Lo escucho completo. Dice que ahora hay libertad, que la gente puede opinar –de hecho él lo hace en este programa. No piensa ni por un momento que las familias que caen del sistema y duermen en la calle pueden estar sufriendo otro tipo de opresión.
Yo pienso que el libro de Cristina es –ya desde su aspecto físico– escolar. Es para sus alumnos. Cristina no es una líder que emancipe, más bien embrutece. Y enloquece también con la misma intensidad a sus rivales.
Este tipo está enceguecido. Lo curioso es que en estos programas políticos uno tiene la sensación de que se narran estrategias como si se jugara al TEG. No hay jamás en estos pensamientos el ruido de chirriar de dientes, no hay un descenso a la sangre derramada, a la gente explotada, a los que no tienen nada. Están hablando dentro de la caverna de Platón, jugando sombras chinescas.
Carl Bray escribió hace mucho que la verdadera religión nos prepara para vivir en un mundo oscuro y en estado de pregunta, y que las religiones sustitutivas vacían al mundo de misterio: en cada rincón confirman lo que ellos piensan. Estos tipos son religiosos en el segundo sentido.