Pongamos que fue en octubre del 73. Un día singular y frío de octubre. Estamos en la pieza de mi primo, en mi casa paterna. Esa pieza para mí era un lugar encantado. Mi primo tenía un cajón de una cómoda debajo de su cama y ahí guardaba revistas de la editorial Novaro: Batman, Superman, Linterna Verde. Y cómics más complejos: toda la colección de la revista Scorpio y la genial e inolvidable Balada del Mar Salado de Hugo Pratt. También está por ahí El Eternauta. Su lectura me demolió: esa escena cerca del final donde los héroes de la saga pasan derrotados y convertidos en hombres robots. Yo no sabía que ahí había vislumbrado el destino de mi primo. Hasta ese entonces los héroes ganaban en mis cómics.
El Eternauta me dejó desolado. Mi primo era de la JP y venían amigos suyos a reunirse en su pieza: iban a pasar cine en las villas, enseñaban a dibujar, tenían la idea de que la tierra es para quien la trabaja. Varias veces vino un joven que quedó impregnado en mi memoria: era hermoso, encantador y solía tener ideas precisas. Era el que tenía la voz cantante en esas reuniones. Mi primo lo admiraba. Pasaron los años y se cortó la luz. En la larga noche del Proceso refulgían grafitis fosforescentes que decían: Libertad a Dante Gullo. Recuerdo que una tarde mi primo me dijo que ese joven que yo recordaba tanto era Gullo y que estaba preso. Le pregunté si lo iban a matar. Me dijo que, en su opinión, Gullo iba a resistir, que estaba hecho de una madera especial. Pasaron los años y yo estaba con un grupo de amigos con los que hacíamos una revista de poesía, sentados en un café de la Avenida de Mayo. Y Rodolfo Edwards, nuestro poeta peronista, invitó a la mesa a un hombre que estaba impecablemente vestido. Edwards nos dijo: “Es el Canca Gullo”. Quedé petrificado. Mi primo había tenido razón.
Ahí estaba Dante Gullo. Hablaba como nosotros, no parecía un hombre que había estado tanto tiempo preso: no parecía tener rencor, ni miedo ni nada. No le habían capturado el estado de ánimo. Pocas veces la poesía se me volvió algo tan insuficiente. Dante Gullo era la encarnación de la praxis. Por eso George Oppen dejó de escribir y se puso a hacer trabajo social durante veinte años. Recordé ese largo semblante que hace Joseph Conrad cuando cuenta que vio pasar al hombre real que le inspiró al personaje de Lord Jim: “Una mañana llena de sol, en los vulgares alrededores de cierta rada de Oriente, yo mismo lo vi pasar en cuerpo y alma… impresionante… conmovedor… imponente, bajo una nube, rodeado de un completo silencio. Lo que no es más que lo que debe ser. Me tocaba a mí, con toda la simpatía de que era capaz, buscar las palabras justas para lo que representaba. Era uno de los nuestros”. Esa noche me di cuenta de que Libertad y Dante Gullo eran las mismas palabras.