En el comienzo, Juan José Saer había pensado iniciar El limonero real en primera persona. El que hablaba era Wenceslao: “Suele amanecer y ya estoy con los ojos abiertos”. Pero después decidió que el relato era mejor si empezaba con una tercera persona. “Amanece y ya está con los ojos abiertos”. De esta manera, el narrador podía dotar a su percepción de los rasgos extraordinarios que son habituales en Saer.
En este caso, Wenceslao se despertaba y se oía el chirrido de la cama, la respiración de su mujer que dormía o fingía dormir a su lado, las peleas y arremetidas de los perros, el ruido del río y hasta la caída imperceptible de las hojas. El narrador puede sentir hasta cosas que Wenceslao no sabe que sabe.
En La mujer justa, Sándor Márai narra el final de un matrimonio en tres monólogos: el de la esposa, el del marido y el de la mujer justa, la intrusa. En su primera edición, La mujer justa tenía solo dos monólogos. No estaba el punto de vista de la mujer justa, lo cual volvía al libro muy inquietante ya que uno como lector tenía que construir con su experiencia a esa elusiva amante que era fuente de discordia entre marido y mujer.
En algún momento Márai cayó en la tentación de agregar ese tercer monólogo y la novela se resiente. Por un lado, no sabe hacer hablar a alguien de extracción popular. Márai es de la clase acomodada y le salen mejor los burgueses, el terreno seguro. Y por otro, donde había misterio, incertidumbre y peligro, ahora está la mujer justa.