El cetro simboliza la suma del poder; por ejemplo: el bastón de mando. Pero un bastón no es mucho más que un símbolo, y por más que se lo apriete, sacuda o esgrima no consigue hacer del príncipe un sapo, de la regente un sujeto de la Constitución y mucho menos aún doblegar la voluntad de los pueblos en caso de que tal cosa fuera posible. El cetro puede ser grande, corto, ancho, gordo, brillante, liviano o más pesado; con o sin empuñadura de plata y brillantes. Los hay de marfil, jade, carey y hasta de pino de Nueva Guinea. Algunos pueblos de la antigüedad enterraban a sus líderes con cetro y todo lo que permitía suponer el fin de un poder real. Claro que ese no es el caso de las democracias occidentales donde por más que se entierre al sujeto el objeto acaba irremediablemente pasando de manos. Una pelota también puede ser ese objeto, algo así como un bastón que es lo que, precisamente, habrá de pasarle Bush a Obama el próximo 20 de enero en una poco sencilla y seguramente muy emotiva ceremonia.
La pelota, también conocida como el maletín negro presidencial, no representa al poder, es el poder: El Gran Detonador, The Great Equalizer que desde los tiempos de Dwight Eisenhower constituye el cetro en la transferencia de mando presidencial en los EE.UU. El maletín, diseño exclusivo de Zero Halliburton, facilita, a través de Satcom, la comunicación directa entre el mandatario y los comandos centrales de operaciones nucleares en el Pentágono, en Colorado Springs y en Pennsylvania. Un solo ring proveniente de ese maletín o pelota es todo lo que se requiere para activar 1.300 armas nucleares capaces de hacerle escupir el carozo a Damasco o convertir a Teherán en el próximo Ground Zero lo cual había dejado de ser una posibilidad concreta durante los últimos veinte años y hoy vuelve a ser una consideración. Veamos:
India juega al truco con la diplomacia norteamericana haciendo tiempo mientras acomoda las fichas en la frontera con Pakistán. Bush envía a Condoleezza Rice para apaciguar los ánimos. Pero los indios insisten en que el mismo argumento que llevó a la nivelación de Afganistán después del 9/11 servirá para justificar la represalia contra Islamabad por los atentados de Bombay. Israel no confiesa que su arsenal cuenta con armas nucleares pero se sabe que las tiene y que colabora con Sudáfrica para que ésta pueda arrimarse al club de naciones privilegiadas que también cuenta con China, siempre tentada de hacer del Tíbet en una cancha de golf de un solo hoyo en lo que al Dalai Lama le lleva encender su incienso. Como que todo lo anterior no fuera suficientemente, Putin le da una mano al plan nuclear de Ahmadinejad, que no parece interesado en darle tregua al nuevo presidente norteamericano que, a demás de negro, acaba de nombrar como posible alternativa al diálogo a un secretario de Estado que usa polleras por arriba de las rodillas.
El próximo 20 de enero, Bush le pasará la pelota a Obama. Y si la Casa Blanca se encuentra en un estado similar al mundo que devuelve, el Estado debería quedarse con los dos meses de depósito indispensables para hacer las reparaciones del caso. El pase de la pelota tendrá lugar –poco después de la transmisión de mando– en una ceremonia privada en la que también pasan de manos los Códigos de Lanzamiento. No parecen estos ser tiempos de bastones cincelados a mano que evocan formas místicas de antiguas herramientas labriegas. Tal vez Obama intuya los apremios y eso explique la confirmación de Robert Gates como secretario de Defensa. Quién te dice, en una de esas, después de la crisis financiera que nos tiene aburridísimos, arrancamos con una buena dosis de paranoia que le devuelva a Holly- wood los argumentos perdidos y que nos permita a muchos desempolvar los planos de aquel postergado búnker en el sótano de casa.
*Cineasta y periodista