Improvisación, desconcierto y contradicción. Tres palabras que definen con precisión el particularmente complejo momento por el que atraviesa el Gobierno. Un día se instituye un cepo cambiario –al que se niega sistemáticamente– y otro día se lo levanta. Un día se decreta un recargo de los gastos en el exterior con tarjeta del 20%, otro día se lo aumenta al 35%, para luego retrotraerlo al 20%. Un día la Presidenta dice que no esperen que ella sea una impulsora de la devaluación y otro día nombra un ministro que, en los dos meses que van de su gestión, ha impulsado una devaluación de más del 30%. El día que asumió Axel Kicillof al frente de Economía, el dólar oficial cotizaba a $ 6,03. Nada de esto debería sorprender. Al fin y al cabo, el kirchnerismo es la apología de la contradicción permanente.
Cristina Fernández de Kirchner está, como siempre, disgustada con la realidad. Su reaparición en la escena pública lo reflejó sin medias tintas. Ese enfado se transfiere también al interior de su gobierno. Quien allí oficia hoy en día de favorito es Kicillof, circunstancia que, a su vez, dispara internas feroces dentro del gabinete. “Es el Guillermo Moreno del momento”, según la lapidaria definición de una voz del oficialismo atribulada por lo que está pasando. “Están todos peleados entre sí y nadie sabe lo que está haciendo el otro”, señala con espanto un empresario de trato frecuente con varios ministros.
Kicillof, sobre quien las críticas de varios de sus pares van en aumento, se encarga, por su parte, de demostrar que no es más que un teórico de facultad con groseros errores conceptuales. Escucharlo decir que la devaluación no impactará en los precios es una muestra de ello. Tres hechos que ocurrieron entre el jueves y el viernes así lo corroboran. El jueves hubo una reunión de representantes de la Cámara de Importadores con el secretario de Comercio, Augusto Costa, y la subsecretaria de Comercio Exterior, Paula Español. En su transcurso, los funcionarios informaron que habían terminado de revisar la compleja madeja operativa de las autorizaciones de importaciones implementada por Moreno, lo que permitiría acelerar todo el proceso, hecho que es importante en el engranaje montado para mantener los “precios cuidados”. La reunión ocurrió antes del mediodía. Cuando empezó, el dólar blue estaba alrededor de los $ 12; cuando terminó, valía 13, con lo cual todo lo hablado quedó en la nada. El viernes, las principales casas de ventas de electrodomésticos quitaron muchos precios de las góndolas de exhibición de la mayoría de sus artículos. El mismo día, además, se verificaron remarcaciones de precios y falta de varios productos en distintas cadenas de supermercados. Cuando se acordaron los “precios cuidados”, el dólar estaba a 6,55. Por lo tanto, ¿quién podrá reponer a 8 lo que vendió a 6,30? Si estos precios no se modifican, será inevitable el desabastecimiento.
Cuando supo que el dólar había tocado los $ 13, Kicillof entró en acción. Fue a Olivos a reunirse con Fernández de Kirchner. Fue él quien sugirió el levantamiento del cepo y llevar el dólar oficial a 8. La jefa de Estado escuchó con atención y, según su particular visión del mundo, dictaminó que el ministro estaba en lo correcto. Ya con la medida anunciada, le correspondió a Jorge Capitanich, quien todos los días hace un aporte exitoso a su suicidio político, la ingrata tarea de mendigar alguna declaración de apoyo de las entidades empresariales. Lo único que consiguió fueron expresiones individuales –tibias– de algunos de sus representantes, que en absoluto reflejan el pensamiento de sus organizaciones. “Esto es una calamidad. Nadie va a poner un peso más mientras todo se maneje con tanta improvisación”, señaló un alto dirigente empresarial que habló con Capitanich.
El principal problema que enfrenta el Gobierno es la falta de credibilidad, producto de su actitud negadora de la realidad. Cuál es la clave de este engorro increíble en el que ha metido al país: la inflación, sobre la que no hablan ni la Presidenta ni su entorno. Prefieren seguir con la misma estrategia de siempre, si es que se le puede llamar así: la de echarles la culpa de todos sus errores a los otros.
En los ámbitos gremiales anida un sentimiento de inocultable preocupación. El desasosiego es mayor en la CGT oficialista. “Nos están dejando sin argumentos para defender al Gobierno”, protestaba uno de los dirigentes de la conducción que encabeza Antonio Caló. La presión de las bases es creciente y la idea de negociaciones paritarias trimestrales toma cada vez más cuerpo.
Las tasas para los plazos fijos subirán a 25%. ¿A qué interés, pues, podrán las empresas conseguir un crédito a partir de mañana?
En el medio de todo este devenir se produjo la reaparición en la escena pública de la Presidenta. Y lo que sucedió el miércoles en la Casa Rosada permite comprender la envergadura de la complicada trama por la que atraviesa el Gobierno. Cristina Fernández de Kirchner confirmó que, desde el punto de vista de sus conductas políticas, nada en ella cambió, y persistió en su actitud de ignorar la realidad, ya que no habló de la inflación, ni de la escalada del dólar, ni de los cortes de energía eléctrica, ni de la inseguridad.
Estaba enojada. “Querían crear la sensación de que no podía más”, dijo. En verdad, quienes más hicieron para crear esa sensación, tanto dentro como fuera del Gobierno, fueron la misma Presidenta y su entorno, en el cual juega un papel clave su hijo Máximo.
El acto evidenció también el aislamiento progresivo en el que se va sumiendo Fernández de Kirchner. La Casa Rosada estuvo copada por La Cámpora.
La economía argentina es hoy un Titanic rumbo a su iceberg. ¿Alguien lo detendrá a tiempo?
Producción periodística: Guido Baistrocchi.