La memoria colectiva de nuestra sociedad registra la experiencia educativa argentina como un proceso virtuoso que, a lo largo de nuestra historia, ha favorecido la movilidad social ascendente y la incorporación e integración de distintos sectores sociales, ha logrado una oferta razonable de recursos humanos idóneos para el desarrollo de los procesos productivos y ha impulsado el incremento de las competencias necesarias para cubrir los distintos niveles del desarrollo social.
No es tan sencillo encontrar un testimonio popular equivalente respecto a la calidad de nuestra educación en las últimas décadas. Actualmente, el núcleo de los cuestionamientos a la educación radica en las bajas performances de rendimiento del sistema medido por cualquiera de los estándares internacionales.
Algunas cuestiones. Si el recuerdo refuerza la convicción de que en algún momento fuimos capaces de saldar dos de las cuestiones centrales para el crecimiento de nuestro país –la generación de trabajo y el acceso a la cultura– también nos interpela: sin aquella convicción colectiva ¿es posible avanzar? Y además, ¿es posible seguir poniendo el foco del análisis exclusivamente en la relación entre educación y trabajo?
Quienes suscriben la idea de que el sistema debe encaminar sus esfuerzos únicamente a la formación de “trabajadores”, enfrentan hoy una diversidad de problemas difíciles de resolver y otros que aún, por su novedad, constituyen desafíos arduos de comprender.
Veamos algunos de los más evidentes: la mitad de los niños que se encuentran en el sistema educativo trabajarán, en veinte años o más, en actividades que hoy no existen. Al respecto, los investigadores Carl B. Frey y Michael Osborne de la Escuela J. Martin de la Universidad de Oxford han vaticinado que, en veinte años, la inteligencia artificial y los robots portátiles habrán automatizado el 47% de las labores rutinarias, y en consecuencia, se habrá reemplazado al trabajo humano en todas esas tareas.
Asimismo, y en sentido inverso, en ese futuro no muy lejano se crearán actividades laborales asociadas a informática, ingeniería, genética, ocio, gerontología, entre otras, que hoy apenas podemos imaginar.
Otra de las consecuencias de educar solamente para el trabajo es que la experiencia cotidiana del aprendizaje quedará reducida a lo útil y práctico, si formamos exclusivamente ciudadanos con aptitudes que respondan a las necesidades del mercado se crea, en efecto, un círculo virtuoso entre la demanda del mercado y la oferta de los trabajadores pero en rigor lo que se hace es reemplazar una sociedad de “ciudadanos” por una comunidad de “consumidores”. Aun así, y sin ir lejos, en el actual contexto resulta alarmante la dificultad que tienen los jóvenes para acceder al mercado de trabajo. Según estadísticas de la OIT en América Latina y el Caribe, sesenta de cada cien jóvenes se encuentran empleados dentro de la economía informal y de manera precarizada, y casi veinte millones de ellos forman el universo de quienes no trabajan ni estudian, los llamados
“ni ni”.
Según datos de la Dirección General de Estudios y Estadísticas Laborales del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la Nación, en nuestro país, casi cinco de diez jóvenes estudian, 2,5 sólo trabajan, uno estudia y trabaja o estudia y busca trabajo y 1,5 no trabaja, ni busca trabajo ni estudia.
La problemática laboral juvenil es tan aguda que aun en los momentos en los que el mercado laboral general mejora, el impacto en los sectores juveniles es irrelevante.
Otro dato sustancial del complejo panorama que enfrenta los jóvenes radica en que, cuando el sector productivo demanda trabajadores, lo hace en los extremos de la formación educativa, requiriendo a quienes han concluido sus estudios terciarios o universitarios.
Según datos del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la Nación, el porcentaje de empleabilidad por nivel educativo registró para 2013 el siguiente: terciario o universitario completo 83,9%, secundario completo 71,6%, terciario o universitario incompleto 60,6%, primario completo 54,7%, secundario completo 41,6%, primario incompleto 8,8 %.
Terminalidad. Como podemos ver, surge con claridad de las estadísticas cuán determinante es concluir con los estudios cualquiera sea el nivel en que se desarrollen, ya que siempre mejora en términos relativos las posibilidades laborales según el nivel de capacitación.
La complejidad de la problemática descripta nos obliga no sólo a escuchar a los jóvenes y proveerlos de herramientas idóneas para enfrentar el futuro sino que como advierte Elizabeth Tinoco, directora regional de la OIT para América Latina y Caribe, “el progreso económico y social es insostenible si no se asume el desafío político de generar mejores oportunidades a los jóvenes”, y estas oportunidades sólo estarán en el mundo del trabajo en la medida en que los jóvenes accedan a razonables niveles de educación general.
Si los países con mayor capital humano crean mejores oportunidades para la sociedad, Argentina necesita con urgencia impulsar la calidad y la terminalidad en el nivel educativo medio como prerrequisito para avanzar en el desarrollo equilibrado de la sociedad.
Nuestro país enfrenta el doble reto de estar a la altura de estos desafíos y hacerlo a partir de nuestra realidad y contexto social, es decir, desde una perspectiva que contemple las situaciones de desigualdad social y trabaje de manera acorde al espíritu de la construcción colectiva y que, al mismo tiempo, sea capaz de diseñar las respuestas adecuadas a una sociedad que comienza a demandar en forma sostenida profesionales en áreas no tradicionales como robótica, ingenierías, programación informática, genética, administradores de ocio y bienestar, especialistas en minería de datos, entre otras viejas y nuevas demandas laborales.
Estamos convencidos de la necesidad de centrar el debate en esta perspectiva porque el desafío actual es trabajar en un sistema educativo que insista en hacer y comprender, en desarrollar las experiencias de contemplar y explorar, que eduque en valores asociados a conductas, que desarrolle una cosmovisión integradora de la competencia técnica y el rol social del conocimiento y que, en definitiva, se despliegue en la formación de personas que sean lo más completas y sofisticadas posible. Estas, por añadidura, serán personas empleables.n
* Rector de la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires.