Los estudios científicos de la década de 1980 concluían que la actividad física distraía a los estudiantes y los hacía tener un menor rendimiento académico en la escuela. Sin embargo, en los últimos treinta años se obtuvieron conclusiones inversas sobre esta relación.
El estudio más abarcativo, realizado en 2016 por una universidad en España a más de 3 mil jóvenes, concluyó que los alumnos con actividad física regular tenían calificaciones promedio 9,6% más altas que los sedentarios.
Los analistas notaron que la clave se encuentra en los valores que fomenta la educación física, en especial la incorporación de la disciplina en la personalidad. Además, comprobaron que el deporte estimula la integración social, mejora la convivencia, forma en valores y virtudes, reduce el estrés, estimula el cerebro y eleva la autoestima.
En los foros educativos mundiales surge el ejemplo de Finlandia como el paradigma educativo a seguir. Allí, el Estado invierte fuertemente en el deporte, y el 10% de la población del país se desempeña como voluntaria en algún club deportivo. Los finlandeses se forman con una idea del respeto al prójimo aprendida a través de la práctica deportiva. El 90% de los jóvenes menores de 18 años es físicamente activo.
No hay dudas de que una educación integral debe incluir la actividad física. Esta es una necesidad fundamental en cualquier comunidad, ya que enseña a las personas a seguir reglas, a tener responsabilidades y a trabajar en equipo.
Los dirigentes tenemos que tratar la educación física con la importancia que se merece. El deporte, con su fuerza de unir e integrar (como en el reciente desfile olímpico de las dos Coreas, o Nelson Mandela uniendo la Sudáfrica del apartheid mediante el rugby), tiene que ser una política de Estado que asocie a todos los sectores políticos.
En Argentina, el peronismo le dio un impulso a la educación deportiva que no había tenido antes en nuestra historia. Evita abogaba por la “juventud fuerte, alegre y feliz del mañana” que el deporte era capaz de lograr.
En nuestro país existe una tríada de instituciones fundamental para la educación de los chicos: la familia, la escuela y los clubes de barrio.
Los clubes son fundamentales para la inclusión y nivelación social, y la lucha contra el crimen y la droga. Sin embargo, hoy están pasando por un difícil momento, ya que la desmejorada situación económica y el aumento en las tarifas de servicios públicos les hacen cada día más difícil subsistir económicamente. Muchos se encuentran hoy en la difícil decisión de tener que cerrar sus puertas ante la imposibilidad de financiarse.
La Ley 27.098 de Clubes de Barrio y Pueblo, votada por unanimidad en el Congreso a fines de 2014, estableció una tarifa social de servicios públicos para los clubes de barrio y pueblo. Hoy el Poder Ejecutivo tiene que darle prioridad a este tema.
La Secretaría de Deportes de la Nación actualmente reintegra el 40% de la tarifa de los servicios a más de 1.200 clubes. Me consta que los esfuerzos están puestos en flexibilizar los trámites burocráticos para que este universo de clubes se amplíe, pero debemos seguir trabajando para aumentar aún más el número de clubes beneficiados.
Otra de las asignaturas pendientes desde la política es buscar un método de regularización de tenencia de tierras para los clubes. Muchos funcionan en terrenos baldíos, o en tierras de los estados municipales, provinciales o nacional. De esta manera van a poder lograr la certidumbre para poder invertir y readecuar su infraestructura deportiva.
Soy un convencido de que de la mano de la educación viene la solución de fondo de los problemas que enfrentamos. Queda mucho por recorrer para llegar a un modelo como el finlandés, pero estoy seguro de que cada peso gastado en salud y educación deportiva es un peso bien invertido, y que nunca estarán “de más” las políticas que fomentan la práctica deportiva a lo largo de toda la vida.
*Diputado nacional. Presidente de la Comisión de Deportes.
