Ignoro si la Presidenta, cuando sugirió que si algo le pasaba había que mirar al Norte, se refería a su vida personal o a su vida política. Pero si se refería a su vida política, tenía razón.
En efecto, la vida política de cualquier presidente argentino está ligada a las decisiones de política monetaria de la FED que, al final del día, es el Banco Central emisor de la moneda de reserva del mundo y de la moneda sustituta del peso en materia de ahorro de los argentinos. Por lo tanto, determina, sumado a otros factores, el precio de las commodities que la Argentina exporta y, también sumado a otros factores, el flujo de capitales internacionales hacia o desde Latinoamérica.
Asimismo, las decisiones de los productores agrícolas, y el clima en el hemisferio norte, forman parte de esos otros factores que influyen en los precios de nuestro principal producto de exportación, la soja y sus derivados.
Las grandes crisis macroeconómicas locales se relacionan con una crisis externa que se dispara cuando el precio de la soja cae, o las condiciones de liquidez global en dólares se endurecen. Se trata, en jerga de economistas, de un “shock externo negativo”, cuya intensidad y gravedad se vinculan con las condiciones internas.
Esas crisis afectan la suerte política de los gobiernos de turno.
Acepto que lo antedicho es una simplificación extrema de muchos elementos que hacen a un resultado electoral, pero no por simple hay que ignorarla.
Mirando el ciclo kirchnerista, tanto los triunfos de 2005, 2007 y sobre todo 2011 coincidieron con un escenario externo muy favorable (no me olvido del “factor China” en el boom de los precios de las commodities, pero ése es un tema estructural subyacente en toda la década), mientras que la derrota electoral de 2009 coincide con las consecuencias de la crisis financiera internacional, sobre el precio de las commodities y los flujos de capitales.
Desde mayo del año pasado, cuando la Reserva Federal anunció el final gradual de su política monetaria expansiva, los precios de las commodities dejaron de subir, y están cayendo, mientras las perspectivas indican una caída más importante. Aquí hay que introducir otro tema estructural, relacionado con cambios en la oferta de petróleo y gas, en Estados Unidos y en el resto de los productores globales, y en un boom de producción de soja, en el hemisferio norte, también relacionado parcialmente con cambios en los precios relativos de la producción de combustibles fósiles, versus la producción de biocombustibles a base de maíz.
Estamos viviendo, entonces, un nuevo “shock externo negativo”.
Por lo general, el “tratamiento” frente a un shock de este tipo es el de devaluar la moneda local, para ajustar la economía interna a la nueva situación externa. La magnitud de dicho ajuste depende del monto de las reservas acumuladas previamente, de la estructura productiva interna y de las condiciones de crédito externo de cada momento.
Menem, por ejemplo, pudo resistir el shock externo, y mantener la convertibilidad, en el 94 y en el 99, compensando con ingreso de capitales y caída en nivel de actividad.
Aunque la duración del shock fue corto en el 94, y en el caso del 99, entregó el poder en mitad del shock.
El gobierno de Cristina Kirchner, mucho antes de los cambios globales mencionados, creó internamente su propio shock externo negativo, al diseñar un esquema de reglas, precios y subsidios al consumo que estancó la producción de exportables y amplió la necesidad de importar energía e insumos industriales, mientras se aislaba financieramente. Shock externo “local” sumado al global.
Pese a estas condiciones tan diferentes, pretende “durar a la Menem”, racionando reservas, con crédito obligado de importadores y exportadores, con aportes de petroleros, privatizaciones (el espectro de 3G y 4G), swaps, etc., y tratando de minimizar el ajuste en el nivel de actividad expandiendo el gasto público y absorbiendo el sobrante de pesos colocando deuda interna. Aunque la actividad la determinan los dólares disponibles.
Pero al Gobierno le falta mucho más que lo que le faltaba a Menem para entregar el poder.
Todavía tiene la carta de intentar salir del default, pero, dada la magnitud del problema, y las devaluaciones regionales, pasarle el ajuste devaluatorio al próximo gobierno no será fácil.
Habrá que seguir mirando al Norte...