En las últimas décadas un creciente número de ciudades han emergido como actores importantes en el campo de las relaciones internacionales. A través de diversos mecanismos de interacción y cooperación, han creado una serie de redes transnacionales, informales y flexibles, que les permitieron ejercer una efectiva diplomacia a nivel de ciudades. Esto lleva a plantearnos qué elementos de esta diplomacia urbana pueden ser comunes a la política exterior tradicional de los Estados.
En esta época de globalización, es indiscutible el rol creciente a nivel mundial de las ciudades, se convierten en importantes puntos de contacto e interacción. Son centros de generación de innovación, creatividad, riqueza y espíritu emprendedor, verdaderos dínamos de la economía mundial. Y están en la primera fila de combate a una serie de desafíos económicos, sociales, culturales, y ambientales, mientras los crecientes grados de urbanización acentúan su protagonismo.
Para analizar las semejanzas entre la diplomacia urbana y la de los Estados, puede ser útil enfocarnos en los cinco ejes utilizados de mi libro Política exterior al fin del mundo. Estos ejes son: 1) Visión, 2) Tipo y grado de autonomía, 3) Prestigio e impacto internacional, 4) Contribución al desarrollo, y 5) Defensa de los intereses territoriales.
Los primeros cuatro ejes parecen relevantes para la diplomacia urbana, mientras que el quinto –defensa de los intereses territoriales– corresponde a la diplomacia de las naciones.
El primer eje –tener una visión de lo que una ciudad quiere ser– es tan importante para una ciudad como lo es para una nación. Aunque a veces diferenciar entre visión (lo que se quiere ser) y misión (lo que hay que hacer) no es simple, algunas ciudades han enfrentado el enorme desafío de definir qué quieren ser y hacer. Quizás el ejemplo más notable sea el de Nueva York, que se ha definido (real o potencialmente) como “la ciudad de las oportunidades”, o “centro de las finanzas, de la moda, del teatro. El centro de todo”. La mejor definición de lo que Nueva York debía ser fue dada por el ex alcalde Ed Koch: “Nueva York es la ciudad donde el futuro viene a entrenarse, donde los mejores vienen para mejorar más aún”.
Otro ejemplo es el de Basilea, una ciudad industrial y gris que decidió posicionarse como un centro de cultura (Basel: Culture Unlimited), a través de eventos como la feria de galerías de arte Art Basel, o Barcelona, que buscó reenergizar la ciudad en los años 80 con el lema “Barcelona: Mes que Mais” –Barcelona, Más que Nunca–, y hoy busca mostrarse como una opción siempre válida para visitantes, estudiantes y hombres de negocios de todo el mundo (“Always Barcelona”).
Enfocándonos en el segundo eje –tipo y grado de autonomía–, cada ciudad debe actuar dentro del sistema legal de sus respectivos países, provincias o regiones. Sin embargo, puede optar por mantenerse aislada o por lograr mayores niveles de autonomía interactuando con otras ciudades a nivel mundial, sea en forma directa o a través de la participación en redes informales, con objetivos diversos.
Una de estas redes es Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU), cuya misión es amplificar las voces de los gobiernos locales “para no dejar a nadie ni a ningún lugar atrás”. Otra es la C40, que se enfoca en implementar acciones a nivel local para reducir el impacto del cambio climático. Una muy relevante hoy es la Red de 100 Ciudades Resilientes (100 RC), que busca incorporar una visión de resiliencia no solo ante eventos extremos, sino también ante los desafíos del día a día.
Algunas tienen un alcance de tipo regional como la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas (UCCI), que se enfocan en cuestiones comunes y concretas, mientras que otras pueden ser de carácter más global pero simbólico, como lo es la red Alcaldes para la Paz, que se opone al uso de armas nucleares, e incluye a 7.863 ciudades. Cada ciudad puede aumentar sus grados de autonomía mediante su participación en estas redes, o mediante la diversificación geográfica de sus acciones a nivel bilateral.
Al estudiar el tercer eje –prestigio e impacto internacional–, las ciudades pueden sumar a su existente peso propio mayores niveles de reconocimiento y prestigio mediante acciones de impacto global. Así, organizar importantes eventos como la reunión de presidentes del G20, les han dado un gran prestigio a ciudades como Guangzhou, Hamburgo, Buenos Aires o Tokio. Más aún en el caso de Buenos Aires, que tomó la iniciativa de crear el grupo de ciudades Urban 20, en el marco de este evento global. Obviamente, en esta categoría podemos incluir a los grandes eventos culturales o deportivos de impacto internacional.
Si analizamos el cuarto eje –la contribución al desarrollo–, lo dicho por el ex canciller brasileño Celso Lafer, sobre que las relaciones exteriores son útiles para “convertir necesidades internas en posibilidades externas”, también es relevante para las ciudades, que pueden implementar acciones específicas y enfocadas para generar, por ejemplo, un mayor flujo de turismo, de estudiantes, de negocios, o de intercambios culturales. Ante este desafío es importante tener en mente lo dicho por el escritor Italo Calvino: “Uno no encuentra el deleite en una ciudad en una de sus siete o setenta maravillas, sino más bien en la respuesta que esta les da a una de nuestras preguntas”.
Parece entonces haber claros elementos comunes entre el accionar internacional de las ciudades y el de los Estados. Queda en manos de las ciudades el capitalizar esta trascendente oportunidad, para beneficio de sus habitantes.
*Autor de Buscando consensos al fin del mundo.
Hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).