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decretocracia

“El arte de acordar”

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El año 2015 comenzó el 18 de enero con la muerte de Nisman y terminó el 14 de diciembre con el decreto por el que Macri designó en comisión a dos jueces de la Corte Suprema de Justicia. El cambio de época, y los oráculos a los que les gusta arrebatar el asado antes de cortar el salame, le dieron a la inesperada muerte del inefable fiscal de la Unidad AMIA el rótulo precoz de “asesinato” y a los nombramientos del par de jueces que entraron por la chimenea el apodo de “constitucional”.
En el medio de estos fenómenos extremos, hubo una aventura argentina de disputas que no ganaríamos nada en considerarla a través de la frecuencia melodramática del periodismo industrial. La disputa es un deporte nacional que se remonta al Cabildo de 1810 y que persistió en 2015 con sus formas nuevas, por costumbre y porque, además, encontró un protagonismo extra a lo largo del extenso calendario electoral. No se recuerda un año tan discutido como éste, ni con tanta actividad argumental aun cuando en los argumentos se hayan filtrado a menudo el silencio y la confusión. El resultado del ajetreo fue una división de mitades que nunca antes se manifestó tan clara. Viendo ese mapa de yin y yang, con proporciones similares pero de distintos colores –el blanco por un lado y el negro por el otro, nada menos–, Macri intentó consolidar la diferencia que le dio el triunfo y firmó una parva de decretos a la velocidad con la que nos podría cachetear un loco. El de los jueces, a los que se juzga intachables pero llegan con la tachadura de un lapicerazo, no fue el único. Estuvieron también el de la liberación del control de cambio (no le digamos cepo, que es una vieja herramienta de tortura corporal) y el que llevó a los chacareros más acomodados a un Paraíso rural sin retenciones y con un dólar sin riendas.
Al margen del sesgo de neoliberalismo antiguo que se vio en las primeras decisiones de gobierno, la decretocracia le apunta de lleno al helicóptero de De la Rúa, que es el fantasma de Hamlet de la historia argentina. Nadie quiere despeinarse con sus aspas. Menos que nadie Macri, quien pronto percibió que la política es histeria o neurosis. Si es neurosis, la historia termina en un helipuerto. Si es histeria, se llenan los casilleros aquí y allá con autoridad o al menos con un efecto de autoridad. Dadas las circunstancias, no hay dudas de que Macri nos revela su admiración secreta por Néstor Kirchner emulando su metabolismo y su dinámica de ejecutividad modelo 2003, a cambio de que el homenaje vaya en un sentido estrictamente contrario al del homenajeado.
Obsérvese, diría Enrique Macaya Márquez al subrayar una jugada clave, que el traspié del par de jueces –primera medida “institucional”, y fue fallida– se licuó en el resto de las medidas. La cantidad es un valor que la política sabe apreciar. En la frondosidad de lo vasto se pierden los detalles, o se los olvida. Como los helados y los barquillos, estos grandes éxitos basados en el decreto serán los mimados del verano. Lo prometió el ministro de Justicia, Germán Garavano, que desde que asumió se lustra el mocasín derecho para darle un shot –hoy día en suspenso– a la procuradora Gils Carbó.
Lo que vaya a pasar durante el resto de 2016 hay que preguntárselo a quienes desde hace años prosperan materialmente con la adivinación sin pegar una (de paso, hay que pedirles la receta). ¿Cómo podemos saber qué va a pasar si ni siquiera sabemos lo que pasó o lo que está pasando? Lo cierto es que hay una retaguardia en la lista de beneficiados que fueron tocados por el halo de los decretos, y que podrían pedir una porción de escenario una vez que Macri baje un poco de la honeymoon que hoy le da un protagonismo excluyente. Los decretos hacen más imagen que política (en el sentido de que hacen de la política la actividad de uno solo), esa labor a destajo aún no iniciada por el Presidente y que, a diferencia del arte de firmar, él mismo la llamó “el arte de acordar”.  

*Escritor.