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El arte de las dedicatorias

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“Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor: tengo una seria excusa, esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor puede comprender todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Tiene verdadera necesidad de consuelo. Si todas estas excusas no fueran suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esa persona mayor fue en otro tiempo. Todas las personas mayores han sido niños antes (pero pocas lo recuerdan) Corrijo, pues, mi dedicatoria: ‘A León Werth cuando era niño’”. Esta dedicatoria encabezaba un librito que leía a los 8 años, era El principito de Saint Exupéry. Creo que nunca más volví a leer una dedicatoria tan extraordinaria. Y creo también que por haber leído ésta, tengo una secreta fascinación por las dedicatorias de los libros. Me gusta que los libros estén dedicados. Me acuerdo de una dedicatoria de Salinger a Levantad, carpinteros, la viga del tejado, en la que les pide a los que todavía son aficionados a la lectura que dividan en cuatro la dedicatoria de ese libro entre su mujer y sus hijos. Hace poco, mi amigo Fernando, de la librería Librosref, me leyó una dedicatoria de Samuel Wolpin en su libro La filosofía china según Confucio y Lao Tse. Esta dedicatoria era para Juan L. Ortiz. Y dice así: “A la memoria del poeta Juan L. Ortiz, el modelo humano del Tao que soñó Lao Tse, porque consiguió la sabiduría de parecer tonto, el éxito de parecer fracasado y la fortaleza de la debilidad”. Vacío perfecto es un libro de Stanislaw Lem hecho con críticas sobre libros que nunca salieron. Imagino un libro hecho sólo de dedicatorias. Hace muchos años, cuando escalábamos la montaña de la alegría, le regalé a Alejandro Caravario –un amigo escritor que admiro– un sello que decía “Espontáneamente, Caravario”. Era para que sellara sus libros, dedicándolos.