En la plenitud de la declinación, Kirchner los arrastra. Los envuelve. Se las ingenia para someter a los adversarios. Voltea muñecos por doquier, con una facilidad estremecedora. Se lleva puesto lo que se proponga y lo que se le oponga.
Los objetivos prioritarios fueron dos. Héctor Magnetto y el cardenal Bergoglio. Por la reacción inocente de sus defensores, puede percibirse que se lo lleva puesto, también, a Mauricio Macri. En los tres casos, Kirchner es inquietantemente ayudado por los errores que cometieron los adversarios. Pero los éxitos relativamente coyunturales pueden llevar hacia conclusiones apresuradas.
No es ningún imbatible. Al contrario, Kirchner se encuentra en la antesala irreparable del final. Para un obsesivo, es especialmente dramático.
Si hay algo que no puede perderse –en su caso– es el poder. La disyuntiva existencial del destino es dramática. “Re-reelección o cárcel.” Opción de hierro. Encrucijada de Shakespeare. “Es la cuestión.” La “gloria o Devoto” del dicho popular.
La adictiva dependencia de las encuestas no permite márgenes para el entusiasmo. Por más proyecciones optimistas de los diseñadores de números, Kirchner apenas supera el 22 por ciento del apoyo. Nunca más allá del 25. La elegida –ánimo– mantiene algún puntito más.
Significa que es altamente probable que los Kirchner sean “boleta”. Que no puedan, siquiera, llegar a la segunda vuelta. En julio de 2010, Kirchner se encuentra frente a una rotonda. Un cruce, como el Etcheverry, en el camino a Mar del Plata. Puede terminar en cualquier parte. Entre los caminos que se abren, en el Cruce Etcheverry tiene dos alternativas antagónicas. Primera, ordenar la retirada. Segunda, profundizar las “transformaciones”. Se impone, en el Cruce, la segunda alternativa. La profundización de la histeria que suele confundirse con las “transformaciones”. Seguir en “la suya”. Su “ruta”. Masacrar a los enemigos. Voltear muñecos.
Magnetto ocupa el lugar de privilegio. Clarín es el diario que le sirvió a Kirchner para consolidarse y crecer. Desde la fragilidad raquítica de 2003, hasta la pedantería hegemónica. Antesala febril de la declinación. Lo tiene –a Magnetto– casi nocaut. Lo tiene en el piso y le cuenta. Lo tiene con el frente interno quebrantado. Distanciado del copiloto, Aranda (capacitado para conducir un changuito en el supermercado Disco). Disociado de la familia, o sea de la señora Ernestina y los hijos, quienes lo acosan por la mala conducción y lo culpabilizan por su destino. Con las empresas –en fin– en franca devaluación. En retirada. Pero Kirchner se desliza por el barranco del error si magnifica los réditos del eventual triunfo sobre el Grupo Clarín. Si supone que los desbordes pueden volver a ser presentados como logros. Como lo fueron, en Clarín, hasta mediados de 2008.
Macri es –acaso junto a Reutemann– el único político al que Kirchner suele dispensarle cierto temor estratégico. Para desplazarlo, le bastó con el Código Penal. Como Magnetto y Bergoglio, Macri también se equivoca.
Al margen de la obscenidad del punto de partida (el disparate de las escuchas en el país donde nadie habla ni escribe nada serio), los hombres de Macri la chingan al descalificar a la Justicia.
Al armar un bloque compacto, confabulatorio, con el juez, y hasta con los tres miembros de la cámara. Un estadista, en estado de boceto, como el que Macri aspira a ser, nunca debería impugnar a la Justicia. Al contrario, mientras denuncia la injusticia, tiene que acatarla. La condición de víctima, en este caso, lo favorece. Aunque se lo lleven, en la coyuntura, puesto.
Para Kirchner, en el Cruce, sería conveniente tomar el otro camino. El ordenamiento de la retirada. Aún mantiene, a su disposición, la totalidad de los resortes fundamentales. La capacidad de regulación que le admite recaudar diferencias siderales.
Desde aquí hasta 2011, podría desprenderse de algunos cadáveres que se le pudren en los roperos.
Mantienen forma de expedientes. Irregularidades escandalosamente contenidas que se arrastran, desde Santa Cruz.
*Extraído de www.jorgeasisdigital.com